domingo, 12 de agosto de 2018

RESURRECCIÓN Y MISIÓN.


Con el capítulo 16 se alcanza el final del Evangelio según Marcos. El evangelio es el mensaje de salvación. Este comprende la obra redentora de Jesucristo, hecha por nosotros en la Cruz. Pero de nada valdría todo el sufrimiento y la muerte del Salvador, si no se hubiese producido Su resurrección. Es verdad que el Señor fue entregado por nuestras transgresiones, pero también fue resucitado para nuestra justificación (Ro. 4:25).
El apóstol Pablo hace notar la inutilidad de un evangelio si Jesús no resucitase, como dice: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Co. 15:14). La gran verdad del Evangelio es que Jesús murió y resucitó de los muertos. Este es el mensaje con que Marcos cierra el relato de la Persona y obra de Jesucristo.
La resurrección de Cristo no solo permite la justificación, sino que condiciona la vida de cada cristiano. El Señor ascendido al cielo ha hecho que nuestras vidas sean celestiales, escondidas con Él en Dios, de modo que nuestra orientación ha de ser la de buscar las cosas de arriba, donde está Aquel que es sustentador, dador y razón de nuestras vidas.
La vida cristiana ha de ser en reproducción de la vida de Jesús. Esa transformación es lograda por la acción del Espíritu Santo, de ahí que sea absolutamente necesario una vida de dependencia de Él, como el apóstol Pablo lo indica: “Andad en el Espíritu” (Gá. 5:16). La santidad no es una opción sino la única forma de vida cristiana. No se trata de una determinación personal, sino de una obediencia incondicional: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pe. 1:16).
Llegados ya al final del Evangelio, podemos resaltar otra enseñanza que tiene que ver con el mandato de la evangelización, esto es proclamar el mensaje de salvación a todas las gentes en todas las naciones. Esto no es algo optativo, se trata de un mandamiento que Jesús establece: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15).
En la llamada oración intercesora u oración sacerdotal que recoge Juan, el Señor dice a su Padre que ya había enviado a los discípulos al mundo como Él mismo había sido enviado (Jn. 17:18). Quiere decir que ya había decidido el envío al mundo de los cristianos para llevar el evangelio.
El Señor les da el mandamiento de proclamar el evangelio. Debían hacerlo yendo, es decir, mientras iban por todo el mundo, en el desarrollo de su vida cotidiana o por causa del llamado específico que el Espíritu hiciera a lo largo de la historia de la iglesia, cada creyente tiene la responsabilidad de predicar el evangelio.
Así ocurrió, a modo de ejemplo, con los creyentes que llegaron a Antioquía como consecuencia de la persecución en Judea (Hch. 11:19-21). El mandato está dirigido a los apóstoles en primer lugar, pero, por extensión, a todos los cristianos en todos los tiempos.


viernes, 3 de agosto de 2018

PARÁBOLA DE LA HIGUERA ESTÉRIL.

Esta parábola de la higuera estéril (Lucas 13:6-9) está destinada a reforzar la exhortación al arrepentimiento que acaban de recibir los oyentes en los primeros cinco versículos de este capítulo.
La parábola va dirigida primordialmente a Israel. Dios escogió a la nación judía como pueblo escogido suyo, cercano a Él, y esperaba de este pueblo fruto de obediencia; pero ellos no correspondieron a la predilección que Dios les había mostrado, sino que, en lugar de cumplir con la decisión que habían tomado en el desierto de Sinaí (Ex 19:8) de hacer todo lo que Jehová había dicho, fueron desobedientes.
A consecuencia de ello, Dios determinó justamente abandonarlos; pero, por intercesión de Moisés, como en otras ocasiones por la de Cristo, les concedió una tregua con prolongación de misericordia para invitarles al arrepentimiento y ofrecerles perdón.
Pero la parábola va dirigida también, en general, a despertar a todos cuantos tienen los medios de la gracia de Dios al alcance de la mano, a fin de que respondan positivamente a las oportunidades que esta gracia les ofrece, pues éste es el fruto que de ellos se espera.

(v. 6). Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.

