jueves, 11 de diciembre de 2014

LA EXPERIENCIA DE JONÁS.

Jonás fue un profeta israelita. Profetizó antes del final del reinado de Jeroboam II que Israel recobraría sus fronteras desde la entrada de Hanat hasta el mar del Arabá.
Realizó un ministerio patriótico y bien aceptado por el pueblo. Parece que era admirado por el rey y sus conciudadanos. No es de extrañar, por tanto, que la orden de parte de Dios de ir a Nínive, capital del imperio asirio que por décadas atemorizaba al pueblo de Israel, fuera impresionante y aterradora para él.
El libro de Jonás data del siglo VIII, alrededor del año 760 a.C. Al contrario de otros profetas menores, fue escrito como la historia de la lucha personal del profeta con Dios por causa de la tarea que el Señor le encomendó. Nos habla de la vida y el carácter de este profeta tan debatido y rechazado.
El llamado de Jonás y su reacción. Jonás 1:1-3
Jonás recibe la orden de ir a Nínive y “pregonar” contra aquella ciudad. Tengamos en cuenta que el mensaje de Jonás no es de salvación, sino de destrucción.
Jonás no obedece la orden de Jehová. En lugar de ir a Nínive, se va en dirección opuesta. No es que pensase que Dios no estaba en todo lugar, pero creía que el “feudo” de Jehová era el país de Israel.
¿Por qué huyó? No precisamente porque Asiria hubiese de ser más tarde azote de Israel, sino porque no veía con buenos ojos el que Dios tuviera la intención de salvar también a los gentiles (4:2).
El profeta había trabajado como portavoz de Dios mientras el mensaje era bueno para su pueblo. Pero no estaba dispuesto a llevar el mensaje a un enemigo que podía perjudicar a su país.
Cada uno de nosotros tenemos un llamado, hemos recibido una orden de Dios. ¿Cómo reaccionaremos? Obedeciendo o poniendo excusas.
Pero recuerda…  nadie puede huir de la presencia de Dios (Salmo 139:7-12).
¿Qué hizo Dios ante la reacción de Jonás? Jonás 1:4-17
Dios no abandonó a su fugitivo. Vino la tempestad…
…aquellos hombres echaron a Jonás al mar y cuando el profeta pensaba que la muerte era el juicio de Dios sobre su desobediencia, Jehová tenía dispuesto un gran pez para que tragara a Jonás (v.17).
A lo largo de todo el relato se pone en evidencia la acción de Dios, que dispone los acontecimientos conforme a sus propósitos. Jonás pretende ser infiel a su misión, pero el Señor, valiéndose de su dominio sobre los fenómenos de la naturaleza, ordena los acontecimientos para que el profeta cumpla la voluntad divina.
Dios en ningún momento abandonó a Jonás, ni le rechazó, aunque sí lo tuvo que poner en su escuela de disciplina para corregirlo con amor y hacerle volver del error a la comunión renovada con Él. Y después que Jonás volvió a Dios, éste le dio una nueva oportunidad.
Oración de Jonás. Capítulo 2.
Para volver a Dios, tuvo que arrepentirse y orar desde el vientre del pez, reconociendo y confesando su estado desesperado, poniendo toda su confianza en el Señor y comprometiéndose a obedecerle.
¿Y nosotros, qué vamos a hacer?
A veces, perdemos de vista la idea de la segunda oportunidad. Tenemos la tendencia de pensar que el pecado y la desobediencia nos hacen incompetentes para el ministerio. Jonás nos muestra cuán completo es el perdón de Dios.
El Señor perdona y restaura. Restaurados a la comunión con Dios, podemos volver a ser útiles y a sentirnos realizados.
Cuando Jehová habló por segunda vez a Jonás, éste fue obediente (3:1-3)


lunes, 1 de septiembre de 2014

¡ESFUÉRZATE Y COBRA ÁNIMO!

