domingo, 12 de agosto de 2018

RESURRECCIÓN Y MISIÓN.


Con el capítulo 16 se alcanza el final del Evangelio según Marcos. El evangelio es el mensaje de salvación. Este comprende la obra redentora de Jesucristo, hecha por nosotros en la Cruz. Pero de nada valdría todo el sufrimiento y la muerte del Salvador, si no se hubiese producido Su resurrección. Es verdad que el Señor fue entregado por nuestras transgresiones, pero también fue resucitado para nuestra justificación (Ro. 4:25).
El apóstol Pablo hace notar la inutilidad de un evangelio si Jesús no resucitase, como dice: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Co. 15:14). La gran verdad del Evangelio es que Jesús murió y resucitó de los muertos. Este es el mensaje con que Marcos cierra el relato de la Persona y obra de Jesucristo.
La resurrección de Cristo no solo permite la justificación, sino que condiciona la vida de cada cristiano. El Señor ascendido al cielo ha hecho que nuestras vidas sean celestiales, escondidas con Él en Dios, de modo que nuestra orientación ha de ser la de buscar las cosas de arriba, donde está Aquel que es sustentador, dador y razón de nuestras vidas.
La vida cristiana ha de ser en reproducción de la vida de Jesús. Esa transformación es lograda por la acción del Espíritu Santo, de ahí que sea absolutamente necesario una vida de dependencia de Él, como el apóstol Pablo lo indica: “Andad en el Espíritu” (Gá. 5:16). La santidad no es una opción sino la única forma de vida cristiana. No se trata de una determinación personal, sino de una obediencia incondicional: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pe. 1:16).
Llegados ya al final del Evangelio, podemos resaltar otra enseñanza que tiene que ver con el mandato de la evangelización, esto es proclamar el mensaje de salvación a todas las gentes en todas las naciones. Esto no es algo optativo, se trata de un mandamiento que Jesús establece: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15).
En la llamada oración intercesora u oración sacerdotal que recoge Juan, el Señor dice a su Padre que ya había enviado a los discípulos al mundo como Él mismo había sido enviado (Jn. 17:18). Quiere decir que ya había decidido el envío al mundo de los cristianos para llevar el evangelio.
El Señor les da el mandamiento de proclamar el evangelio. Debían hacerlo yendo, es decir, mientras iban por todo el mundo, en el desarrollo de su vida cotidiana o por causa del llamado específico que el Espíritu hiciera a lo largo de la historia de la iglesia, cada creyente tiene la responsabilidad de predicar el evangelio.
Así ocurrió, a modo de ejemplo, con los creyentes que llegaron a Antioquía como consecuencia de la persecución en Judea (Hch. 11:19-21). El mandato está dirigido a los apóstoles en primer lugar, pero, por extensión, a todos los cristianos en todos los tiempos.


viernes, 3 de agosto de 2018

PARÁBOLA DE LA HIGUERA ESTÉRIL.

Esta parábola de la higuera estéril (Lucas 13:6-9) está destinada a reforzar la exhortación al arrepentimiento que acaban de recibir los oyentes en los primeros cinco versículos de este capítulo.
La parábola va dirigida primordialmente a Israel. Dios escogió a la nación judía como pueblo escogido suyo, cercano a Él, y esperaba de este pueblo fruto de obediencia; pero ellos no correspondieron a la predilección que Dios les había mostrado, sino que, en lugar de cumplir con la decisión que habían tomado en el desierto de Sinaí (Ex 19:8) de hacer todo lo que Jehová había dicho, fueron desobedientes.
A consecuencia de ello, Dios determinó justamente abandonarlos; pero, por intercesión de Moisés, como en otras ocasiones por la de Cristo, les concedió una tregua con prolongación de misericordia para invitarles al arrepentimiento y ofrecerles perdón.
Pero la parábola va dirigida también, en general, a despertar a todos cuantos tienen los medios de la gracia de Dios al alcance de la mano, a fin de que respondan positivamente a las oportunidades que esta gracia les ofrece, pues éste es el fruto que de ellos se espera.

(v. 6). Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.

El propósito del dueño era recoger el fruto que la higuera debía dar en abundancia, por el buen lugar en que había sido plantada y por los cuidados diarios que recibía. También nosotros somos como higueras plantadas en la viña de Dios, lo cual constituye una gran bendición.
Por tanto, el dueño abrigaba la esperanza de que la higuera fructificase. Dios demanda y espera fruto de cuantos ocupan un lugar en Su viña. Vino, pues, a buscar fruto de la higuera. Es notable que no envió a sus siervos, sino que vino él en persona. Así Cristo vino a este mundo, vino a los de Su pueblo (Jn 1:11), en busca de fruto. No hace falta investigar mucho para determinar que es el fruto, Jesús lo dijo antes (vv. 3, 5): "arrepentimiento". Sólo el fruto de la adoración y el compromiso de vida santa son agradables a Dios (Ro 6:22; Ef 2:10; Tit 2:14). El carácter cristiano tiene que estar configurado en los nueve aspectos del fruto del Espíritu (Gá 5:22-23).
Sin embargo, el dueño experimentó una gran decepción en cuanto a las esperanzas que tenía en relación con esta higuera: no halló fruto, ni siquiera un higo. Da tristeza pensar cuántos son los que disfrutan de los privilegios del Evangelio, pero no hacen nada que sirva para el honor, la honra y la gloria de Dios.

