jueves, 15 de noviembre de 2012

LA INTERCESIÓN EN LA VIDA DE PABLO.

El apóstol Pablo siempre ha sido un buen ejemplo a imitar en muchos aspectos de su vida y ministerio. En el mensaje de hoy quiero hacer hincapié en sus oraciones por los creyentes de las iglesias a las que fueron dirigidas sus epístolas, resaltando su interés y preocupación para que la obra de Dios siguiera creciendo en santidad y amor.
Cuando escribe a todos los que están en Roma, primeramente da gracias a Dios mediante Jesucristo con respecto a todos ellos, de que su fe se divulga por todo el mundo (Ro 1:8-10). Les enseña que el Espíritu Santo nos ayuda a orar de acuerdo con la voluntad de Dios e intercede por nosotros con gemidos indecibles. También Jesucristo intercede por nosotros (Ro 8:23-27,34). Pablo ora por la unidad de la iglesia y que Dios les llene de gozo y paz, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo; a la misma vez, él pide oración para que sea librado de los rebeldes que están en Judea y que la ofrenda de su servicio a los santos de Jerusalén sea acepta (Ro 15:5,13,30).
En las cartas a los Corintios, Pablo y los hermanos de Jerusalén oraban por los hermanos de Corinto. Da gracias por los dones que el Espíritu había dado a la iglesia e intercede por su santificación y perseverancia en la fe (1 Co 1:8). En la segunda epístola ora por el crecimiento espiritual de los hermanos de Corinto para que hagan lo bueno y sean fuertes (2 Co 13:7-9).
Escribiendo a los efesios, Pablo empieza con acción de gracias y ora que Dios les dé sabiduría espiritual para poder comprender las riquezas de su herencia en Cristo. Ora para que Cristo habite en ellos, a fin de ser capaces de comprender el amor de Cristo, y de ser llenos de toda la plenitud de Dios (Ef 1:16-23; 3:14-19). Pablo les dice que deben vestirse de la armadura de Dios, orando en todo tiempo con toda oración y súplica por todos los santos (Ef 6:18).
Estando en prisión, Pablo intercede con gozo por los filipenses, que su amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento y éstos interceden por la libertad de Pablo (Fil 1:4,9,19).
En la carta a los colosenses, Pablo da muestras evidentes de que oraba siempre por ellos, para que fuesen llenos del conocimiento de la voluntad de Dios y andaran "como es digno del Señor", fuertes gozosos, agradecidos (Col 1:3,9-14). La intercesión de Pablo por los colosenses y los de Laodicea (que nunca había visto) era la siguiente: que sean unidos en amor, consolados sus corazones, hasta conocer las riquezas de los tesoros de la sabiduría y conocimiento de Dios (Col 1:29-2:3). Más adelante, Pablo les pide oración para que el Señor abra puerta para la enseñanza de la Palabra (Col 4:2-3).
Finalmente, señalar que en las dos cartas a los tesalonicenses hay numerosas referencias a las oraciones de Pablo por los creyentes de aquella iglesia. El apóstol ora que abunde el amor entre ellos, que sean afirmados sus corazones, que sean irreprensibles en la santidad (1 Ts 3:10-13). En la segunda epístola que les envía, es Pablo el que les pide que oren para que la Palabra del Señor corra y sea glorificada, y que Dios lo libre de todo mal (2 Ts 3:1-3).
Ya he citado muchos versículos que reflejan la vida intercesora del apóstol Pablo, y aún podía seguir añadiendo algunos más. Mi deseo es que, todos los que estáis leyendo este mensaje, toméis cada uno de estos textos bíblicos como motivos de oración en la iglesia donde os reunís. Este estudio me ha ayudado a interceder con más eficacia por mis hermanos en la fe. Espero que tú, hayas sido bendecido al leerlo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

EL GOZO DE PABLO.

