lunes, 2 de noviembre de 2015

JESÚS VISITA A MARTA Y A MARÍA.

LUCAS 10:38-42
38. Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
Vemos aquí la visita que Jesús hizo a Marta y María, las hermanas de Lázaro.
El relato acerca de las dos hermanas sirve para completar algo que falta en la parábola del buen samaritano. Al leer esta parábola, hay quienes llegan a la conclusión de que la religión verdadera sólo consiste en ministrar a los necesitados. Sin embargo, el episodio que tuvo lugar en la casa de Marta y María nos enseña que servir, sin tener comunión con Cristo, no basta.
Jesús, y Él solo, como se ve claramente en el original, entró en la aldea, mientras los discípulos proseguirían su camino. Marta y María vivían en Betania, sobre la vertiente oriental del Monte de los Olivos, a unos tres kilómetros de Jerusalén.
De las dos hermanas, es Marta quien generalmente toma la iniciativa para extender una cordial bienvenida a Jesús, lo que denota su temperamento activo y extravertido. Jesús amaba a esta familia y parece ser que les visitaba con alguna frecuencia (Juan 11).
39. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
Parece ser que Jesús, tan pronto como entró en casa de Marta, se dedicó a su gran obra de predicar el evangelio. María ya está sentada a los pies del Señor. Los mismos pies que en una ocasión posterior va a ungir (Juan 12:3). María se sentó para oír, lo que indica su interés en prestar atención. Su mente estaba dispuesta y su corazón estaba resuelto para recibir todo cuanto Cristo pronunciara.
Puesto que Cristo está presto para hablar, nosotros debemos estar prestos para oír. Si nos sentamos ahora a los pies de Cristo para oír, también nos sentaremos en el futuro con Él en su trono para reinar.
40. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
Marta se preocupaba con muchos quehaceres y por esta razón no estaba a los pies de Cristo como María.
Observemos aquí dos cosas a tener en cuenta. En primer lugar, algo digno de elogio, que no debe ser pasado por alto, pues indica un gran respeto hacia el Señor Jesús. Marta se preocupaba, no precisamente por ostentación, sino por mostrar, del mejor modo posible, su afecto hacia el Maestro.
En segundo lugar, algo digno de reprensión, porque la preocupación de Marta era excesiva. Tenía tanto interés en que el servicio material al Señor fuese espléndido, que esto le distraía de cosas más importantes.
Tanto trabajo y María sólo se sienta allí … ¡sin hacer nada! Marta explota de enojo. Se siente exasperada. Siente que tiene una justa razón para estar completamente irritada. En su estallido no solamente critica a María sino también a Jesús por permitir que María se siente allí … de ociosa.
La queja de Marta mostraba su exceso de preocupación por las cosas materiales. Marta apelaba a Cristo con el deseo de que también Jesús estuviese de acuerdo con ella y justificase su enfado.
Marta actuó como aquellas personas que dan por hecho que si los demás actúan diferentes a ellas, entonces están equivocados.
Aquí tenemos una de las cosas difíciles de la vida. A menudo queremos ser amables con la gente, pero a nuestra manera. Y si no acertamos, nos damos por ofendidos y nos quejamos de que no se aprecia nuestro esfuerzo.
Si queremos de veras ser amables, lo primero que debemos intentar es comprender a la persona a la que queremos ayudar, y olvidarnos de todo lo que querríamos hacer nosotros.
41. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
La reprensión que Jesús dio a Marta fue por su excesiva preocupación. Jesús, a pesar de ser el huésped de Marta, la reprende porque Él reprende y corrige a todos los que ama (Apocalipsis 3:19). Los hijos de Dios, si hacemos algo impropio, pronto escucharemos su voz de reproche.
A Marta la excesiva preocupación le ocasiona congoja, y la congoja le ocasiona enfado y mal humor. Su actitud no era buena para su salud espiritual. Un poco menos de servicio habría sido mucho mejor para la paz de su alma.
Por desgracia, es un defecto común de todos los que pretendemos servir al Señor el afán desordenado de activismo, tanto con respecto a cosas materiales como a las cosas mismas del Señor. El precio que pagamos por ello es, a veces, muy alto, puesto que dañan nuestra propia salud física y mental, con lo que nos incapacitamos para servir al Señor y a los hermanos como es debido.
42. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.
Sólo una cosa es necesaria, precisamente lo que María había escogido: sentarse a los pies de Cristo para escuchar su palabra. La comunión con el Señor es lo más importante y necesario para nuestras vidas.
Finalmente, tenemos la aprobación de Cristo a la devoción de María. Jesús elogió a María por su sabiduría al escoger la parte buena, ya que escogió, al escribir en su corazón la palabra de Jesús, un camino mejor de honrar y agradar a Cristo que el escogió Marta proveyendo para el sustento material del Señor.
Marta habría actuado mejor si hubiera preparado una comida sencilla y se hubiera dedicado el resto del tiempo a escuchar a Jesús. En el cristianismo hay un lugar amplio para las buenas obras, pero éstas no son sustituto de la vida de devoción. Se necesita un equilibrio entre la vida activa y la contemplativa.
Apliquemos.
Algunos estudiosos de la Biblia hacen una comparación entre las dos mujeres. Dicen que Marta era enérgica y muy trabajadora, pero carecía de un amor profundo; en cambio, María amaba mucho al Señor, pero de una manera sentimental e indolente. La verdad es que ambas poseían cualidades admirables, amaban profundamente al Señor y deseaban agradarle.
Algunas personas son polvorillas de actividad; otras son naturalmente tranquilas. Y a las activas les cuesta comprender a las contemplativas, y viceversa. No es que la una sea buena y la otra no. Dios no nos ha hecho a todos iguales. Dios necesita sus Martas y sus Marías. Como decía Teresa de Jesús, en el servicio del Señor deben estar juntas Marta y María.
Hermanos, el predicar no es lo que nos mantiene vivos espiritualmente, tampoco el amor práctico que mostramos al necesitado, aunque lo hagamos de todo corazón. Es el estar en la presencia de Dios, el dedicarle tiempo especial a “nuestra relación” con Él lo que nos renueva para seguir adelante.
Es en su presencia donde somos revitalizados, es ahí donde nuestro “yo” recibe el descanso necesario; es en la intimidad con el Señor cuando le conocemos más, y, por lo tanto, aprendemos a amarle más.