La seguridad del creyente es una de las grandes doctrinas de
las Escrituras. Lamentablemente y con gran frecuencia, se ha predicado y
enseñado la doctrina con una comprensión inadecuada y con descuido de las
amonestaciones de las Escrituras.
El resultado ha sido trágico, porque ha atraído multitudes a
la iglesia que no se han convertido a Cristo de un modo genuino, y les ha
proporcionado una sensación de exceso de
confianza y seguridad falsas. Multitud de personas piensan que son
cristianas y seguidoras de Cristo, pero la vida de esas personas no concuerda
con su profesión de fe.
Estos son dos de los mayores problemas que enfrenta la
iglesia hoy día. Este era el problema de los creyentes corintios. Ellos se
sentían seguros y a salvo en Cristo pero su excesos y su libertad descontrolada
hacía necesario que se les amonestara fuertemente mediante el ejemplo de los
judíos. Pablo usa la nación de Israel como un excelente ejemplo (1 Corintios 10:1-12).
Versículos del 1 al 5.
“No quiero que ignoréis” (v.1), indica la importancia de lo
que está diciendo Pablo, y el carácter vital de ello para los corintios, a modo
de enseñanza y advertencia.
La palabra “todos” se repite cinco veces en los cuatro
primeros versículos. Sin excepción, los israelitas se beneficiaron de las
bendiciones y los privilegios de Dios. Todos abandonaron Egipto y comenzaron el
viaje hacia la tierra prometida. Todos comenzaron a andar por el desierto del
mundo con aquellos que verdaderamente creyeron y confiaron en Dios; pero como
se hizo evidente, todos no eran genuinos.
Se sentían salvos y seguros porque viajaban con aquellos que
se dirigían a la Tierra Prometida. Pero aún se encontraban en el desierto, y el
desierto incluía todo tipo de peligros a los que había que hacerle frente y
vencer o de lo contrario serían destruidos por el propio desierto.
Israel contó con cinco bendiciones y privilegios
extraordinarios a medida que se dirigía a la Tierra Prometida. Dios se encargó
de que los creyentes tuvieran todo cuanto era necesario para viajar por el
desierto de la vida.
Israel contó con la
nube de la presencia de Dios. Esto se refiere a la presencia y la guía de
Dios (Éx. 13:21-22). Israel atravesó el
Mar Rojo. Esto se refiere a la gran liberación que Dios le proporcionó de
la opresión y esclavitud de Egipto que constituían un símbolo del mundo (Éx.
14:13-31). Tanto la nube como el mar constituían gloriosas señales de la
presencia, la bendición, el poder y la salvación de Dios.
Israel fue bautizado en
Moisés y su liderazgo. Moisés era un tipo de Cristo. Comenta L. Morris: “Así
como el bautismo tiene como efecto poner a una persona bajo el liderato de
Cristo, así también la participación de los grandes acontecimientos del Éxodo
puso a los israelitas bajo el liderato de Moisés”.
Israel participó del alimento
y el agua de la provisión de Dios. La palabra “espiritual” sencillamente
significa que el alimento y el agua provenían de Dios. Dios proveyó para sus
necesidades; se hizo cargo de sus necesidades diarias (Éx. 16:4-8, 11-15; Éx.
17:6).
Israel contó con la
presencia de Cristo. La expresión “y la roca era Cristo” (v.4), a primera
vista tan extraña, se entiende perfectamente si recordamos, como hace notar con
gran acierto E. Trenchard, que el Ángel de Jehová que marchaba constantemente
(Éx. 32:34; 33:2) con el pueblo de Israel durante la peregrinación por el
desierto y en la entrada de Canaán no era otro que el Cristo preencarnado.
Sin embargo, lo que le sucedió a la mayoría de los creyentes
de Israel resulta trágico. Comenzaron el viaje hacia la tierra prometida más de
dos millones de personas. Pero la pregunta importante es la siguiente: ¿Cuántos
permanecieron fieles a Dios en su viaje por el desierto? ¡Solo dos! Josué y Caleb. El resto perecieron en el desierto.
Quedaron postradas (katastronnumi), es decir, regadas como cadáveres por todo
el desierto. ¿Por qué? Porque no agradaron a Dios. En lugar de reconocer la presencia y las bendiciones
del Señor, Israel se dedicó a murmurar, y desobedeció (Nm. 14:29-30).
Versículos del 6 al 10.