(v. 7). Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?

El propósito del dueño de la viña era que en el tiempo oportuno recogiera el fruto de la higuera que había plantado en ella. Confiesa su desencanto al viñador, quien cuidaba la viña y la tierra donde estaba. Se queja de que, tras larga espera, la higuera no le rinde ningún fruto. Pacientemente, año tras año, había venido personalmente en busca de fruto sin encontrarlo. ¿Por cuánto tiempo se ha llegado Dios a nosotros en busca de fruto, y no lo ha hallado? ¡Y cómo nos aguanta Dios en su infinita paciencia!
Esta higuera, no sólo no da fruto alguno, sino que inutiliza también la tierra; es decir, ocupa inútilmente el lugar de otra higuera que podría rendir fruto y hace daño al resto del plantío, absorbiendo del suelo los elementos que podrían beneficiar al viñedo. Así también, los que no hacen el bien dentro de la iglesia, suelen hacer daño con la influencia de su mal ejemplo.
No podía esperarse del dueño de la viña otra cosa que ordenar al viñador que cortase la higuera. Esta acción debe considerarse como un mandamiento que ha de ser cumplido, ya que expresa la voluntad del dueño de la viña y de la higuera.

(v. 8). Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.

El derecho del dueño para cortar la higuera es correcto. Pero, es el viñador el que intercede para detener un tiempo la acción determinada por el dueño. Cristo es el Gran Intercesor (Ro 8:34; He 7:25; 1 Jn 2:1), pero también los creyentes han de interceder los unos por los otros; especialmente, los ministros de Dios, que tienen el deber de orar por aquellos a quienes van a predicar o pastorear
Así hemos de permanecer en la brecha, para que Dios conceda otra oportunidad a las higueras de su viña. Pero tengamos en cuenta que las oraciones de otros hermanos a favor de nosotros, aun cuando sirvan para demorar el castigo que merecemos, no han de conseguirnos el perdón de nuestros pecados, a menos que nosotros mismos reaccionemos con fe, arrepentimiento y oración.
El viñador promete trabajar con mayor esfuerzo, durante el año de dilación, para mejorar la condición de la higuera. Nuestras oraciones por otros han de ir acompañadas de nuestras acciones, pidiéndole a Dios gracia para cumplir con nuestro deber de ayudar al hermano. Los creyentes infructuosos deben ser despertados de su letargo espiritual mediante la corrección que quebrante la dureza del terreno de su vida, y estimulados mediante las promesas del Señor, que son como el abono que nutre y enriquece ese terreno.

(v. 9). Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.

Sería dejada durante un año y si daba fruto bien, seguiría estando en el lugar donde había sido plantada. La frase queda en suspenso; pero lo que sigue da a entender claramente la alegría que tanto el dueño como el viñador experimentarán si la higuera, por fin da el fruto que de ella se esperaba. Cuando un pecador inconverso, o un creyente sin fruto, se arrepienten, se enmiendan y dan fruto, todo trabajo se puede dar por bien empleado; la higuera que antes era estéril recibirá bendición de parte de Dios (He 6:7).

Pero, si no da fruto la cortaría entonces. Ésta es la triste alternativa. La paciencia de Dios retrasa el castigo, pero no lo levanta. Ser cortado después de tanto esfuerzo por parte del viñador y de tanta paciencia por parte del dueño, es algo muy triste para todos. Y los que interceden a favor de higueras estériles, si éstas persisten en su triste condición, estarán finalmente de acuerdo con el justo juicio de Dios, cuando tales árboles tengan que ser cortados.


domingo, 22 de julio de 2018

LA PREEMINENCIA DEL AMOR.


El amor es algo más que una característica de Dios; es su misma personalidad. Juan escribió: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).
De este modo se habla del amor y se lo considera en numerosos textos de la Palabra de Dios. Pero en ninguna otra parte de ella el amor alcanza una posición tan elevada como en este capítulo.
El amor es la más bella manifestación del carácter divino. Por consiguiente, la más sencilla y profunda descripción del carácter cristiano es también el amor.
Es doloroso ver qué en muchas iglesias, como sucedió en la antigua Corinto, el amor no caracteriza a la membresía o al ministerio. El amor se echaba de menos en Corinto. Los dones espirituales estaban presentes (1:7); la doctrina correcta también se hallaba presente en su mayor parte (11:2); pero el amor estaba ausente.
Parece ser que a lo largo de la historia la iglesia ha encontrado difícil el ser amorosa. Es más fácil ser ortodoxo que ser amoroso, y también es más fácil ser activo en la obra de la iglesia que ser amoroso.
El capítulo trece de 1 Corintios puede ser, desde el punto de vista literario, el mejor y más bello pasaje que Pablo escribió. Es una ráfaga de aire fresco, como un oasis en un desierto de problemas. Es una nota positiva en medio de una reprensión y corrección del mal entendimiento, malas actitudes, mal comportamiento y el mal uso de las ordenanzas y dones de Dios.
Sin embargo esta joya no la podemos valorar debidamente separada de su montura. Su mensaje es una parte integral de lo que Pablo dice antes y después de ello. El capítulo 12 nos habla de la entrega, de la recepción y de la interrelación de los dones espirituales. El capítulo 14 nos presenta el ejercicio apropiado de los dones, especialmente el de lenguas. En este capítulo intermedio vemos la actitud y atmósfera correctas, el motivo y el poder apropiados, el “camino aun más excelente” (12:31), en el que Dios ha planificado que funcionen todos los dones.