Si buscamos en el diccionario la palabra “ánimo” encontraremos la siguiente definición: “Valor, esfuerzo o energía con que se acomete algo”.
Está debidamente comprobado que las preocupaciones y el estrés influyen negativamente sobre el organismo humano. Por el contrario, cuando una persona tiene la habilidad de sacarle provecho a experiencias dramáticas, haciendo una lectura positiva, es más propensa a superar los obstáculos de la vida que quién mira solo los aspectos negativos.
Incluso se ha comprobado que en caso de enfermedad grave, y hasta terminal, un estado de ánimo favorable fortalece la calidad de vida.
La Palabra de Dios habla claramente sobre este asunto. Proverbios 18:14 “El ánimo del hombre soportará su enfermedad; Mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?”
Muchas enfermedades y adversidades a las que estamos expuestos en este mundo, pueden soportarse bien cuando la persona tiene una voluntad fuerte, robustecida por la gracia de Dios, para abrirse paso a través de ellas. En cambio, cuando la persona posee una voluntad débil, no sabe ni puede soportar las dificultades y, lo que es peor, difícilmente admite la ayuda de los demás.
El ánimo angustiado hace referencia a quién ha sido aplastado por las dificultades y que a menudo sufre de depresión (Pr 17:22) “El corazón alegre constituye buen remedio; Mas el espíritu triste seca los huesos”. Este versículo es un breve resumen de psicobiología: El gozo favorece a la salud corporal; la depresión daña a la salud.
Pero hoy podemos dar gracias a Dios porque él envió a Jesús para sanar a los quebrantados de corazón (Lc 4:18).
Y el Señor le dice a cada uno de sus hijos: ¡Esfuérzate y cobra ánimo!, lo mismo que le dijo el rey David a su hijo Salomón en los preparativos para la construcción del templo.
1 CRÓNICAS 22:13 “Entonces serás prosperado, si cuidares de poner por obra los estatutos y decretos que Jehová mandó a Moisés para Israel. Esfuérzate, pues, y cobra ánimo; no temas, ni desmayes”.
Sería prosperado si ponía en práctica los mandamientos que Dios mandó a Moisés para Israel. Una cosa es conocer la Palabra de Dios y otra bien distinta es ponerla por obra. La obediencia a los mandamientos nos trae bendición y prosperidad. Puedes tener mucho conocimiento, incluso titulaciones, pero si no practicas la Palabra de Dios no sirve de nada.
Se tendría que esforzar como el atleta cuando corre en una competición, que hace un sobreesfuerzo con el fin de llegar a la meta el primero. Sin temor, sin desmayar.

1 CRÓNICAS 28:9 “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre”.
Estos son los consejos de un padre a su hijo: Sé diligente en aquello que Dios te ordena. No te descuides, no te despreocupes. Pon interés.
Sírvele con devoción y con ánimo voluntario, no por lo que puedas conseguir de él sino porque le amas. Acércate a Dios con alegría.
Comprende que el Señor honra a quienes honran su Palabra y lo buscan de todo corazón.

El modo principal de dar aliento a un hermano es compartir con él el consejo que se encuentra en la Palabra de Dios. Un buen ejemplo de esto se encuentra en la carta que el apóstol Pablo escribe a la iglesia en Tesalónica: “Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros” ( 1 Tesalonicenses 5:11).
En este texto la palabra “animaos” viene de la voz griega “Parakaleo” que significa “dar aliento o consolar”. Hay aquí una clara indicación de “estar presente” o “acudir al lado de la persona que necesita ánimo”.
También es nuestra responsabilidad actuar de tal manera que podamos edificar a los demás. Que nuestras actitudes y comportamientos sirvan para bendecir a los demás. Nuestra fuerza viene de Dios, solo nos falta cobrad ánimo para alcanzar la meta.



martes, 29 de julio de 2014

LA DISPONIBILIDAD DEL CREYENTE.

Una de las características mas sobresalientes de un creyente que desea agradar a Dios es que siempre debe estar dispuesto. En la vida cristiana se nos presentan numerosas oportunidades para servir en la obra de Dios pero no en todas ellas mostramos el mismo interés.
Normalmente cuando convocamos una vigilia de oración la asistencia suele ser muy escasa; sin embargo, cuando organizamos una excursión acude la mayoría de la iglesia. Esto ocurre en todas las congregaciones: Son muchos los que están dispuestos a participar en lo que es de su agrado y muy pocos los que están comprometidos seriamente con los asuntos de Dios.
El creyente siempre debe estar dispuesto, le guste o no el servicio que ha de prestar, porque servir a Dios además de ser una obligación es también un gran privilegio. Obedecer sus mandatos trae bendición a nuestras vidas y nos permite alcanzar todas las promesas que él tiene para nosotros. La Biblia nos muestra numerosos ejemplos de creyentes que estuvieron dispuestos a pagar cualquier precio por servir a Dios.

JOSUÉ 1:7-9 "Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley , sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas".