¡Cada vez que Pablo se acordaba de los cristianos filipenses daba gracias a Dios por ellos! Y cada vez que daba gracias a Dios por ellos, era una oración de gozo (Filipenses 1:3-5). Sus recuerdos eran buenos; en consecuencia, sus oraciones eran experiencias muy gratas.
El gozo de la fe es un motivo más que suficiente para que Pablo deseara seguir viviendo, a pesar de las grandes adversidades con las que se iba tropezando en su vida. Recordemos que cuando Pablo escribió a los filipenses, no estaba componiendo su epístola en una cómoda oficina, ni sentado ante un bello jardín en el patio de su casa. Estaba preso en Roma y encadenado a un soldado. A lo largo de todo su ministerio, Pablo se tuvo que enfrentar a numerosos problemas.
No obstante, mientras pasaba por todos estos males, el apóstol se sentía rebosar del gozo de Cristo y así se lo quiso transmitir a los creyentes de la iglesia en Filipos. Les pidió que completaran el gozo que el tenía, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa (Filipenses 2:2).
Toda la epístola a los Filipenses está llena de expresiones de gozo que se hacen más notables si pensamos en las circunstancias que rodeaban a Pablo. Sin embargo, de esas tinieblas surge su resplandeciente y gozoso testimonio, que es al mismo tiempo una exhortación: "¡Yo me regocijo! ¡Regocijaos vosotros también!".
La dureza de las circunstancias de la vida no deben convertirnos en personas amargadas y cínicas, sino que nos han de fortalecer y, con una actitud positiva, esperar en Dios confiadamente. El gozo del Señor es nuestra fortaleza.
También tenemos que aprender el secreto del contentamiento en Cristo. En Él hallamos todo cuanto necesitamos; no necesitamos nada más. Entonces, el anhelo por las cosas desaparece, y comenzamos a sacar el mayor provecho posible de aquello que tenemos.
¡Que las ansiedades y preocupaciones de la vida no nos roben el gozo! Tenemos que entregárselas al Señor en oración y con acción de gracias. Una mente saludable y positiva nos ayudará a vivir una vida llena de gozo, que refleje claramente lo que Dios ha hecho en nosotros.
Es importante estar contentos y satisfechos con lo que tenemos, que no es otra cosa que lo que el Señor nos ha dado. Esto se convertirá en nuestra fuente secreta de gozo.
Finalmente, señalar que el ejemplo  más significativo de humildad, sometimiento y obediencia es el Señor Jesucristo, cuyo gozo es nuestra vida, nuestro ejemplo, nuestra meta y nuestra suficiencia. "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"  FILIPENSES 4:13

sábado, 27 de octubre de 2012

DIOS TE AMA.

El apóstol Juan escribió "... Dios es amor..." (1 Juan 4:16). Sabemos que todas las acciones y decisiones de Dios están basadas en su amor. Por más grotesca que sea la imagen que los ateos difundan acerca de Dios, el Creador sigue siendo amor y lo manifiesta grandemente en nuestras vidas.
Su amor es eterno, infinito, universal y personal. Sí, aunque tú no quieras tener relación con Dios, Él sí quiere tenerla y desea estar cerca de ti porque te ama. El amor de Dios es lo más precioso del cielo para el hombre.
Cuando comprendemos que Dios nos ama, dejamos el mezquino mundo de nuestro yo y nos convertimos en siervos de Dios. Es por el infinito amor de Dios que nuestros pecados son perdonados y podemos tener una  preciosa comunión con Él, una comunión estrecha e íntima que nos proporcionará la confianza, la fuerza y la esperanza que necesitamos para afrontar con firmeza los problemas que va apareciendo a diario en nuestra vida.
El amor de Dios emana de lo más profundo de su Ser. Es un amor voluntario y sacrificial, tal como refleja su Palabra: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). El amor de Dios no pide, sino que da lo mejor que posee como demostración de que es auténtico. Vemos esto con la muerte de Jesús en la cruz del Calvario, donde derramó su sangre por nosotros para limpiarnos de toda maldad, perdonar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios, salvando nuestra alma para vida eterna. ¡Esto es amor!
La grandeza del mar, la altura del cielo, la extensión del universo, lo dilatado del cosmos, le son difíciles de comprender al hombre en su totalidad a pesar de la avanzada tecnología de la humanidad en este siglo XXI.
Todo esto fue creado por Alguien. Hubo un tiempo en que no había nada, absolutamente nada, sino sólo Dios. Pero luego lo creó todo. Las estrellas, los planetas, en fin, todo lo que existe ha surgido en obediencia a la Palabra de Dios.
Pero existe algo mucho más incomprensible en este universo. Me refiero al amor del Altísimo. El amor del Señor es grande y abarca toda la historia de la humanidad. Desde el primer hombre hasta nosotros, el amor de Dios es inmutable, poderoso e inmenso.
Tal como he indicado en párrafos anteriores, el triunfo del amor de Dios se manifestó en la cruz cuando su Hijo, también en obediencia a la Palabra del Padre, entregó su vida a la muerte para rescatar al mundo perdido que se hallaba bajo el poder de Satanás.
Por algunos días, aquellos que habían seguido al Maestro pensaron que habían perdido para siempre a su Rey. Pero Jesús salió de la tumba victorioso y lleno de gloria, de poder y de amor. Resucitó para continuar ejerciendo, a través de los discípulos y de la iglesia primitiva, el plan de salvación de Dios por medio del amor.
Este amor fluye de la gracia y la misericordia de Dios. No tenemos que pagar ningún precio, ni ofrecer ningún sacrificio puesto que el Señor Jesús lo hizo por nosotros. Es por fe que el hombre puede creer, sentir y recibir este amor, aceptando a Jesucristo como Señor y Salvador. ¡Que Dios te bendiga!

viernes, 12 de octubre de 2012

ORAR SIN CESAR.