Versículos 1-3.
De inmediato Pablo deja sentada la supremacía del amor. El amor es supremo, y está por encima de las “lenguas” y la palabra. No hay lengua ni en el cielo ni en la tierra que pueda compararse con el amor. Así, el arte de la oratoria, que se valoraba altamente en Corinto, recibe la ubicación que le corresponde.
Una persona puede poseer el don y la habilidad de hablar y predicar a Cristo en todas las lenguas del mundo, pero si no tiene amor, solo viene a ser como un ruido que suena y retiñe. Su discurso nada es.
Una persona puede poseer el don espiritual de lenguas, es decir, hablar en lenguas celestiales de ángeles; pero si no tiene amor, solo viene a ser un ruido que suena y retiñe. Sus lenguas celestiales y angélicas nada son.
Una persona puede tener el don de hablar bajo la inspiración del Espíritu de Dios, prediciendo el futuro y proclamando la verdad de la Palabra de Dios. Puede tener todo el carisma, la talla y la elocuencia del mundo; pero si no tiene amor, nada es.
Una persona puede tener el don de entender “todos los misterios y toda ciencia” pero si no tiene amor nada sería.
Una persona podría poseer el don de la fe para hacer grandes cosas; pero si no posee amor, nada sería.
El amor se enseñorea también sobre la gran generosidad en cuanto a los bienes materiales y el servicio personal. Dar sin amor de nada sirve. Aunque repartiéramos todos nuestros bienes para dar de comer a los pobres e incluso si entregáramos nuestro cuerpo para ser quemado, si no tengo amor, de nada me sirve.
Los hombres del siglo I, igual que en el día de hoy, comúnmente consideraban que había gran mérito en las obras de caridad y en el sufrimiento. El acto de dar puede ser movido por el orgullo o el deseo de figurar y si no media el amor como impulsor no habría ganancia alguna.

Versículos 4-7.
El amor ocupa un lugar supremo en cuanto a su posición, y es práctico en cuanto a su demostración. El amor ostenta una gran paciencia hacia el mal, y despliega una bondadosa actividad ante el bien.
·         Es “sufrido” (Efesios 4:1-3). Tiene una capacidad infinita para soportar ejercitar paciencia para con la gente.
·         Es “benigno” (Lucas 6:27-28). Ofrece bondad hacia los que lo tratan mal. Se entrega a si mismo al servicio a los demás.
·         “No tiene envidia” (Santiago 3:14-16). Esto incluye los celos. No despierta sentimientos mezquinos para con los que, por ejemplo, hacen las mismas cosas, sólo que mejor. El amor no expresa desagrado ante el éxito de los demás.
·         “No es jactancioso” (Santiago 4:16). La raíz de esta palabra hace referencia a la presunción y al orgullo. El amor no presume ni busca reconocimiento ni el elogio de otros.
·         “No se envanece” (Proverbios 22:4). La humildad es uno de los ingredientes del amor. El amor no piensa ni actúa como si uno fuera mejor que otros.
Al amor le interesa la posibilidad de darse antes que la de hacerse respetar o imponer.
·         “No hace nada indebido” (1 Pedro 3:10-12). Esto lleva en sí la idea de todo aquello que sea vergonzoso, deshonesto o indiscreto. El amor no hace nada para avergonzarse.
·         “No busca lo suyo” (1 Corintios 10:33). Esta consideración ocupa un lugar central en el análisis de Pablo. El amor es enteramente desprendido. No es egoísta; no insiste en sus propios derechos.
·         “No se irrita” (Santiago 1:3-4). La traducción inglesa de Phillips dice que “no es enojadizo”. No se llena de ira con facilidad; no se ofende rápidamente; no es “imposible”.
·         “No guarda rencor” (Proverbios 10:12). No le imputa ningún mal a nadie, ni le echa en cara nada a nadie. No guarda resentimientos.
·         El amor “no se goza de la injusticia” (Mateo 7:3) mas “se goza de la verdad” (Romanos 14:17). No encuentra placer en la injusticia y el pecado de otros. Se regocija cuando la verdad encuentra fundamento y cimiento en una persona.
·         “Todo lo sufre” (Colosenses 3:13). Soporta sin dar a conocer al mundo lo que le cuesta y sin quejarse. No hace alarde. Soporta el peso y ataque de todas las cosas y no siente placer en desenmascarar el error y la debilidad de otros.
·         “Todo lo cree” (Efesios 4:32). El amor ve y entiende las circunstancias y acepta y perdona, y cree lo mejor de una persona.
·         “Todo lo espera” (Romanos 15:4). Si alguien no obra como debe, entonces el amor espera y ora para que haya mejora. Siempre espera lo mejor y el triunfo final del bien; no importa cómo haya caído, ni cuán difícil parezca la victoria.
·         “Todo lo soporta” (2 Tesalonicenses 1:4). Esto comprende la constancia, incluso en circunstancias difíciles. La fortaleza y la capacidad para soportar en la lucha se pone en evidencia. Está presente un espíritu paciente y amoroso.