A Josué se le aseguró el éxito de su misión, siempre que tuviera el cuidado de seguir las instrucciones del libro de la Ley y fuera esforzado y valiente. Las generaciones siguientes habrían de aprender lo necesario que era meditar diariamente en la Ley y de hacer caso a sus mandamientos, para prosperar espiritual y materialmente.
Josué llamó inmediatamente al pueblo a prepararse para cruzar el Jordán. Su valor, firmeza e inquebrantable fidelidad a la ley de Jehová le sirvieron como condiciones indispensables para iniciar y completar con éxito la conquista de Canaán; llegados a este punto dice la Biblia. "No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió" (Josué 21:45).

NEHEMÍAS 1:3-4; 2:17; 4:17  "Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego. Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos". "Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio". "Los que edificaban en el muro, los que acarreaban, y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada".

Las tristes noticias recibidas por Nehemías sobre el deplorable estado de Jerusalén conmovieron su corazón. Después de oír estas palabras se sentó, lloró, hizo duelo, ayunó y oró. Luego actuó, no se quedó quieto, estuvo dispuesto a hacer todo lo necesario para que la situación de la ciudad cambiara. Él tenía muy claro que si todos estaban dispuestos a trabajar en la construcción de los muros, Dios que es grande estaría con ellos y cumpliría su pacto.
Nehemías se identificó con el pueblo y estaba preocupado personalmente por el problema, no trató de esconder la realidad de los hechos, sino que animó al pueblo a reedificar. Con una actitud positiva y una buena disponibilidad consiguió la cooperación de los demás y distribuyó el trabajo. Todos trabajaron unidos.
Finalmente, gracias a la perseverancia de Nehemías, y a pesar de las continuas adversidades, el muro fue terminado y todas las naciones que estaban alrededor temieron, se sintieron humillados y conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra (Nehemías 6:15-16).

DANIEL 1:8-9 "Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligarse a contaminarse. Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos".

Daniel se mostró totalmente firme en su devoción israelita. Le habían cambiado el nombre, pero no le pudieron cambiar el corazón. Él estaba dispuesto a no contaminarse con la comida ni con el vino del rey; y sus compañeros hicieron lo mismo.
En la corte real de Babilonia (es decir, en un ambiente completamente pagano), Daniel y sus compañeros de exilio deciden no mancharse comiendo alimentos que la ley de Moisés declaraba impuros, y Dios, en recompensa, les concede una salud excelente y una sabiduría superior a la de los magos y adivinos del rey (Daniel 1:15, 17, 20). Dios bendice grandemente cuando permanecemos firmes en su Palabra y no participamos en las costumbres paganas de esta sociedad.
Daniel y su compañeros fueron ejemplos de fidelidad al Dios de Israel porque estuvieron dispuestos a sacrificar los placeres del mundo por una total obediencia a Dios.
¿Estamos nosotros dispuestos, como estos siervos de Dios, a buscar primeramente las cosas del Reino y darles la prioridad que merecen?




lunes, 14 de julio de 2014

BENEFICIOS DE LA OBEDIENCIA.

LEVÍTICO 26:1-13

1 No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios.
2 Guardad mis días de reposo,[a] y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová.
3 Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra,
4 yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto.
5 Vuestra trilla alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la sementera, y comeréis vuestro pan hasta saciaros, y habitaréis seguros en vuestra tierra.
6 Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante; y haré quitar de vuestra tierra las malas bestias, y la espada no pasará por vuestro país.
7 Y perseguiréis a vuestros enemigos, y caerán a espada delante de vosotros.
8 Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a filo de espada delante de vosotros.
9 Porque yo me volveré a vosotros, y os haré crecer, y os multiplicaré, y afirmaré mi pacto con vosotros.
10 Comeréis lo añejo de mucho tiempo, y pondréis fuera lo añejo para guardar lo nuevo.
11 Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará;
12 y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.
13 Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para que no fueseis sus siervos, y rompí las coyundas de vuestro yugo, y os he hecho andar con el rostro erguido.

