miércoles, 21 de junio de 2017

PERSEVERAD EN LA ORACIÓN.

La perseverancia es la virtud que todas las demás virtudes necesitan para dar fruto. Ser perseverante requiere firmeza y constancia en la realización de algo. Los cristianos debemos perseverar en un área especialmente importante de nuestra vida espiritual: la oración.
Jesús contó algunas parábolas sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar; una de las más significativas fue la de "la viuda y el juez injusto" (Lucas 18:1-8).
El objeto de esta parábola fue enseñar la perseverancia en la oración. Dios ciertamente contestará, aunque nos parezca que por un tiempo no hace caso a nuestra petición. Fácilmente se pueden notar dos actitudes que debemos tener en relación con la oración ferviente. En primer lugar, debemos orar siempre, lo cual significa "continuamente". Tenemos que ser "constantes en la oración" (Romanos 12:12). Muchas de nuestras oraciones son como la llamada que hace un niño travieso, el cual se va antes de que la puerta se abra. No sólo debemos pedir, sino también seguir pidiendo, buscando, y llamando, hasta que la puerta del cielo se abra. En nuestra oración tenemos que ser específicos, como lo fue la viuda que día tras día se presentaba ante el juez con la misma petición. A menudo nuestras oraciones son demasiado generales y sin propósito.
En segundo lugar, debemos orar y no desmayar. No debemos desanimarnos si nuestra oración no es contestada de inmediato. Ni debemos flaquear ni abatirnos si nos amenazan peligros y parece que el socorro se tarda. La oración que es inspirada por el Señor será contestada por el Señor. Frecuentemente los creyentes fieles son probados por la tardanza divina en contestar la oración y tentados a dejar de orar. A todos ellos esta parábola les habla con voz alentadora.
La perseverancia en la oración era el modo natural de orar en la iglesia primitiva (Hechos 2:42). Ser constantes en la oración quiere decir que el cristiano tiene que estar en plena comunión con Dios, dialogando con Él en toda ocasión e insistiendo en la oración siempre. Esto conlleva también la práctica de la oración intercesora por los hermanos, como el apóstol Pablo establece: "Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando con ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos" (Efesios 6:18). La vida cristiana discurre en un ambiente de guerra espiritual en donde el conflicto se produce contra fuerzas de maldad (Efesios 6:12). No se manda en ningún lugar que el creyente luche contra ellas, pero se le insta a orar para perseverar en la firmeza de la posición de victoria donde fue colocado en Cristo. Pablo, por tanto, no abandona el contexto de la armadura de Dios, porque la oración es otra arma más de Dios, puesta al alcance y como recurso para el creyente.
Cristo mismo da ejemplo de oración. Con la lectura de los evangelios podemos ver claramente que Jesús fue un hombre de oración. Él oraba en todo momento. Dedicó tiempo a la oración orando con verdadera insistencia, de modo que en alguna ocasión pasó toda la noche orando (Lucas 6:12). El Señor siempre oraba en los momentos decisivos de su vida: cuando comenzó su ministerio, en la elección de los doce discípulos, camino a la cruz, etc.
La oración debe hacerse continuamente, sin cesar, lo que enseña que el creyente ha de estar continuamente en relación espiritual con el Padre que le permita el diálogo con Él en toda ocasión. No es preciso buscar un determinado lugar para orar, porque se trata de la conversación propia y natural del hijo con el Padre que está en el cielo.
Es necesario mantener fidelidad en nuestro tiempo de oración. Cada creyente debe hacerlo, pero, aún más el liderazgo de la iglesia. Generalmente los líderes pasan mucho más tiempo hablando entre ellos sobre los problemas que han de resolver, que hablando a Dios sobre esos problemas. La falta de poder en la iglesia está, en gran medida vinculada a la ausencia de oración.