La Biblia nos dice en Efesios 6:18 que oremos "en todo tiempo" y en 1 Tesalonicenses 5:17 que lo hagamos "sin cesar". Pero ¿cómo puede una persona orar siempre? ¿Cómo puede orar en todo tiempo? ¿Y sin cesar?
Por supuesto que esto no significa que debemos estar encerrados en un cuarto y permanecer continuamente de rodillas, con la cabeza inclinada y los ojos cerrados las 24 horas del día. No, "orar sin cesar" es vivir sabiendo que Dios escucha nuestras oraciones en cualquier momento y en cualquier lugar. Es vivir en  íntima y continua comunión con Jesucristo: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. (Juan 15:4)". 
Es fácil ver que orar significa más que arrodillarse. Es más que pasar el tiempo en actos de adoración y peticiones. La oración tiene que hacerse "siempre", "en todo tiempo". Por consiguiente, tiene que ser una actitud o una manera de vivir.
Ahora bien, las actitudes y los hábitos se forman haciendo las cosas una y otra vez. Lo mismo podemos decir de la oración. No podremos orar "en todo tiempo y si cesar", a menos que hagamos de la oración un hábito.
Lo anterior no significa que debamos juzgar nuestra vida de oración por el tiempo que pasamos orando. Más bien debemos juzgarla por la calidad de nuestras oraciones. Muchas veces nuestra mente está en casa mientras nuestro cuerpo está en la iglesia. O bien, nuestra mente está en la cocina cuando estamos arrodillados en oración. Si aprendemos a orar correctamente, podremos andar bien todo el tiempo. Esto es lo que queremos decir con las palabras "orando siempre", "en todo tiempo". Por lo tanto, debemos aprender a conocer la voluntad de Dios por medio de su Palabra sometiéndonos a ella en oración y adorando al Señor, hasta que podamos a andar a toda hora del día conforme al plan que El tiene para nuestra vida.
Es cierto que no se les exige a los creyentes que llevemos una vida de monasterio en cuanto a la oración pero, en cierta manera, sí tenemos la responsabilidad de establecer un plan, así como lo hacía el profeta Daniel, quien oraba tres veces al día con su rostro hacia la destruida ciudad de Jerusalén. A diario tenemos que mantenernos en contacto con Dios. Alguien lo expresaba de forma muy familiar "orar es mantener abierta la línea hacia el cielo y desde el cielo". Aun cuando estamos desempeñando nuestros quehaceres diarios podemos estar en una actitud de constante meditación.
Jesús es nuestro ejemplo en la vida de oración. El pasaba largas horas en oración con el objeto de buscar la voluntad de su Padre. El nos enseña a orar por medio de la oración conocida popularmente  como el Padrenuestro y que podemos leer en Mateo 6:9-13.
Cuando aprendamos a orar como Jesús nos enseñó a hacerlo, aprenderemos a vivir como El vivió. ¡Cuando busquemos primeramente el reino de Dios, entonces sí estaremos orando siempre, en todo tiempo y sin cesar!
Mientras sean para nosotros más importantes las cosas que necesitamos que la voluntad de Dios, andaremos a tropezones en nuestra vida espiritual, calculando las horas que pasamos en oración. Pero Dios no está con un reloj en la mano para ver cuánto tiempo nos quedamos en el cuarto de oración. ¡Lo que Dios procura es ser el Señor de nuestra vida en todo momento y todos los días!



domingo, 19 de agosto de 2012

LOS DOS DEUDORES.