Vemos en este texto de Levítico que Dios enseña a su pueblo acerca de la importancia de ser obedientes. Los versículos 1 y 2 nos recuerdan que Dios es el único a quien debemos adorar. Todo acto en el que nos inclinemos delante de una imagen, escultura o estatua es un acto de desobediencia al mandato de Dios. Tampoco podemos hacernos ídolos para nosotros; recordemos que un ídolo es todo aquello que ocupa en nuestro corazón el lugar que le corresponde a Dios y nos roba el tiempo de comunión que le pertenece a nuestro Señor.
Después de haber entregado Dios a los hijos de Israel una lista de mandamientos, en el versículo 3 prepara la escena para que el pueblo pudiera ver los beneficios de obedecerlo. Debían vivir una vida piadosa, lejos de todo aquello que desagradaba a Dios. Su manera de vivir debía reflejar la imagen de Dios.
Un estilo de vida que vaya de acuerdo con los mandamientos de Dios trae muchos beneficios a nuestra vida y será un fiel reflejo de obediencia a Dios. Si tenemos al Señor Jesús dentro de nosotros, él nos motivará a vivir en obediencia y sumisión, honrando su Palabra y siguiendo su ejemplo.
Obedecer las palabras del Señor y el prestar atención es mejor que cualquier sacrificio (1 Samuel 15:22). La actividad religiosa en si misma no tiene valor. No podemos sustituir la obediencia a la Palabra de Dios con la religiosidad formal. El cristiano tiene que llevar a la práctica todo lo que nos enseñan los mandamientos de Dios; rechazarlos sería un acto de desobediencia.
En los versículos del 4 al 11 aparece una lista de promesas beneficiosas que Dios hizo a los israelitas, pero las mismas se cumplirían solamente si ellos obedecían a Dios. Podían esperar abundantes cosechas que siempre estarían protegidas de toda amenaza, triunfarían como nación y disfrutarían de mucha paz, el pueblo aumentaría en gran número.
Otra promesa muy esperanzadora para los que obedecen a Dios se encuentra en Josué 1:8 "Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien".
Dios desea que le sirvamos porque lo amamos, no para recibir cosas materiales por nuestro interés personal, pues esta razón de servirle sería equivocada. No obstante, Dios bendice a su pueblo materialmente pero también promete prosperidad espiritual. La bendición de tener una relación personal con Dios no debe pasarse por alto.
Es bueno que el creyente sepa que los principios de estas promesas se aplican a nosotros hoy. No nos van a librar de los problemas de esta vida pero podemos confiar en Dios pensando que todo lo que nos ocurre tiene un buen propósito para nuestra vida: "Y sabemos que los que aman a Dios, todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28).

Dios nos ayudará, nos cuidará y suplirá todas nuestras necesidades con lo justo y necesario para vivir cada día. El Señor Jesús nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción pero que confiáramos que él había vencido al mundo (Juan 16:33).

viernes, 11 de julio de 2014

LLAMAMIENTO A UNA VIDA SANTA.

La santidad es uno de los temas clave de toda la Biblia. Vemos en ella a Dios, que exhorta a su pueblo una y otra vez a ser santo. Dios es santo en todo: santo en su amor, santo en su poder, santo en sus propósitos, santo en sus juicios. La voluntad de Dios es que en esa misma forma, la santidad inunde cada aspecto de nuestra vida todos los días y en todas las circunstancias.
Para llevar una vida de santidad necesitamos dos cosas: una mente atenta y un corazón obediente a la Palabra de Dios. El resultado de una vida santa será que podremos ver al Señor (Hebreos 12:14). La vida del cristiano tiene como meta suprema entrar y estar en la presencia de Dios.
El Nuevo Testamento nos enseña claramente que santo es todo aquel que da la espalda al pecado y a todas las cosas del mundo y se decide a seguir a Jesús. La santificación tiene dos aspectos: Por una parte, está relacionada con la separación del mundo y del pecado; por otra, se relaciona con la consagración a Dios y la entrega a su servicio.

El modelo o norma de santidad.
Si buscamos el modelo y las normas de santidad en la voluble sociedad humana, en las personas o incluso en las iglesias, quedaremos desorientados y frustrados. El verdadero modelo y norma de la santidad es Dios mismo. Sólo cuando miremos a Dios y a su naturaleza, tendremos una idea clara de lo que es la santidad perfecta.
Dios le exigía santidad a su pueblo del Antiguo Testamento. "Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo" (Levítico 11:45). Después de la consagración de Israel, la cuestión surgiría naturalmente: ¿De qué manera debe vivir un pueblo santo? Para responder a esta pregunta, Dios les dio un código de leyes santas que se encuentran en el libro de Levítico, que les obligaba a vivir una vida santa. Lo mismo se puede decir del creyente en nuestros días. Aquellos a quienes se les declara santificados (Hebreos 10:10) son exhortados a seguir la santidad (Hebreos 12:14); aquéllos que han sido limpiados (1 Corintios 6:11) son exhortados a limpiarse a sí mismos (2 Corintios 7:1). La santidad de Dios es la única norma bíblica válida para la santidad del creyente.