Estas cosas debían servir de ejemplo y advertencia para los
corintios y para nosotros, a fin de que evitemos desobedecer en forma
semejante. Pablo procede a enumerar esas actitudes de desobediencia.
No debemos codiciar
cosas malas como codiciaron ellos. Hemos de huir de los deseos desordenados
hacia las cosas carnales. Esto nos hace pensar en Números 11:4 y el deseo de
los israelitas de volver a la antigua alimentación de Egipto, y al mismo tiempo
en la atracción de las fiestas idolátricas de Corinto.
El creyente no debe codiciar los placeres mundanos (1 Jn.
2:15-17).
Pablo también les advierte contra la idolatría. Se basa en la historia del becerro de oro y cita Éxodo
32:6. Allí estaba el peligro para los corintios. Habían sido liberados de la
superstición pagana, pero les seguían atrayendo sus festividades. La
participación gozosa en esas fiestas alocadas podía llevarlos fácilmente a la
idolatría.
Estaba el pecado de la fornicación
o inmoralidad. La referencia primaria de Pablo en este caso parece ser el
episodio de Números 25 donde el pueblo de Israel empezó a fornicar con las
hijas de Moab, comiendo e inclinándose ante sus dioses. En la corrompida ciudad
de Corinto, éste era un pecado muy corriente.
Pablo también amonestó a los gálatas acerca de las obras de
la carne señalando que los que practican tales cosas no heredarán el reino de
Dios (Gá. 5:19-21).
Viene luego la provocación que se nos refiere en Números 21,
donde tentaron al Señor, con el
episodio de las serpientes (Núm. 21:5-6). Los creyentes de Israel con
frecuencia creían que Dios y su líder Moisés demandaban y pedían demasiado. Con
frecuencia anhelaban cosas de la carne que habían conocido anteriormente en
Egipto (el mundo).
En Corinto, el problema era la insatisfacción por las
restricciones impuestas por la nueva fe. A menudo los creyentes creen que Dios
pide demasiado de ellos, que se están perdiendo algo en el mundo.
Pablo menciona en último lugar la murmuración de los israelitas, que siempre se estaba quejando y
murmurando contra Dios y Moisés (Núm. 16:41-49 “la rebelión de Coré”). El
resultado fue juicio y castigo por el destructor, es decir, un ángel enviado
por Dios para ejecutar juicio.
Algo semejante parece haber ocurrido en el caso de los
creyentes de Corinto: murmuraban contra Pablo y, en él, contra el Señor mismo.
La amonestación es clara para los creyentes de la iglesia de Dios. “Haced todo
sin murmuraciones y contiendas” (Fil. 2:14).
Versículos del 11 al 12.
Habiendo tomado sus ilustraciones del Antiguo Testamento,
Pablo procede a aplicarlas, juntamente con las correspondientes lecciones, al
presente. Estas advertencias no son solamente válidas para la iglesia en
Corinto sino que también lo son para la iglesia de hoy día, como ejemplos y
amonestaciones.
A Dios le pareció bien registrar estos sucesos como lecciones
instructivas, a fin de advertir a su pueblo en las generaciones sucesivas y en
otras culturas.
La Palabra de Dios tiene autoridad permanente para los
creyentes de todas las épocas. En efecto, Dios nos ha entregado el Antiguo y
Nuevo Testamento para amonestarnos a que vivamos una vida en armonía con sus
mandatos.
Por tanto, al vivir en estos últimos tiempos debemos apurar
el día de la venida de Cristo llevando una vida santa y piadosa (2 P. 3:11-13).
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (v.
12). Pablo dirige la aplicación a todos los lectores de la carta, pero en
especial a aquellos que con orgullo creen que en Cristo tienen la libertad de
hacer cualquier cosa o de ir a cualquier lugar.
El pueblo de Israel estaba orgulloso de condición para con
Dios. Se sentían espiritualmente seguros porque Dios había hecho un pacto con
su padre Abraham, un pacto que había prometido guardar con toda su descendencia
(Gn. 17:7). Sin embargo, la Escritura narra que muchos descendientes de Abraham
murieron en el desierto (Ro. 11:20) porque fueron desobedientes a Dios y a su
Palabra.
Estos corintios confían en su propia perspicacia en la
“sabiduría” de otros. Eran autosuficientes y su corazón no estaba con Dios.
Pablo les aconseja que día a día descansen en Dios con la confianza de un niño.
Su seguridad espiritual debía venir de una fe verdadera que descansa en que
Dios cumplirá sus promesas.
Terminemos con la lectura de Hebreos 3:12-13.