Leyendo el Evangelio de Mateo podemos ver que todo el capítulo 18 recoge las palabras dichas por Jesús acerca de las relaciones mutuas entre los verdaderos cristianos. Cuando los discípulos le preguntaron quién sería el mayor en el reino de los cielos (v. 1), les respondió señalando la humildad como la característica más sobresaliente del cristiano: “Si no … os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (v. 3).
Después de estas palabras, señaló que la humildad del cristiano se revela  en que siempre está dispuesto a perdonar a quienes lo ofenden.
Ahora permitidme haceros una pregunta muy importante: ¿CUÁNTAS VECES PERDONARÉ A MI HERMANO QUE PEQUE CONTRA MÍ? ….. ¿HASTA SIETE?
Esta fue la pregunta que le planteó Pedro a Jesús durante su discurso y a la que el Señor le contestó: NO TE DIGO HASTA SIETE, SINO AUN HASTA SETENTA VECES SIETE.
Al comparar este pasaje con Lucas 17:4, podemos ver que “siete” se usa de manera figurada al igual que “setenta veces siete”, es decir, que Dios no ha puesto un límite a su perdón hacia nosotros, y nos advierte a nosotros que no establezcamos límites  en cuanto a las veces que tenemos que perdonar a otros.
A continuación Jesús pasa a ilustrar lo que acaba de decir a Pedro mediante una maravillosa parábola en la que nos enseña que sólo quienes perdonan a sus prójimos, pueden esperar el perdón de Dios. El que no está dispuesto a perdonar, demuestra que no tiene un corazón regenerado: MATEO 18:23-35
Versículos del 23 al 27: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a  hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A este como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda.
Si aplicamos esto a nuestras deudas espirituales con Dios veremos:
-         Que cada pecado que cometemos es una deuda que contraemos con Dios.
-         Hay una cuenta de esas deudas (vv. 23-24).
-         La deuda del pecado es una deuda muy grande, tan grande que somos incapaces de pagarla (v. 25).
-         Pero el Dios de infinita misericordia está dispuesto, por pura gracia y en virtud de la obra llevada a cabo en la cruz del Calvario, a perdonar todos los pecados de quienes se humillan, con fe  y arrepentimiento, ante Él (v. 27).
Sobre la naturaleza perdonadora de Dios ya encontramos numerosas ilustraciones en el A.T. Recordemos los ciclos de apostasía de la nación de Israel que aparecen en el libro de Jueces donde Dios siempre los perdona después de su arrepentimiento. También el caso del rey Ezequías que estando gravemente enfermo y a punto de morir, el Señor le alargó la vida quince años al ver su lloro y escuchar su oración.
A pesar de todas las infidelidades del pueblo de Israel, cuando éste se arrepiente y se quebranta, Dios lo perdona y lo restaura (2 Crónicas 7:14).
El rey David nos recuerda con el Salmo 103:3,12 que Él es quien perdona todas nuestras maldades y cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.
Más adelante, en el N.T., el apóstol Pablo, escribiendo a la iglesia en Éfeso, nos dice que “en Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7) y Juan subraya en su primera epístola que “si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Versículos del 28 al 31: Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
Sorprendente la actitud de este siervo hacia su consiervo, ¿verdad?, a pesar de la clemencia que su señor le había mostrado a él. Vemos aquí:
-         Que la deuda era mucho más pequeña.
-         Que trató al consiervo de una forma severa y brutal, con furia, a pesar de que atravesaba una situación idéntica a la que él había pasado.
-         Que entristecidos quedaron los otros consiervos por lo ocurrido y cómo fueron al amo con la noticia.
Todos debemos rechazar por completo la actitud de este siervo.
Las ofensas que nuestros semejantes nos hacen son insignificantes en comparación con las que hacemos nosotros a Dios.
No dejemos que el orgullo y el egoísmo prevalezcan en nuestras vidas, sino que aprendamos a ser mansos y humildes, recordando la paciencia que Dios tiene con nosotros.
Versículos del 32 al 34: Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?. Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Aquí vemos la justa ira del amo por la crueldad del siervo anteriormente perdonado:
-         Cómo le echó en cara su crueldad, su falta de compasión y la misericordia que había tenido con él. El recuerdo de las misericordias de Dios hacia nosotros debería disponernos mejor a tener misericordia de los demás.
-         Cómo revocó el perdón de la deuda y el siervo pagó las consecuencias justas de su mala actitud. El que no está dispuesto a perdonar, no será perdonado.
Versículo 35: Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Finalmente, Jesús concluye aplicando la parábola con este versículo.
Dios es santo y justo, y su misma justicia infinita le impide rebajar en un solo punto las exigencias de su santa ley, su divina Palabra.
Cuando decimos “Padre nuestro que estás en los cielos”, hemos de pedirle “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Dios siempre está dispuesto a perdonar, pero no puede habitar en un corazón incapaz de hacerlo.
Perdonar no es nada fácil. Debe ser algo real, sincero, sin fingimientos y que salga del interior de nuestro corazón.
Y otra cosa importante, después de perdonar hay que olvidar. Desechemos el tópico “perdono pero no olvido”; eso no es perdonar.
En el libro del profeta Isaías 43:25, Dios nos dice “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”.
El ejemplo máximo de perdón es Jesucristo. Cada vez que miramos a la cruz vemos la agonía de Jesús que nos revela el infinito precio que el pagó por nuestra salvación.
Puesto que Él nos ha perdonado, estamos en capacidad de comprender lo maravilloso que es el perdón y manifestarlo en nuestras relaciones con los demás.
En cuanto a nosotros mismos, si tenemos un corazón dispuesto siempre a perdonar, nos veremos libres de las amarguras y los resentimientos y nos convertiremos en la clase de personas que están capacitadas para aceptar el perdón divino.
Terminemos con la recomendación que nos hace el apóstol Pablo: “Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).

domingo, 22 de julio de 2012

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS.

