lunes, 22 de enero de 2018

LA VERDADERA GRANDEZA.

En el capítulo 9 del Evangelio según San Marcos se nos refiere la transfiguración del Señor; la expulsión de un demonio que los discípulos no pudieron echar, una nueva predicción de Sus padecimientos y muerte, las lecciones que dio a los discípulos acerca de la humildad y en contra de la rivalidad. Termina con las advertencias sobre las ocasiones de tropiezo que pueden dañar, tanto a otros como a nosotros mismos.

Marcos 9:33-37
“Y llegó a Capernaúm; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí quién había de ser el mayor. Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos. Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, le dijo: El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mi me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”.

V.33 “Y llegó a Capernaúm; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino?”
En su camino a través de Galilea, llegaron nuevamente a la ciudad de Capernaúm, lugar de residencia habitual sobre todo en la primera etapa del ministerio de Cristo. Muy probablemente, como en otras veces, la casa de Pedro fue la residencia del grupo durante el tiempo de estancia en aquel lugar.
La imagen que el pasaje revela del camino del grupo es interesante. En algún momento el Señor iba delante y el grupo detrás de Él, distante un poco, de modo que hablaban entre ellos.
En la casa Jesús les formuló una delicada pregunta: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Lo cierto es que mientras Jesús iba delante, ellos se entretenían en discutir entre sí. Es probable que la discusión fuese intensa y que la perspicacia de Jesús se hubiese dado cuenta de que algún tema conflictivo había sido tratado entre ellos. De ahí la pregunta.
Son varios los elementos que han podido entrelazarse como origen de la discusión entre los discípulos durante el camino. Por ejemplo, la experiencia de la transfiguración fue vivida tan solo por tres discípulos privilegiados escogidos por Jesús (Pedro, Jacobo y Juan), quedando los demás al margen.
Además, las enseñanzas acerca de la muerte de Jesús van haciendo mella en ellos, por lo que se plantearía el tema de sucesión en el liderazgo al frente del grupo. El caso es que los discípulos se disputan entre ellos el liderazgo del grupo, intentando identificar al más importante del grupo en una actitud competitiva y de ambición.
Es llamativo el contraste entre el camino de Jesús, quien siendo el Mesías se dirige a la cruz, y el camino de los discípulos, que les lleva a buscar ser uno de ellos el primero, el que lidere. Quebranta el corazón el ver que Jesús iba hacia la cruz, y Sus discípulos estaban discutiendo cuál de ellos sería el más importante.
Lo que hablamos entre nosotros y, en especial, lo que discutimos mientras vamos por el camino de la vida, no le pasa desapercibido al Señor, y un día tendremos que dar cuenta de todo ello ante el tribunal de Cristo (Romanos 14:10; 2 Corintios 5:10).

V.34 “Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor”
La primera reacción a la pregunta de Jesús fue la de guardar silencio. Los discípulos callaban porque se sentían incómodos a causa de la razón de la discusión en el camino. El silencio no sólo era a causa de la razón misma de la discusión, sino por lo que supondría la reacción de Jesús.
Mientras el Señor pensaba en la humillación, el rechazo, el sufrimiento y la muerte, ellos pensaban en la gloria de un reino y en la posición de privilegio que ocuparían en él. Este silencio implica el interés de ellos por las cosas temporales.
Ellos entendían que en el Reino habría distintos grados de grandeza y que uno de ellos sería el mayor entre todos. Algunos de ellos tenían intención de ocupar los primeros lugares, tal como veremos en el siguiente capítulo con la petición que le hacen Jacobo y Juan a Jesús (10:35-37). El Maestro les había llamado a seguirlo en el camino de la abnegación, la renuncia y la entrega (8:34), pero ellos sólo pensaban en su beneficio personal y en la gloria que deseaban tener sobre el resto. El egoísmo, propio del hombre, se manifiesta en el contexto como la causa de la discusión de ellos en el camino.
En lo más íntimo de su corazón, los discípulos se daban cuenta de que no habían hecho bien. Cuando Jesús les preguntó lo que habían estado discutiendo, no se atrevieron a contestarle. Era el silencio de la vergüenza. No tenían defensa.
Es curioso cómo una cosa ocupa su lugar y adquiere su verdadero carácter cuando se presenta a los ojos de Jesús. Mientras ellos creían que Jesús no los estaba escuchando y que no los veía, la discusión les parecía perfectamente honrada; pero cuando se tenía que plantear en presencia de Jesús, se veía en toda su indignidad.
Al igual que los discípulos, nosotros buscamos a veces los primeros lugares en la obra del Señor, y si no los conseguimos nos llenamos de envidia, celos o ira. Sin embargo, cuando nos hallamos en la presencia del Señor nos avergonzamos de nuestra ambición y de nuestras indignas reacciones.
Si lo tomáramos todo, y lo presentáramos a la vista de Jesús, se producirían grandes cambios en nuestra vida. Si preguntáramos acerca de todo lo que hacemos: “¿Podría yo seguir haciendo esto si Jesús me estuviera mirando?”. Si preguntáramos de todo lo que decimos: “¿Seguiría yo hablando así si Jesús me estuviera escuchando?”. Habría muchas cosas que estaríamos a salvo de hacer o decir.