Exhortación a la santidad.
La Biblia nos enseña acerca del futuro, no meramente para satisfacer nuestra curiosidad, sino para alentarnos a vivir en santidad, de manera agradable a Dios. Nos enseña y nos da doctrinas, no únicamente para educarnos e informarnos, sino para proporcionarnos los fundamentos de una vida cristiana práctica, revestida de santidad y amor.
"como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:14-16).
Dios exhorta a su pueblo a salir del mundo y separarse del estilo de vida que tiene los mundanos. Como señalamos anteriormente, la santidad que se enseña en la biblia tiene que ver tanto con una separación de lo que es malo, como con una dedicación y consagración a lo que es bueno de acuerdo a las normas de la Palabra de Dios.
Es necesario terminar con las costumbres mundanas que inducen a actitudes desagradables a los ojos de Dios, que nos identifican con los impíos, y no con sus hijos.
Si fijamos nuestra atención en la pureza y la santidad de Dios y las normas que nos enseña su Palabra, Él podrá mostrarnos aspectos concretos de nuestra vida en los que necesitamos ser más santos. Cuando esto haya sucedido, y le hayamos correspondido, surgirá espontáneamente en nosotros el deseo de separarnos de todas aquellas prácticas y costumbres que no se ajusten a las normas de la Palabra de Dios y adaptarnos más al estilo de vida de la santidad bíblica: justicia, verdad, pureza, deseos sanos y obediencia a Dios.

Es posible llevar una vida de santidad.
El creyente lleno del Espíritu Santo cuenta con una fuente inagotable de poder para llevar una vida de verdadera santidad. El Espíritu usa la Palabra de Dios para guiar al cristiano en todos los aspectos de su vida y lo ayuda a poner en práctica todo aquello que aprende de Dios.
Como resultado de todo esto, nos liberamos de aquellas actitudes y hábitos que separan y distancian a los seres humanos entre sí. Surge un genuino amor, y también una entrega total al Señor. De la vida santificada en esta forma surge el amor del Calvario, que se transmite de corazón a corazón entre los creyentes y se expresa en actos bondadosos y puros. El mismo Dios que es santo también es amor. La santidad y el amor siempre van de la mano.
Dios espera de nosotros que seamos reyes y sacerdotes y estemos en su presencia (Apocalipsis 1:6; 5:10; 1 Pedro 2:5, 9). Para que no haya nada que nos estorbe en su servicio, y poder ver a Jesús cara a cara cuando vuelva, debemos seguir la paz con todos los hombres, pero no a expensas de sacrificar la santidad.
"Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Hebreos 12:14).
Dentro de una atmósfera de amor comunitario es más fácil la santificación, sin la cual no es posible gozar del favor y del trato íntimo de Dios; pero en las relaciones sociales dentro y fuera de la iglesia, el cristiano también debe proponerse como objetivo la santidad. Aunque vive en el mundo, es diferente y está separado de él. Sus valores no son los de este mundo, ni tampoco su conducta. Su objetivo no es quedar bien con los hombres, sino con Dios. 


lunes, 16 de junio de 2014

AMOR, ACEPTACIÓN Y PERDÓN.