"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" (Mateo 5:5).
Los mansos son los que se someten con humildad y alegría a la voluntad de Dios, y los que muestran tal mansedumbre para con todos los hombres (Tito3:2). Son los que tienen un espíritu suave, apacible, que pueden aguantar una provocación sin encenderse en ira, sino permaneciendo en silencio o dando una respuesta serena; los que responden de una forma adecuada ante las ofensas de los demás; los que prefieren sufrir y perdonar veinte injurias antes de vengarse de una.
La sociedad tiene el concepto de que el hombre manso es tímido, débil y sin firmeza de carácter. En cambio,  la mansedumbre a la que el Señor se refiere exige dominio propio. Es la fortaleza revestida de suavidad.
Jesús nos enseñó cual es la verdadera mansedumbre al darnos ejemplo con su propia vida: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:29). Él fue el gran modelo de mansedumbre; más aún que el mismo Moisés, de quien se había dicho que era "manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Números 12:3).
¿Cómo se puede distinguir entre la mansedumbre y la debilidad?.
Cuando tratemos de reconocer la mansedumbre, no debemos pensar que es idéntica a la debilidad. Nadie fue un líder más enérgico que Moisés, quien estuvo muy lejos de manifestarse como un hombre pusilánime o débil ante la hostilidad de tantos hombres malvados, el primero de ellos el propio faraón.
De igual manera, hemos de decir que nunca ha existido una persona más valerosa que Cristo. Aunque manso de corazón, lo vemos enfrentarse muchas veces a la maldad con toda valentía, y estar dispuesto a pagar el precio de ese enfrentamiento, que fue al fin y al cabo el que le llevó a la cruz. Esa valentía fue la que terminó por costarle la vida. Los hombres verdaderamente mansos no tienen nada de débiles.
Los mansos son bienaventurados porque se asemejan al carácter de Jesús. Son bienaventurados porque saben esperar las promesas del Señor, entre ellas, la de recibir la tierra por heredad. Esta bendición lleva consigo, de una manera especial, la promesa de posesión del mundo con Cristo, cuando él venga a posesionarse de los confines de la tierra, conforme a la profecía del Salmo 2:8. Incluso en nuestros días, el que ejercita la mansedumbre, aunque sea objeto de burla y desprecio por parte del mundo, sirve de bendición para los demás porque trae paz y armonía.
La mansedumbre aleja de nosotros la envidia, los celos y el rencor, entre otras cosas, llevándonos a vivir de una forma saludable y próspera, siendo felices con lo que Dios nos da cada día.

sábado, 7 de abril de 2012

BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN.

"Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación" (Mateo 5:4).
Esta segunda bienaventuranza parece una paradoja. Vemos a Jesús afirmando que la felicidad llega también a los que lloran. ¿Cómo es posible? ¿Aquéllos que lloran pueden ser felices? Esta es otra extraña bendición.
El Señor no nos indica el motivo de ese llanto que produce bendición y felicidad, pero es probable que primeramente lo que importa aquí es que la persona llore por sus propios pecados, al acudir a Cristo como Salvador. Pablo dice que la tristeza del mundo produce muerte, pero la tristeza que es según Dios produce un arrepentimiento que lleva a la vida (2 Corintios 7:10).
Por consiguiente, el consuelo que Jesús les promete a los que lloran viene primeramente en la forma del perdón por los pecados. Después de sucedido esto, el Señor se manifiesta como el "Dios de toda consolación" a lo largo de la vida (2 Corintios 1:3).
También es santa la tristeza que se lamenta de los pecados ajenos y del estado de perdición en que se halla el mundo, por amor a Dios y al prójimo. Jesús, en su entrada triunfal en Jerusalén, cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró por ella (Juan 19:41-43).
Es santa la tristeza de los que se duelen de las penas y los sufrimientos de los demás. Jesús lloró ante la tumba de Lázaro al ver a su hermana María llorando y a los judíos que la acompañaban; Él se estremeció en espíritu y se conmovió ante aquella triste situación (Juan 11:33-35).
Finalmente, es santa la tristeza que nos viene por las pérdidas, desilusiones, problemas y padecimientos que experimentamos porque tenemos la confianza que si abrimos nuestra alma apenada al Señor, Él nos consuela y nos da paz en esta vida. En el futuro, "enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos" (Apocalipsis 21:4).
El cielo será verdaderamente Cielo para los que caminan hacia él santamente afligidos. Será una cosecha de gozo en retorno de una siembra con lágrimas (Salmos 126:5-6).

domingo, 18 de marzo de 2012

BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN ESPÍRITU.