Versículos 8-13.
El amor perdurará para siempre. Se lo compara con la profecía, las lenguas y la ciencia o conocimiento. Todas son en cierto sentido “temporales”. Cesarán o dejarán de ser en vista de la perfección total. El conocimiento de las cosas terrenas, adquirido penosamente, se desvanecerá a la luz del sobrepujante conocimiento de Dios. Ese día, que todavía no se ha presentado, se acerca velozmente.
A modo de explicación, Pablo utiliza la ilustración del niño que se hace hombre (versículo 11). “Dejar” es la indicación de la resolución de Pablo de no dejarse gobernar por actitudes inmaduras. Pablo dejó las cosas que eran de niño con decisión y de forma definitiva.
También se vale de la ilustración del reflejo en el espejo (versículo 12). Los espejos constituían una especialidad en Corinto; pero los fabricaban con latón pulido, de manera que la imagen resultaba difusa. El vidrio azogado no se descubrió hasta el siglo XIII.
Este amor se yergue por encima de la fe y la esperanza, aun cuando ambas cosas son esenciales en el plan y la obra de la salvación. Estos tres elementos aparecen ligados con frecuencia en el Nuevo Testamento (Romanos 5: 2-5; Gálatas 5:5ss; Colosenses 1:4ss) siendo todos de gran mérito.
Pero el amor sobrepasa a sus compañeros, puesto que refleja el carácter de Dios. En el amor reside el disfrute de los esfuerzos de la fe, y las expectativas de la esperanza. Al ir creciendo en Dios vemos y comprendemos más de Él en el amor.
La necesidad del amor persiste en el día de hoy. El corazón necesita amor, y el creyente debe procurar que todo pensamiento, acción y actitud sea gobernado y motivado por él, o sea, por lo más grande que pueda existir en cualquier vida.




domingo, 24 de junio de 2018

AMONESTACIONES CONTRA LA IDOLATRÍA.


La seguridad del creyente es una de las grandes doctrinas de las Escrituras. Lamentablemente y con gran frecuencia, se ha predicado y enseñado la doctrina con una comprensión inadecuada y con descuido de las amonestaciones de las Escrituras.
El resultado ha sido trágico, porque ha atraído multitudes a la iglesia que no se han convertido a Cristo de un modo genuino, y les ha proporcionado una sensación de exceso de confianza y seguridad falsas. Multitud de personas piensan que son cristianas y seguidoras de Cristo, pero la vida de esas personas no concuerda con su profesión de fe.
Estos son dos de los mayores problemas que enfrenta la iglesia hoy día. Este era el problema de los creyentes corintios. Ellos se sentían seguros y a salvo en Cristo pero su excesos y su libertad descontrolada hacía necesario que se les amonestara fuertemente mediante el ejemplo de los judíos. Pablo usa la nación de Israel como un excelente ejemplo (1 Corintios 10:1-12).

Versículos del 1 al 5.
“No quiero que ignoréis” (v.1), indica la importancia de lo que está diciendo Pablo, y el carácter vital de ello para los corintios, a modo de enseñanza y advertencia.
La palabra “todos” se repite cinco veces en los cuatro primeros versículos. Sin excepción, los israelitas se beneficiaron de las bendiciones y los privilegios de Dios. Todos abandonaron Egipto y comenzaron el viaje hacia la tierra prometida. Todos comenzaron a andar por el desierto del mundo con aquellos que verdaderamente creyeron y confiaron en Dios; pero como se hizo evidente, todos no eran genuinos.
Se sentían salvos y seguros porque viajaban con aquellos que se dirigían a la Tierra Prometida. Pero aún se encontraban en el desierto, y el desierto incluía todo tipo de peligros a los que había que hacerle frente y vencer o de lo contrario serían destruidos por el propio desierto.
Israel contó con cinco bendiciones y privilegios extraordinarios a medida que se dirigía a la Tierra Prometida. Dios se encargó de que los creyentes tuvieran todo cuanto era necesario para viajar por el desierto de la vida.
Israel contó con la nube de la presencia de Dios. Esto se refiere a la presencia y la guía de Dios (Éx. 13:21-22). Israel atravesó el Mar Rojo. Esto se refiere a la gran liberación que Dios le proporcionó de la opresión y esclavitud de Egipto que constituían un símbolo del mundo (Éx. 14:13-31). Tanto la nube como el mar constituían gloriosas señales de la presencia, la bendición, el poder y la salvación de Dios.
Israel fue bautizado en Moisés y su liderazgo. Moisés era un tipo de Cristo. Comenta L. Morris: “Así como el bautismo tiene como efecto poner a una persona bajo el liderato de Cristo, así también la participación de los grandes acontecimientos del Éxodo puso a los israelitas bajo el liderato de Moisés”.
Israel participó del alimento y el agua de la provisión de Dios. La palabra “espiritual” sencillamente significa que el alimento y el agua provenían de Dios. Dios proveyó para sus necesidades; se hizo cargo de sus necesidades diarias (Éx. 16:4-8, 11-15; Éx. 17:6).
Israel contó con la presencia de Cristo. La expresión “y la roca era Cristo” (v.4), a primera vista tan extraña, se entiende perfectamente si recordamos, como hace notar con gran acierto E. Trenchard, que el Ángel de Jehová que marchaba constantemente (Éx. 32:34; 33:2) con el pueblo de Israel durante la peregrinación por el desierto y en la entrada de Canaán no era otro que el Cristo preencarnado.
Sin embargo, lo que le sucedió a la mayoría de los creyentes de Israel resulta trágico. Comenzaron el viaje hacia la tierra prometida más de dos millones de personas. Pero la pregunta importante es la siguiente: ¿Cuántos permanecieron fieles a Dios en su viaje por el desierto? ¡Solo dos! Josué y Caleb. El resto perecieron en el desierto. Quedaron postradas (katastronnumi), es decir, regadas como cadáveres por todo el desierto. ¿Por qué? Porque no agradaron a Dios.  En lugar de reconocer la presencia y las bendiciones del Señor, Israel se dedicó a murmurar, y desobedeció (Nm. 14:29-30).