El amor, la aceptación y el perdón son tres cosas absolutamente necesarias en todo ministerio que quiera llevar a las personas a la restauración de sus vidas.
Si la iglesia quiere llegar a ser una fuerza espiritual al servicio de Dios en este mundo debe aprender a amar, aceptar y perdonar a las personas.
La iglesia está en el mundo para ministrar salvación a través del nombre de Jesucristo. Así pues, la iglesia del Señor es el lugar donde las personas necesitan ser salvadas, sanadas y restauradas en todos los aspectos de su vida. Pero antes de que la gente pueda acudir a la iglesia, debemos ofrecerle ciertas garantías.
Lo primero que tenemos que garantizarles es que serán amadas siempre, en toda circunstancia sin excepción. Lo segundo, que serán totalmente aceptadas, sin reservas de ninguna clase. Lo tercero, que por muy lastimoso que sea su fracaso o escandaloso su pecado, tendrán perdón sin reservas con solo pedirlo sinceramente y sin que nadie quede con resentimiento en su corazón.
Iglesia somos todos y si no les garantizamos estas tres cosas, jamás nos permitirán tener el maravilloso privilegio de restaurarlas mediante la comunión de la iglesia.
Amaos unos a otros
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Juan 3:14).
Según este versículo de las Escrituras, la evidencia de que somos hijos de Dios es nuestro amor por los demás creyentes. Si no tenemos amor, permanecemos “en muerte”, no somos hijos de Dios, aparte de la experiencia espiritual que afirmemos haber tenido en el pasado.
Hoy la iglesia de Jesucristo necesita contraer el compromiso de amar a la gente para luego dedicarse a cumplir ese compromiso. Todo nuestro estilo de vida les debería estar diciendo a los demás: “Si por casualidad se le ocurre venir a visitarnos, tenga la seguridad de que vamos a amarlo. No importa quién sea usted, lo que haya hecho en su vida, que aspecto tenga; lo vamos a amar igual”.
Debemos recordar que la palabra griega que aquí se traduce amor es ágape. El amor ágape primeramente existe y luego afecta a las emociones. Es un compromiso que contraemos con otra persona y que nos motiva a actuar en beneficio de ella.
Este concepto del amor es totalmente extraño a nuestra cultura. Porque la mentalidad de este mundo nos lleva a amar y dar solamente cuando hay razón para suponer que nuestro amor será correspondido.
En el reino de Dios primero amamos a una persona y luego procedemos a conocerla. El amor es un compromiso y en su acción es independiente de nuestros sentimientos o de la falta de ellos. Nosotros necesitamos alcanzar con este amor a todo aquel que venga a la iglesia.
Una iglesia que pueda contraer con toda persona el compromiso anteriormente citado es una iglesia que está aprendiendo a amar y que será una fuerza al servicio de Dios.
La aceptación: el amor en acción
“Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:11-13).
Amar significa aceptar a la gente tal como es por causa de Cristo. Jesús no se apartó de los demás para ir solamente a la sinagoga. Al contrario: se relacionó de tal manera con los pecadores que los santurrones de aquel entonces se sintieron molestos con la situación.
Jesús pasó la mayor parte de su tiempo con pecadores desagradables, marginados y enfermos. Y cuando esa clase de gente encuentra a alguien que los ama y acepta, se acercan a Dios y cambian sus vidas.
Aceptar a la gente sin reservas de ninguna clase debería ser un hábito en nosotros. Porque cuando cultivamos el hábito de aceptar a las personas, éstas se abren con nosotros, nos tienen afecto y confían instintivamente en nosotros. Otro motivo aún más importante es que Dios nos hizo aceptos en el Amado (Efesios 1:6).
Por otra parte, tiene que quedar bien claro que aceptar no es dar licencia. Siempre debemos aceptar a la persona con sus problemas y necesidades, a fin de ayudarla, pero nunca aceptaremos su pecado ni sus conductas indignas, faltas de santidad.
El perdón: dejar de hacer el papel de Dios
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
El perdón es el acto por el cual libramos al prójimo de nuestro juicio. Pero librar a una persona de nuestro juicio no significa que estemos de acuerdo con lo que haya dicho o haya hecho. Simplemente significa que no actuaremos como jueces. No la sentenciaremos como culpable.
Insistir en ser juez de otro es hacer el papel de Dios con él. La Palabra dice: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
Además, todas las injurias que nosotros hayamos sufrido a causa de la mala actitud de nuestro prójimo jamás podrán ser comparadas con las ofensas que Jesús, que nunca cometió pecado, tuvo que soportar al ser crucificado. Con todo esto, ¡extendió su perdón! Y al hacerlo nos dejó un ejemplo.
“No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados” (Lucas 6:37).
Debemos ser muy humildes y prudentes al juzgar a los demás, pues también nosotros deseamos que los demás sean prudentes y caritativos al juzgarnos a nosotros.
Cuando predomina el amor, la aceptación y el perdón, la iglesia de Jesucristo se convierte en un centro para la curación y restauración de muchos enfermos espirituales y una gran fuerza al servicio de Dios.


lunes, 31 de marzo de 2014

DIOS AYUDA A SU PUEBLO.

En los momentos difíciles, es fácil sentir que Dios nos ha abandonado. Sin embargo, cuando analizamos las Escrituras, sabemos que eso no es cierto. La Biblia contiene  muchos ejemplos de la ayuda de Dios para quienes les invocan.
Tal vez estés pasando por un momento difícil. De ser así, permite que este mensaje te anime a acudir a Dios como la fuente de ayuda para ti. Él sigue siendo fiel para ayudar a quien lo busca.

Salmos 120:1-4
A Jehová clamé estando en angustia,
    Y él me respondió.
Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso,
Y de la lengua fraudulenta.
¿Qué te dará, o qué te aprovechará,
Oh lengua engañosa?
Agudas saetas de valiente,
Con brasas de enebro.