"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mateo 5:3).
Cristo comienza el Sermón del Monte con bendiciones, porque él vino al mundo para eso, lo ha enviado el Padre para bendecirnos, a fin de que cada uno se convierta de su maldad (Hechos 3:26). En cierto modo, Jesús pronuncia las bienaventuranzas para corregir las ilusiones de sus seguidores con respecto a la naturaleza de su reino y a las características de sus súbditos. Ellos esperaban un reino material, establecido por medio de la victoria sobre sus enemigos, pensando que serían exaltados por encima de todos los pueblos y que disfrutarían de gran prosperidad y gloria. En contraste con esta idea, Cristo señala que los dichosos en el reino mesiánico no serán los poderosos, los autosuficientes y los que tienen el aplauso del mundo, sino más bien los humildes, los compasivos, los pacificadores y los perseguidos por causa de su Nombre.
Sus enseñanzas están destinadas a animar a los débiles y a los pobres que reciben el Evangelio. Incluso el más pequeño en el reino de los cielos, si su corazón es recto delante de Dios, será feliz con los honores y privilegios de tal reino. Recordemos la promesa de Dios para su pueblo: "Entonces los humildes volverán a alegrarse en el Señor, y aún los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel" (Isaías 29:19).
Los pobres en espíritu son los que no ponen su confianza y esperanza en los bienes materiales sino en Dios. Son los que están desilusionados con su propia persona y reconocen su profunda necesidad espiritual. Se dan cuenta de que les falta la justicia que agrada a Dios y los recursos para llevar una vida santa. Es el espíritu que caracteriza al publicano que oró: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18:13).
Pobre en el espíritu es quien tiene bajo concepto de si mismo, como Pablo, el cual a pesar de abundar en todos los dones espirituales, se tenía por menos que el menor de los apóstoles y por el primero de los pecadores.
Esta pobreza en espíritu figura la primera entre las bendiciones de las bienaventuranzas. Los filósofos no reconocieron la humildad como una de las virtudes, pero Cristo la puso en primer lugar, como fundamento de todas las demás virtudes morales.
La pobreza de espíritu nos conduce a buscar el perdón y la ayuda de Dios; nos ayuda a confiar sólo en Él para vencer las tentaciones, soportar las pruebas, hacer su obra y satisfacer las necesidades más profundas de nuestra alma. O sea, que es imprescindible tener este espíritu para entrar en el reino de Dios y disfrutar de sus riquezas espirituales. Por eso, la bienaventuranza de los súbditos del reino comienza con esta actitud.
Aquí podemos disfrutar del reino de la gracia, y para después nos está preparado y reservado el reino de la gloria. Los grandes y ambiciosos de este mundo pasarán pero los humildes, mansos y misericordiosos obtendrán la herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos (1 Pedro 1:4).


miércoles, 8 de febrero de 2012

¿DEBEMOS LOS CRISTIANOS CELEBRAR EL DÍA DE LOS ENAMORADOS?