El propósito del dueño era recoger el fruto que la higuera debía dar en abundancia, por el buen lugar en que había sido plantada y por los cuidados diarios que recibía. También nosotros somos como higueras plantadas en la viña de Dios, lo cual constituye una gran bendición.
Por tanto, el dueño abrigaba la esperanza de que la higuera fructificase. Dios demanda y espera fruto de cuantos ocupan un lugar en Su viña. Vino, pues, a buscar fruto de la higuera. Es notable que no envió a sus siervos, sino que vino él en persona. Así Cristo vino a este mundo, vino a los de Su pueblo (Jn 1:11), en busca de fruto. No hace falta investigar mucho para determinar que es el fruto, Jesús lo dijo antes (vv. 3, 5): "arrepentimiento". Sólo el fruto de la adoración y el compromiso de vida santa son agradables a Dios (Ro 6:22; Ef 2:10; Tit 2:14). El carácter cristiano tiene que estar configurado en los nueve aspectos del fruto del Espíritu (Gá 5:22-23).
Sin embargo, el dueño experimentó una gran decepción en cuanto a las esperanzas que tenía en relación con esta higuera: no halló fruto, ni siquiera un higo. Da tristeza pensar cuántos son los que disfrutan de los privilegios del Evangelio, pero no hacen nada que sirva para el honor, la honra y la gloria de Dios.

(v. 7). Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?

El propósito del dueño de la viña era que en el tiempo oportuno recogiera el fruto de la higuera que había plantado en ella. Confiesa su desencanto al viñador, quien cuidaba la viña y la tierra donde estaba. Se queja de que, tras larga espera, la higuera no le rinde ningún fruto. Pacientemente, año tras año, había venido personalmente en busca de fruto sin encontrarlo. ¿Por cuánto tiempo se ha llegado Dios a nosotros en busca de fruto, y no lo ha hallado? ¡Y cómo nos aguanta Dios en su infinita paciencia!
Esta higuera, no sólo no da fruto alguno, sino que inutiliza también la tierra; es decir, ocupa inútilmente el lugar de otra higuera que podría rendir fruto y hace daño al resto del plantío, absorbiendo del suelo los elementos que podrían beneficiar al viñedo. Así también, los que no hacen el bien dentro de la iglesia, suelen hacer daño con la influencia de su mal ejemplo.
No podía esperarse del dueño de la viña otra cosa que ordenar al viñador que cortase la higuera. Esta acción debe considerarse como un mandamiento que ha de ser cumplido, ya que expresa la voluntad del dueño de la viña y de la higuera.

(v. 8). Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.

El derecho del dueño para cortar la higuera es correcto. Pero, es el viñador el que intercede para detener un tiempo la acción determinada por el dueño. Cristo es el Gran Intercesor (Ro 8:34; He 7:25; 1 Jn 2:1), pero también los creyentes han de interceder los unos por los otros; especialmente, los ministros de Dios, que tienen el deber de orar por aquellos a quienes van a predicar o pastorear
Así hemos de permanecer en la brecha, para que Dios conceda otra oportunidad a las higueras de su viña. Pero tengamos en cuenta que las oraciones de otros hermanos a favor de nosotros, aun cuando sirvan para demorar el castigo que merecemos, no han de conseguirnos el perdón de nuestros pecados, a menos que nosotros mismos reaccionemos con fe, arrepentimiento y oración.
El viñador promete trabajar con mayor esfuerzo, durante el año de dilación, para mejorar la condición de la higuera. Nuestras oraciones por otros han de ir acompañadas de nuestras acciones, pidiéndole a Dios gracia para cumplir con nuestro deber de ayudar al hermano. Los creyentes infructuosos deben ser despertados de su letargo espiritual mediante la corrección que quebrante la dureza del terreno de su vida, y estimulados mediante las promesas del Señor, que son como el abono que nutre y enriquece ese terreno.

(v. 9). Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.

Sería dejada durante un año y si daba fruto bien, seguiría estando en el lugar donde había sido plantada. La frase queda en suspenso; pero lo que sigue da a entender claramente la alegría que tanto el dueño como el viñador experimentarán si la higuera, por fin da el fruto que de ella se esperaba. Cuando un pecador inconverso, o un creyente sin fruto, se arrepienten, se enmiendan y dan fruto, todo trabajo se puede dar por bien empleado; la higuera que antes era estéril recibirá bendición de parte de Dios (He 6:7).

Pero, si no da fruto la cortaría entonces. Ésta es la triste alternativa. La paciencia de Dios retrasa el castigo, pero no lo levanta. Ser cortado después de tanto esfuerzo por parte del viñador y de tanta paciencia por parte del dueño, es algo muy triste para todos. Y los que interceden a favor de higueras estériles, si éstas persisten en su triste condición, estarán finalmente de acuerdo con el justo juicio de Dios, cuando tales árboles tengan que ser cortados.