¿Cuál es tu primera reacción ante una experiencia angustiosa?
Las reacciones ante las dificultades pueden ser diversas: Si estamos enfermos, llamamos al médico; si tenemos presiones económicas, trataríamos ganar más dinero. Hasta pudiéramos huir de nuestros problemas, esperando que así desaparecerán. Pero tenemos que recordar que nuestra ayuda esencial está en Dios.
En el versículo 1, el salmista pudiera estar refiriéndose a un tiempo en el pasado en que necesitó la ayuda de Dios. Como Dios lo había ayudado entonces, tenía confianza en invocarlo otra vez. Aunque no conocemos las circunstancias del autor, parece estar enfrentándose a algún tipo de crítica o calumnia (v. 2).
¿Cuál es la respuesta apropiada hacia quienes nos calumnian?
A veces podemos confrontar, con amor, a la persona que ha divulgado mentiras sobre nosotros. En otras ocasiones, el vivir de una manera sana mostrará que son falsas las acusaciones contra nosotros ( I Pedro 3:14-16). Pero a veces es necesario dejar que Dios les hable a quienes nos están acusando.
Para el autor de este salmo, su único recurso fue pedir la ayuda de Dios en la liberación de las mentiras de sus enemigos. Y ese pudiera ser nuestro único recurso también. Así como el salmista confió en Dios para que le ayudara, nosotros podemos confiar en Dios para que nos ayude.

Salmos 121:1-8
Alzaré mis ojos a los montes;
    ¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová,
Que hizo los cielos y la tierra.
No dará tu pie al resbaladero,
Ni se dormirá el que te guarda.
He aquí, no se adormecerá ni dormirá
El que guarda a Israel.
Jehová es tu guardador;
Jehová es tu sombra a tu mano derecha.
El sol no te fatigará de día,
Ni la luna de noche.
Jehová te guardará de todo mal;
El guardará tu alma.
Jehová guardará tu salida y tu entrada
Desde ahora y para siempre.

Los salmistas del Antiguo Testamento sabían lo que era confiar en la protección de Dios. Era sólo a Dios y a nadie ni a nada más que el salmista acudía en busca de ayuda.
Los “montes” en el versículo 1 pudieran ser los montes sobre los cuales se construyó Jerusalén. Los judíos consideraban sagrados a la ciudad y los montes que la rodeaban, pero éstos no eran los que podían ayudar a Israel.
El salmista reconoció que sólo había uno que puede darle la ayuda que necesitaba: Jehová, creador del cielo y de la tierra. Tan grandes como eran las montañas, la ciudad y hasta el templo, no eran más grandes que Dios.
Tras haber experimentado esto, el autor de este salmo prosigue este cántico gradual hablando de la ayuda y protección que viene de parte de Dios. No resbalarán los pies de los que confín en Dios (v. 3). Eso no quiere decir que no tendremos dificultades. Pero cuando ponemos la confianza en Dios, Él nos ayudará a evitar las trampas y las encerronas del enemigo con que nos encontremos.
Como creyentes, podemos tener confianza en que Dios nos guardará porque Él no duerme. Nada puede suceder que Dios no vea. Aun cuando las dificultades de la vida parezcan aplastantes, podemos apoyarnos en el hecho de que Dios conoce el porqué de todo lo que nos sucede.
A veces los creyentes pudiéramos sentir que Dios ya no nos cuida o nos ha olvidado. Aunque la Biblia no garantiza que jamás nos enfrentaremos a la dificultad, sabemos que Dios está con nosotros (Romanos 8:35-39).
Podemos afrontar grandes problemas y dificultades, pero no somos derrotados gracias a la ayuda de Dios. La comprensión del poder de Dios debe ser alentador para nuestras vidas. Mientras seamos fieles en servir a Dios, Él nos protegerá en toda circunstancia de la vida.
Todo el día, en todo lo que hacemos, Dios es nuestro protector contra todo mal que nos rodee. Y esta protección no es sólo para hoy; es para siempre.

Salmos 126:1-6
Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,
    Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa,
Y nuestra lengua de alabanza;
Entonces dirán entre las naciones:
Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;
Estaremos alegres.
Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,
Como los arroyos del Neguev.
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;
Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.