Las sociedades occidentales acostumbran celebrar cada 14 de febrero el "Día de San Valentín" o "Día de los Enamorados". Es una fiesta muy esperada por los enamorados donde se expresa el amor mutuo y se intercambian regalos.
¿Quién fue San Valentín? ¿Qué se celebra el 14 de febrero, fecha apreciada por millones de enamorados y por no menos comerciantes?.
La fiesta procede de la celebración romana de las Lupercalis (15 de febrero) en que se honraba a Luperco, dios ítalo de los pastores. Su propósito inicial era el de asegurar la fertilidad de los campos y los rebaños. Con el tiempo esta festividad se fue asociando con la de dos mártires romanos, ambos llamados Valentín, que vivieron en el siglo III, y que se celebraba el 14 de febrero. San Valentín ha sido tradicionalmente considerado como el santo patrón de los enamorados.
A esta fiesta se le ha incluido 'Cupido', la imagen de un pequeño niño con alas que lleva un arco con flechas. En la mitología romana, Cupido es el dios del amor. Es hijo de Venus y de Marte. Se le adjudica la creación de amores y pasiones entre los mortales y al ser hijo de los dioses del amor y de la guerra, éste resulta ser el dios de los enamorados, creando de esta manera un balance entre el amor y la tragedia.
Aunque el origen de la fiesta de San Valentín es claramente pagano, su celebración ha sido cristianizada e incorporada a las celebraciones anuales de muchas iglesias. Por muchos años la Iglesia Católica siguió la práctica de 'cristianizar' las fiestas paganas de los pueblos que conquistaba para de esa manera instalar de forma más fácil el Catolicismo y borrar las fiestas paganas de los pueblos.
La idea de cristianizar las celebraciones paganas para ganar almas simpatizantes con el evangelio no asegura un cambio en el corazón de las personas. En estos tiempos modernos las iglesias evangélicas desean ser tan atractivas para los inconversos que se corre el riesgo de querer parecerse tanto al mundo que los inconversos no ven que haya una diferencia. El cristianismo verdadero se logra no por un cambio de celebración sino por un cambio interno en el corazón. Sin arrepentimiento y fe es imposible una verdadera conversión. Es solamente por medio de la predicación del evangelio que se convierte el pecador. Pablo estaba seguro de eso cuando dijo "no me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvación" (Romanos 1:16). Entonces los cristianos no podemos perder de vista que lo que salva al hombre es el evangelio, la palabra de la cruz y no las tácticas humanas.
La Biblia habla con precisión que los hijos de Dios no deben seguir los patrones de conducta establecidos por las costumbres mundanas, sino que nuestra mente sea renovada para que comprobemos cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2 ).
El Día de San Valentín tiene orígenes espirituales que son contrarios a los principios bíblicos. Las fábulas paganas relacionadas con Cupido y San Valentín, así como la instauración del 14 de febrero, han transcendido a lo largo del tiempo hasta nuestros días.
¿Seguirá un cristiano el paganismo antiguo? Dios advierte que sus hijos no deben seguir, de ninguna forma, a los ídolos. "No te inclinarás a sus dioses , ni los servirás, ni harás como ellos hacen..." (Éxodo 23:24). Un notable ejemplo de esto fue el de Daniel y sus amigos que nunca se dejaron llevar por las fiestas babilónicas, sino que permanecieron fieles y firmes en obediencia a la Palabra, reconociendo el pueblo que Dios estaba con ellos.
Resulta obvio que en la actualidad el comercio de Occidente tenga interés en sostener la idea del "Día de San Valentín" para lograr mayores ventas y, sin escrúpulos, lanzar poderosas campañas publicitarias para incitar al público (especialmente a los jóvenes) a consumir diversos artículos con el manipuleo del tema del amor.
Pero los cristianos nacidos de nuevo no requieren de "fechas especiales" para conmemorar el amor. Basta con tener presente a Jesucristo todos los días, quien demostró qué es el amor verdadero y la amistad sincera y fiel.
En cuanto al amor de pareja, éste tampoco requiere un "día especial" para celebrar el estar enamorado el uno del otro; de la misma manera que Dios demuestra diariamente su amor por la iglesia, así los novios, novias, esposos y esposas han de reflejarlo en sus vidas (Efesios 5:25).

jueves, 2 de febrero de 2012

PARA RECIBIR SANIDAD INTERIOR.

A lo largo de nuestra vida espiritual hay ocasiones en las que nos podemos encontrar enfermos emocionalmente a causa de problemas tales como: baja autoestima, complejos, estrés, metas no alcanzadas, conflictos con otros, espíritu no perdonador, y un largo etcétera. Todo ello nos puede llevar a la frustración y a la necesidad urgente de recibir sanidad interior.
En la carta de hoy quiero compartir con todos vosotros un mensaje que indica los dos pasos que hay que dar para alcanzar una vida sana y equilibrada en lo emocional, que nos permita avanzar plenamente también en lo espiritual.
El primer paso que tenemos que dar consiste en reconocer que todos somos pecadores, que con frecuencia nos equivocamos y fallamos. Son muchos los defectos que hay en nosotros pero a veces nos apresuramos a juzgar de antemano a los demás, mirando esos defectos, cuando deberíamos corregir los nuestros.
"¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano" (Lucas 6:41-42).
Si nuestra enfermedad viene causada por conflictos con otros, el remedio más cardiosaludable es pedir perdón, dejando de prestar atención en el presente a cuestiones del pasado, cerrando las heridas para siempre.
Pedir perdón nos engrandece, nos libera de lastres innecesarios y nos permite explorar caminos mucho más luminosos que la oscura senda de la venganza. "Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo" (Efesios 4:32).
El segundo paso consiste en reconocer que necesitamos ayuda y que ésta deberíamos pedirla a Dios, en oración. Jesús dijo que se marcharía pero nunca nos iba a dejar solos, sino que nos enviaría al Consolador, al Espíritu de verdad, y él estaría a nuestro lado (Juan 16:13-15).
Para recibir esta ayuda debemos dejar de escucharnos a nosotros mismos y empezar a oír la voz de Dios. Es bueno y saludable espiritualmente tener el hábito de orar y leer la biblia todos los días.
Finalmente, señalar que después de haber dado estos pasos, o paralelamente a ellos, es importantísimo tener en cuenta que cuando nos aceptamos a nosotros mismos, alcanzamos la sanidad interior; pero sobre esto ya os escribiré próximamente. Bendiciones para todos.

domingo, 22 de enero de 2012

DESEANDO QUE LLEGUE EL AVIVAMIENTO.