Versículos del 6 al 10.
Estas cosas debían servir de ejemplo y advertencia para los corintios y para nosotros, a fin de que evitemos desobedecer en forma semejante. Pablo procede a enumerar esas actitudes de desobediencia.
No debemos codiciar cosas malas como codiciaron ellos. Hemos de huir de los deseos desordenados hacia las cosas carnales. Esto nos hace pensar en Números 11:4 y el deseo de los israelitas de volver a la antigua alimentación de Egipto, y al mismo tiempo en la atracción de las fiestas idolátricas de Corinto.
El creyente no debe codiciar los placeres mundanos (1 Jn. 2:15-17).
Pablo también les advierte contra la idolatría. Se basa en la historia del becerro de oro y cita Éxodo 32:6. Allí estaba el peligro para los corintios. Habían sido liberados de la superstición pagana, pero les seguían atrayendo sus festividades. La participación gozosa en esas fiestas alocadas podía llevarlos fácilmente a la idolatría.
Estaba el pecado de la fornicación o inmoralidad. La referencia primaria de Pablo en este caso parece ser el episodio de Números 25 donde el pueblo de Israel empezó a fornicar con las hijas de Moab, comiendo e inclinándose ante sus dioses. En la corrompida ciudad de Corinto, éste era un pecado muy corriente.
Pablo también amonestó a los gálatas acerca de las obras de la carne señalando que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gá. 5:19-21).
Viene luego la provocación que se nos refiere en Números 21, donde tentaron al Señor, con el episodio de las serpientes (Núm. 21:5-6). Los creyentes de Israel con frecuencia creían que Dios y su líder Moisés demandaban y pedían demasiado. Con frecuencia anhelaban cosas de la carne que habían conocido anteriormente en Egipto (el mundo).
En Corinto, el problema era la insatisfacción por las restricciones impuestas por la nueva fe. A menudo los creyentes creen que Dios pide demasiado de ellos, que se están perdiendo algo en el mundo.
Pablo menciona en último lugar la murmuración de los israelitas, que siempre se estaba quejando y murmurando contra Dios y Moisés (Núm. 16:41-49 “la rebelión de Coré”). El resultado fue juicio y castigo por el destructor, es decir, un ángel enviado por Dios para ejecutar juicio.
Algo semejante parece haber ocurrido en el caso de los creyentes de Corinto: murmuraban contra Pablo y, en él, contra el Señor mismo. La amonestación es clara para los creyentes de la iglesia de Dios. “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil. 2:14).

Versículos del 11 al 12.
Habiendo tomado sus ilustraciones del Antiguo Testamento, Pablo procede a aplicarlas, juntamente con las correspondientes lecciones, al presente. Estas advertencias no son solamente válidas para la iglesia en Corinto sino que también lo son para la iglesia de hoy día, como ejemplos y amonestaciones.
A Dios le pareció bien registrar estos sucesos como lecciones instructivas, a fin de advertir a su pueblo en las generaciones sucesivas y en otras culturas.
La Palabra de Dios tiene autoridad permanente para los creyentes de todas las épocas. En efecto, Dios nos ha entregado el Antiguo y Nuevo Testamento para amonestarnos a que vivamos una vida en armonía con sus mandatos.
Por tanto, al vivir en estos últimos tiempos debemos apurar el día de la venida de Cristo llevando una vida santa y piadosa (2 P. 3:11-13).
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (v. 12). Pablo dirige la aplicación a todos los lectores de la carta, pero en especial a aquellos que con orgullo creen que en Cristo tienen la libertad de hacer cualquier cosa o de ir a cualquier lugar.
El pueblo de Israel estaba orgulloso de condición para con Dios. Se sentían espiritualmente seguros porque Dios había hecho un pacto con su padre Abraham, un pacto que había prometido guardar con toda su descendencia (Gn. 17:7). Sin embargo, la Escritura narra que muchos descendientes de Abraham murieron en el desierto (Ro. 11:20) porque fueron desobedientes a Dios y a su Palabra.
Estos corintios confían en su propia perspicacia en la “sabiduría” de otros. Eran autosuficientes y su corazón no estaba con Dios. Pablo les aconseja que día a día descansen en Dios con la confianza de un niño. Su seguridad espiritual debía venir de una fe verdadera que descansa en que Dios cumplirá sus promesas.
Terminemos con la lectura de Hebreos 3:12-13.


domingo, 20 de mayo de 2018

LA REVELACIÓN POR EL ESPÍRITU DE DIOS.