V.35 “Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”.
Jesús les llamó ante su presencia, y con el acto de sentarse, indicó que en cuanto maestro de ellos estaba a punto de darles una lección de suma importancia. La lección es esta: la idea que ellos tenían de “ser grande” debía cambiar; de hecho, la tenían totalmente invertida.
La verdadera grandeza no consiste en que una persona se coloque a sí misma en las alturas para desde allí mirar a los demás con desprecio y con una actitud de satisfecha complacencia, como el fariseo de la parábola (Lucas 18:9-12).
Por el contrario, la grandeza consiste en sumergirse e identificarse con los problemas de los demás, en empatizar con ellos y ayudarles de todas las maneras posibles. Grandeza es la generosidad que busca dar preferencia a otros, dispuesto siempre a ocupar con gozo el último lugar. Grandeza no es ser servido, sino ser siervo de todos.
La grandeza de la vida cristiana tiene que ver con la disposición voluntaria para servir. No se puede hablar de salvación sin hablar de servicio, pero tampoco se puede hablar de comunión con Cristo sin hablar de entrega a los demás.
Jesús exhortó a los discípulos a imitarle, porque “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Una de las razones por las que esta lección de Jesús es inolvidable, es que el mismo la ejemplificaba con su propia vida.

V.36  “Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo:”
V.37  “El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”.
El Maestro va a dar una importante lección a los discípulos, lo hará no sólo con sus palabras, sino con la presencia de un niño. Jesús puso al pequeño en medio de todo el grupo, tomándolo en sus brazos, de manera que todos los que miraban a Él miraban también al niño.
Es impactante la escena: un pequeño, fue puesto como referencia visible para enseñar a tantos grandes que estaban reunidos en torno a Cristo. Los que buscaban grandeza tenían que aprender la lección por medio de un niño que estaba en la parte más baja de la escala social, era el que estaba bajo la dirección de otros a quienes tenía que obedecer.
Jesús dice a sus discípulos que deben olvidarse de rangos, preeminencias y prominencias. En cambio deben concentrar su atención en atender las necesidades de un niño o de cualquiera que por su debilidad y humilde dependencia se asemejara a un niño.
Debían recibir a tal niño en “nombre de Cristo”. El nombre de Cristo significa Cristo mismo, en su gloriosa autorrevelación. Por tanto, recibir a un niño “en el nombre de Cristo” significa tratarlo con todo el amor y la consideración que Cristo merece a causa de la forma en que se ha revelado en palabra y obra.
Además, la obediencia al mandato de Cristo glorificará a Cristo mismo y todo aquel que recibe a Jesús, no lo recibe a él solamente, sino también al que lo envió, al Padre.
La lección es importante. Los discípulos estaban inquietos y discutían entre sí por quien de ellos sería mayor en el Reino, pero, Jesús les hace notar que debían enfocarse hacia el amor y la atención a los más pequeños, convirtiéndose para ellos en siervos por amor.