Todos, especialmente los que ejercemos un ministerio, deseamos que llegue un gran avivamiento y cuanto antes mejor. Nos ilusiona pensar que mucha gente, familiares, amigos, vecinos,... rindan sus vidas a Cristo, acudan en multitud a la iglesia y vean el poder de Dios manifestarse grandemente mediante prodigios, señales y milagros.
Todo esto está muy bien pero para que sea una realidad hoy día, tenemos que dar un paso importantísimo en nuestra vida espiritual que consiste en actuar conforme a MATEO 6:33 "BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODAS ESTA COSAS OS SERÁN AÑADIDAS".
Surge entonces la pregunta: ¿Dónde podemos buscar el reino de Dios y su justicia?, la respuesta es bien sencilla: En su Santa Palabra.
Si leemos diariamente y grabamos en nuestro corazón la palabra de Dios, ésta será sembrada en nuestra vida como la semilla que cayó en buena tierra, nació y llevó fruto a ciento por uno. El corazón bueno y recto que retiene la palabra da fruto con perseverancia (Lucas 8:8,15).
La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12). Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).
La palabra de Dios tiene capacidad para quebrantar, cambiar, restaurar y sanar. Esa misma palabra nos da la llave para abrir la puerta del reino de Dios, pero para que verdaderamente sea eficaz tenemos que desprendernos de aquellas cosas que nos estorban, y ¿cómo puedo desprenderme de todo eso?.
En primer lugar, reconociendo que yo no puedo hacer nada solo, ni por mi mismo; necesito la ayuda y la dirección del Espíritu Santo. Él estará con nosotros, nos enseñará todas las cosas, nos recordará todo lo que Jesús dijo y nos guiará a toda verdad (Juan 14:16,26; 16:13).
En segundo lugar, esperando en oración, todos unidos y con un mismo sentir, que llegue la unción del Espíritu Santo, al igual que sucedió el día de Pentecostés; como supieron esperar les llegó la promesa y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:1-4, 41-47).
Queridos hermanos y amigos, si somos fieles haciendo esto y obedecemos la palabra de Dios, pronto veremos todas las promesas cumplidas en nuestra amada tierra, Almería, o en el lugar donde os encontréis. Amén.

sábado, 7 de enero de 2012

BENDICIONES QUE RECIBIMOS POR OBEDECER LA PALABRA DE DIOS.

Desde tiempos remotos Dios prometió bendecir a todos aquellos que obedecieran su Palabra. Ya en el Pacto con los hijos de Israel en el Monte Sinaí les dijo: "Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel" (Éxodo 19:5,6).
También se les promete y se les asegura a todos los niveles el favor de Dios, si son obedientes a los mandamientos que les ha dado. A ellos y a sus hijos les iría bien para siempre, sus familias aumentarían en número y en bienestar, tendrían abundancia de todos los bienes de la vida y tendrían éxito en todos sus quehaceres (Deuteronomio 5:29; 7:12; 28:1-14).
A este mismo pueblo, que había visto las grandes obras que el Señor había hecho, Dios le ordena que guarden todos los mandamientos para que sean fortalecidos y entren a poseer la Tierra Prometida, y para que les fuesen prolongados los días sobre la tierra (Deuteronomio 11:8-12).
De igual manera, hoy día, nosotros, los creyentes que queremos el poder del Espíritu Santo para testificar y conquistar espiritualmente nuestra tierra, deberíamos ser constantes y fieles en guardar su Palabra para alcanzar las promesas y bendiciones que Dios tiene preparadas para cada uno de nosotros.
Más adelante, Dios le dijo a Josué que meditara, guardara y actuara conforme a todo lo que estaba escrito en el libro de la Ley, porque entonces haría prosperar su camino y todo le saldría bien (Josué 1:8).
La humilde, sencilla y concienzuda obediencia a la Palabra de Dios le es más agradable y aceptable que todos los holocaustos, sacrificios y ceremonias. El Señor rechazó a Saúl como rey porque éste rechazó la palabra del Señor (1 Samuel 15:22, 23).
Confiar en los esfuerzos humanos para complacer a Dios es un engaño de Satanás. El camino de la obediencia será el que siempre nos lleve hacia Él.
"He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos del Señor vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos del Señor vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido" (Deuteronomio 11:26-28).
El Señor amonesta y reprende a todos aquellos que no andan en sus estatutos ni han obedecido sus decretos, sino que hacen según las costumbres de las naciones que los rodean (Ezequiel 11:12).
Para concluir, dos promesas de parte del Señor en el Nuevo Testamento: el que persevera en la Palabra será bienaventurado en todo lo que hace (Santiago 1:25) y el que guarda sus mandamientos recibirá de Él cualquier cosa que le pida (1 Juan 3:22).