La ciudad de Corinto, famosa por su riqueza y cultura, lo era también por la relajación moral de sus habitantes y el libertinaje que dominaba las costumbres de la sociedad.
En aquel ambiente, la existencia de una pequeña comunidad cristiana, compuesta en su mayor parte por personas sencillas, de origen gentil y recién conversión, se veía sometida a fuertes tensiones espirituales y morales.
El anuncio del evangelio había sido bien acogido desde el principio, cuando Pablo, llegó a Corinto procedente de Atenas. Permaneció en la ciudad durante “un año y seis meses” entregado a la proclamación de la fe en Jesucristo.
Durante el tiempo que Pablo pasó allí, parece que su labor consistió sobre todo en poner los cimientos para que otros después de él, como Apolos, pudieran seguir anunciando el evangelio en la región del Peloponeso.
En los primeros años de existencia de esta iglesia en Corinto, los creyentes estaban atravesando por una situación difícil y complicada. Arrastrados por la fanática adhesión personal de unos a Pablo y de otros a Pedro o a Apolos, entre todos habían puesto en grave peligro la unidad de la iglesia.
Además, los antecedentes paganos de la mayoría de aquellos hermanos seguían pesando en la conducta de algunos, y la general corrupción característica de la ciudad dejaba sentir su influencia en la congregación, de manera que Pablo tiene que escribirles inmediatamente para corregir lo deficiente.
1 Corintios 2:6-9
En esta parte del capítulo, Pablo contrasta la sabiduría divina con la sabiduría del mundo que había hechizado a algunos corintios. Piensan que el mensaje de la cruz que Pablo predicaba era simplista y que no cumple con las normas que impone la sabiduría mundana. Al diferenciar drásticamente entre dos conceptos de sabiduría, Pablo afirma enfática y confiadamente que él y sus colaboradores en el ministerio tienen la sabiduría de Dios, la cual (tal como lo explicó en 1:18-30) es eminentemente superior a la sabiduría de este mundo.
Pablo sigue demoliendo paso a paso el fundamento de la sabiduría natural sobre el que estaban intentando edificar los corintios. Al comparar así la sabiduría espiritual con la sabiduría natural, Pablo hace notar que entre los creyentes que “han alcanzado madurez”, el evangelio se reconoce como sabiduría (v. 6). Lo que queremos decir es que en la palabra maduros Pablo incluye a todos los corintios que han recibido el Espíritu (3:16) y que han respondido al evangelio de Cristo.
Maduros son los que aceptan el evangelio de la cruz de Cristo, que experimentan el poder de Dios en sus vidas y que esperan la renovación de todas las cosas como resultado de la resurrección de Jesús. Ellos son los que reciben la sabiduría divina y se regocijan en ella con sus hermanos en la fe.
La sabiduría de Dios no depende del mundo, por cuanto es permanente, y el mundo está encaminado hacia un fin insensato y necio, que frustra a la gente y produce su destrucción. La verdadera sabiduría no está gobernada por los dirigentes que determinan el esquema de este mundo en general.
Dado que no procede de hombres, la sabiduría de Dios aparece como un misterio, un secreto que el hombre por si solo jamás podría develar. Así es exactamente: cuando Cristo vino, el misterio del Evangelio fue revelado por Dios mismo. Pablo declara que en el ámbito de la eternidad, antes de la creación misma, Dios dispuso que esta sabiduría fuese para nuestro bien y gloria, a fin de que conociésemos, disfrutásemos y participásemos de la gloria que es de Cristo.
El hecho de que el plan de Dios habría de ser un misterio es algo que fue anticipado por la misma Escritura (Isaías 64:4). Hace referencia a maravillas que están más allá de los sentidos, de la percepción, o de la imaginación de los hombres. Este versículo no se refiere a glorias futuras que habrían de ser reveladas aún, sino a maravillas que ya nos han sido mostradas (véase v. 10).
1 Corintios 2:10-13
Por medio de su Espíritu, Dios comunica su sabiduría a los creyentes (Mateo 11:25). El Espíritu nos prepara para que recibamos la verdad del evangelio y nos guía a Cristo. Cristo viene de Dios, como también nuestro reconocimiento de Él. Dado que vivíamos en tinieblas espirituales, el Espíritu Santo tuvo que mostrarnos que Cristo es la sabiduría de Dios.
Esto lo puede hacer el Espíritu Santo porque Él “escudriña” todas las cosas, aún las profundidades de Dios. Sólo el Espíritu Santo puede reconocer, comprender y revelar el corazón y la mente de Dios. Entre estas cosas profundas están las inagotables riquezas de la sabiduría y conocimiento de Dios, el don de la salvación que Dios concede al hombre, la divulgación del evangelio en cada época y generación y la venida del reino de Dios.
Ahora podemos conocer “las cosas que Dios nos ha concedido” (v. 12) sólo porque hemos recibido el Espíritu de Dios. El Espíritu nos enseña los tesoros que tenemos en Cristo, a quien Dios entregó para que muriese en la cruz y consiguiese así vida eterna para todos nosotros. Es por la obra del Espíritu Santo que los creyentes son capacitados para apropiarse del don de la salvación. La fe los capacita para ver que en Cristo ya no tienen pecado ni culpa, que Dios los reconcilió consigo mismo y que ahora tiene abierto el camino al cielo.
Íntimamente relacionado con el saber está el hablar (v. 13). Del hombre espiritual procederán cosas espirituales, por lo tanto, los creyentes investidos del Espíritu debemos hablar, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu.
1 Corintios 2:14-16
Pablo compara al hombre natural con el hombre espiritual. El hombre natural considera que el Evangelio es insensatez porque no ha recibido el Espíritu que podría iluminarlo, y no puede recibir estas cosas con la razón; se le tienen que revelar.
Para el hombre natural, las cosas espirituales que tienen que ver con el pecado, la culpa, el perdón, la redención, la salvación, la justicia y la vida eterna; no tienen sentido, son irrelevantes y hasta las consideras “tonterías”. Es incapaz de comprender todas estas verdades espirituales porque éstas se disciernen espiritualmente.
Pero el hombre espiritual sí puede “juzgar” o comparar, combinar y examinar todas las cosas (v. 15), porque su fuente de sabiduría es completamente segura. Esto implica que ha recibido al Espíritu Santo como su guía y que usa las Escrituras como brújula para el viaje de su vida.
Al mismo tiempo, al hombre natural le resulta imposible hacer un juicio similar sobre el creyente, puesto que no posee una fuente segura y acertada de información con respecto a lo espiritual.
En el versículo 16, Pablo presenta una prueba para el versículo 15. Con su pregunta (citando Isaías 40:13), nos dice que ningún hombre le ha dado instrucciones, consejo, ni asesoramiento al Señor, y que ningún hombre natural puede ascender a Dios ni descubrir nada con respecto a Él, si no media la revelación divina.
La palabra clave de esta cita bíblica es mente, la cual apunta a Dios y a Cristo. Lo que se implica aquí es que la mente de una persona espiritual debe armonizar con la mente de Dios. Cuando el ser humano es controlado por el Espíritu de Dios, su interés está en cumplir la palabra de Dios, hacer la voluntad de Dios y reflejar la gloria de Dios.
Con todo, la persona en la que reside el Espíritu de Dios posee un conocimiento espiritual que lo guía y dirige en esta vida. El Espíritu Santo ilumina, regenera, mora en el creyente y le santifica.
Debemos orar que el Espíritu Santo, que mora en nosotros, nos acerque más a Jesucristo. Tener comunión con Cristo implica tener la mente de Cristo y servirle por gratitud.    