Muchos eruditos le han atribuido este salmo al retorno de Israel del cautiverio babilónico, momento en que el pueblo adoró a Dios como resultado de su liberación de la esclavitud. Esta noticia era como un sueño para ellos. Reaccionaron con gozo y alabanza, incluso las naciones vecinas reconocían que el Dios de los israelitas había hecho grandes cosas por ellos.
Es muy importante que reconozcamos la bondad de Dios hacia nosotros. Las bendiciones que recibimos no son fruto de nuestros esfuerzos ni de nuestra capacidad, son resultado de la gracia y la misericordia de Dios.
Cuando ponemos la confianza en Dios durante nuestras pruebas, Él nos fortalece y nos libera. Hasta los no creyentes pueden ver la mano de Dios sobre nuestra vida.

Aunque el futuro nos parezca poco prometedor, quienes servimos al Señor tenemos que tener la seguridad de que Dios nos ayudará. La clave es la obediencia. Cuando somos obedientes a Dios, podemos estar seguros de que Dios nos recompensará también. Podemos ser fieles a Dios y dejarle a Él los resultados.  

domingo, 9 de febrero de 2014

NO PARTICIPES DE LAS COSTUMBRES DEL MUNDO.

Estoy plenamente convencido que el pueblo de Dios no recibe avivamiento porque sigue participando de las costumbres y fiestas paganas de este mundo. Todo aquel que celebra tales cosas no se puede imaginar la gran cantidad de bendiciones y promesas que deja de recibir.
Durante estos días ya han empezado los grandes centros comerciales a envolvernos muy sutilmente con atractivas imágenes y mensajes que nos invitan a la diversión y a la felicidad. Comienza un nuevo ciclo plagado de fiestas de origen pagano que durante todo el año tocarán en la puerta de nuestro corazón, ¿les vamos a abrir nuevamente? ¡Recordemos que éstas estaban dedicadas a dioses romanos!
A lo largo de la historia, estos hechos se han repetido una y otra vez. En el siglo III la persecución de la iglesia por el imperio romano cesó con la muerte de Diocleciano. Vino después un peligro más sutil: la protección del estado. El cristianismo llegó a estar "de moda" y miles de paganos apenas cristianizados llenaban las iglesias. El número de feligreses se cuadruplicó en el siglo después de Constantino. Ser cristiano constituía aceptar un credo en vez de experimentar un cambio radical a través de arrepentimiento y fe en Cristo. Llegó una nueva libertad para ir al mundo con las buenas nuevas, pero al mismo tiempo, el mundo entró en la iglesia.
Jesús dijo: "Mi reino no es de este mundo" (Juan 18:36). Sin embargo durante la época medieval algunos de sus seguidores convirtieron a la iglesia institucional en una entidad política, y cambiaron su poder espiritual por el terrenal. El cristianismo llegaría a ser, casi exclusivamente, una religión europea.
La historia se vuelve a repetir durante la época renacentista. La iglesia cristiana crece, avanza y nuevamente se llena de corrupción. Pero ante este hecho, surgen tres hombres, Juan Wyclif, Juan Hus y Jerónimo Savonarola, que con sus predicaciones de las Escrituras y su ferviente condenación del pecado preparan el camino hacia la Reforma. Miles de hombres y mujeres piadosos sembraron la verdad con palabra y vida. El Señor siempre ha tenido un remanente fiel a su Nombre.
De igual manera, en los tiempos actuales las iglesias cristianas desean ser tan atractivas para los inconversos que corren el riesgo de querer parecerse tanto al mundo que éstos no vean que haya una diferencia. La idea de cristianizar las celebraciones paganas para ganas almas simpatizantes con el evangelio, no asegura un cambio en el corazón de las personas. El pueblo de Dios debe apartarse de todas las tradiciones y fiestas del mundo, alumbrando con la luz de Cristo para que se note la diferencia (Mateo 5:16).
Muchas veces ponemos la excusa de que "hacemos estas cosas para que la gente se salve", sin pensar que es Dios el que añade a la iglesia los que han de ser salvos (Hechos 2:43-47), no nosotros ni nuestras atractivas celebraciones. Los inconversos no van a entregar sus vidas a Cristo a través de una fiesta, pues eso es lo que han hecho siempre y no van a notar ni la diferencia ni la necesidad.
Para que la iglesia siga recibiendo las bendiciones y promesas del Señor tiene que andar rectamente delante de él, al igual que Abraham tuvo que cumplir el pacto establecido con Dios (Génesis 17:1-9).
La renovación y la expansión de la iglesia son promovidas por personas fieles y obedientes que predican la sana doctrina sin adornos y sin máscaras.
Y tú ¿dónde estás, con la iglesia tradicional o con el remanente fiel? Medítalo. Dios te bendiga.