lunes, 22 de enero de 2018

LA VERDADERA GRANDEZA.

En el capítulo 9 del Evangelio según San Marcos se nos refiere la transfiguración del Señor; la expulsión de un demonio que los discípulos no pudieron echar, una nueva predicción de Sus padecimientos y muerte, las lecciones que dio a los discípulos acerca de la humildad y en contra de la rivalidad. Termina con las advertencias sobre las ocasiones de tropiezo que pueden dañar, tanto a otros como a nosotros mismos.

Marcos 9:33-37
“Y llegó a Capernaúm; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí quién había de ser el mayor. Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos. Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, le dijo: El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mi me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”.

V.33 “Y llegó a Capernaúm; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino?”
En su camino a través de Galilea, llegaron nuevamente a la ciudad de Capernaúm, lugar de residencia habitual sobre todo en la primera etapa del ministerio de Cristo. Muy probablemente, como en otras veces, la casa de Pedro fue la residencia del grupo durante el tiempo de estancia en aquel lugar.
La imagen que el pasaje revela del camino del grupo es interesante. En algún momento el Señor iba delante y el grupo detrás de Él, distante un poco, de modo que hablaban entre ellos.
En la casa Jesús les formuló una delicada pregunta: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Lo cierto es que mientras Jesús iba delante, ellos se entretenían en discutir entre sí. Es probable que la discusión fuese intensa y que la perspicacia de Jesús se hubiese dado cuenta de que algún tema conflictivo había sido tratado entre ellos. De ahí la pregunta.
Son varios los elementos que han podido entrelazarse como origen de la discusión entre los discípulos durante el camino. Por ejemplo, la experiencia de la transfiguración fue vivida tan solo por tres discípulos privilegiados escogidos por Jesús (Pedro, Jacobo y Juan), quedando los demás al margen.
Además, las enseñanzas acerca de la muerte de Jesús van haciendo mella en ellos, por lo que se plantearía el tema de sucesión en el liderazgo al frente del grupo. El caso es que los discípulos se disputan entre ellos el liderazgo del grupo, intentando identificar al más importante del grupo en una actitud competitiva y de ambición.
Es llamativo el contraste entre el camino de Jesús, quien siendo el Mesías se dirige a la cruz, y el camino de los discípulos, que les lleva a buscar ser uno de ellos el primero, el que lidere. Quebranta el corazón el ver que Jesús iba hacia la cruz, y Sus discípulos estaban discutiendo cuál de ellos sería el más importante.
Lo que hablamos entre nosotros y, en especial, lo que discutimos mientras vamos por el camino de la vida, no le pasa desapercibido al Señor, y un día tendremos que dar cuenta de todo ello ante el tribunal de Cristo (Romanos 14:10; 2 Corintios 5:10).

V.34 “Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor”
La primera reacción a la pregunta de Jesús fue la de guardar silencio. Los discípulos callaban porque se sentían incómodos a causa de la razón de la discusión en el camino. El silencio no sólo era a causa de la razón misma de la discusión, sino por lo que supondría la reacción de Jesús.
Mientras el Señor pensaba en la humillación, el rechazo, el sufrimiento y la muerte, ellos pensaban en la gloria de un reino y en la posición de privilegio que ocuparían en él. Este silencio implica el interés de ellos por las cosas temporales.
Ellos entendían que en el Reino habría distintos grados de grandeza y que uno de ellos sería el mayor entre todos. Algunos de ellos tenían intención de ocupar los primeros lugares, tal como veremos en el siguiente capítulo con la petición que le hacen Jacobo y Juan a Jesús (10:35-37). El Maestro les había llamado a seguirlo en el camino de la abnegación, la renuncia y la entrega (8:34), pero ellos sólo pensaban en su beneficio personal y en la gloria que deseaban tener sobre el resto. El egoísmo, propio del hombre, se manifiesta en el contexto como la causa de la discusión de ellos en el camino.
En lo más íntimo de su corazón, los discípulos se daban cuenta de que no habían hecho bien. Cuando Jesús les preguntó lo que habían estado discutiendo, no se atrevieron a contestarle. Era el silencio de la vergüenza. No tenían defensa.
Es curioso cómo una cosa ocupa su lugar y adquiere su verdadero carácter cuando se presenta a los ojos de Jesús. Mientras ellos creían que Jesús no los estaba escuchando y que no los veía, la discusión les parecía perfectamente honrada; pero cuando se tenía que plantear en presencia de Jesús, se veía en toda su indignidad.
Al igual que los discípulos, nosotros buscamos a veces los primeros lugares en la obra del Señor, y si no los conseguimos nos llenamos de envidia, celos o ira. Sin embargo, cuando nos hallamos en la presencia del Señor nos avergonzamos de nuestra ambición y de nuestras indignas reacciones.
Si lo tomáramos todo, y lo presentáramos a la vista de Jesús, se producirían grandes cambios en nuestra vida. Si preguntáramos acerca de todo lo que hacemos: “¿Podría yo seguir haciendo esto si Jesús me estuviera mirando?”. Si preguntáramos de todo lo que decimos: “¿Seguiría yo hablando así si Jesús me estuviera escuchando?”. Habría muchas cosas que estaríamos a salvo de hacer o decir.

V.35 “Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”.
Jesús les llamó ante su presencia, y con el acto de sentarse, indicó que en cuanto maestro de ellos estaba a punto de darles una lección de suma importancia. La lección es esta: la idea que ellos tenían de “ser grande” debía cambiar; de hecho, la tenían totalmente invertida.
La verdadera grandeza no consiste en que una persona se coloque a sí misma en las alturas para desde allí mirar a los demás con desprecio y con una actitud de satisfecha complacencia, como el fariseo de la parábola (Lucas 18:9-12).
Por el contrario, la grandeza consiste en sumergirse e identificarse con los problemas de los demás, en empatizar con ellos y ayudarles de todas las maneras posibles. Grandeza es la generosidad que busca dar preferencia a otros, dispuesto siempre a ocupar con gozo el último lugar. Grandeza no es ser servido, sino ser siervo de todos.
La grandeza de la vida cristiana tiene que ver con la disposición voluntaria para servir. No se puede hablar de salvación sin hablar de servicio, pero tampoco se puede hablar de comunión con Cristo sin hablar de entrega a los demás.
Jesús exhortó a los discípulos a imitarle, porque “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Una de las razones por las que esta lección de Jesús es inolvidable, es que el mismo la ejemplificaba con su propia vida.

V.36  “Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo:”
V.37  “El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”.
El Maestro va a dar una importante lección a los discípulos, lo hará no sólo con sus palabras, sino con la presencia de un niño. Jesús puso al pequeño en medio de todo el grupo, tomándolo en sus brazos, de manera que todos los que miraban a Él miraban también al niño.
Es impactante la escena: un pequeño, fue puesto como referencia visible para enseñar a tantos grandes que estaban reunidos en torno a Cristo. Los que buscaban grandeza tenían que aprender la lección por medio de un niño que estaba en la parte más baja de la escala social, era el que estaba bajo la dirección de otros a quienes tenía que obedecer.
Jesús dice a sus discípulos que deben olvidarse de rangos, preeminencias y prominencias. En cambio deben concentrar su atención en atender las necesidades de un niño o de cualquiera que por su debilidad y humilde dependencia se asemejara a un niño.
Debían recibir a tal niño en “nombre de Cristo”. El nombre de Cristo significa Cristo mismo, en su gloriosa autorrevelación. Por tanto, recibir a un niño “en el nombre de Cristo” significa tratarlo con todo el amor y la consideración que Cristo merece a causa de la forma en que se ha revelado en palabra y obra.
Además, la obediencia al mandato de Cristo glorificará a Cristo mismo y todo aquel que recibe a Jesús, no lo recibe a él solamente, sino también al que lo envió, al Padre.
La lección es importante. Los discípulos estaban inquietos y discutían entre sí por quien de ellos sería mayor en el Reino, pero, Jesús les hace notar que debían enfocarse hacia el amor y la atención a los más pequeños, convirtiéndose para ellos en siervos por amor.