La ciudad de Corinto, famosa por
su riqueza y cultura, lo era también por la relajación moral de sus habitantes
y el libertinaje que dominaba las costumbres de la sociedad.
En aquel ambiente, la existencia
de una pequeña comunidad cristiana, compuesta en su mayor parte por personas
sencillas, de origen gentil y recién conversión, se veía sometida a fuertes
tensiones espirituales y morales.
El anuncio del evangelio había
sido bien acogido desde el principio, cuando Pablo, llegó a Corinto procedente
de Atenas. Permaneció en la ciudad durante “un año y seis meses” entregado a la
proclamación de la fe en Jesucristo.
Durante el tiempo que Pablo pasó
allí, parece que su labor consistió sobre todo en poner los cimientos para que
otros después de él, como Apolos, pudieran seguir anunciando el evangelio en la
región del Peloponeso.
En los primeros años de
existencia de esta iglesia en Corinto, los creyentes estaban atravesando por
una situación difícil y complicada. Arrastrados por la fanática adhesión
personal de unos a Pablo y de otros a Pedro o a Apolos, entre todos habían
puesto en grave peligro la unidad de la iglesia.
Además, los antecedentes paganos
de la mayoría de aquellos hermanos seguían pesando en la conducta de algunos, y
la general corrupción característica de la ciudad dejaba sentir su influencia
en la congregación, de manera que Pablo tiene que escribirles inmediatamente
para corregir lo deficiente.
1 Corintios 2:6-9
En esta parte del capítulo, Pablo
contrasta la sabiduría divina con la sabiduría del mundo que había hechizado a
algunos corintios. Piensan que el mensaje de la cruz que Pablo predicaba era
simplista y que no cumple con las normas que impone la sabiduría mundana. Al
diferenciar drásticamente entre dos conceptos de sabiduría, Pablo afirma enfática
y confiadamente que él y sus colaboradores en el ministerio tienen la sabiduría
de Dios, la cual (tal como lo explicó en 1:18-30) es eminentemente superior a
la sabiduría de este mundo.
Pablo sigue demoliendo paso a
paso el fundamento de la sabiduría natural sobre el que estaban intentando
edificar los corintios. Al comparar así la sabiduría espiritual con la
sabiduría natural, Pablo hace notar que entre los creyentes que “han alcanzado
madurez”, el evangelio se reconoce como sabiduría (v. 6). Lo que queremos decir
es que en la palabra maduros Pablo
incluye a todos los corintios que han recibido el Espíritu (3:16) y que han
respondido al evangelio de Cristo.
Maduros son los que aceptan el
evangelio de la cruz de Cristo, que experimentan el poder de Dios en sus vidas
y que esperan la renovación de todas las cosas como resultado de la
resurrección de Jesús. Ellos son los que reciben la sabiduría divina y se
regocijan en ella con sus hermanos en la fe.
La sabiduría de Dios no depende
del mundo, por cuanto es permanente, y el mundo está encaminado hacia un fin
insensato y necio, que frustra a la gente y produce su destrucción. La
verdadera sabiduría no está gobernada por los dirigentes que determinan el
esquema de este mundo en general.
Dado que no procede de hombres,
la sabiduría de Dios aparece como un misterio, un secreto que el hombre por si
solo jamás podría develar. Así es exactamente: cuando Cristo vino, el misterio
del Evangelio fue revelado por Dios mismo. Pablo declara que en el ámbito de la
eternidad, antes de la creación misma, Dios dispuso que esta sabiduría fuese
para nuestro bien y gloria, a fin de que conociésemos, disfrutásemos y
participásemos de la gloria que es de Cristo.
El hecho de que el plan de Dios
habría de ser un misterio es algo que fue anticipado por la misma Escritura
(Isaías 64:4). Hace referencia a maravillas que están más allá de los sentidos,
de la percepción, o de la imaginación de los hombres. Este versículo no se
refiere a glorias futuras que habrían de ser reveladas aún, sino a maravillas
que ya nos han sido mostradas (véase v. 10).
1 Corintios 2:10-13
Por medio de su Espíritu, Dios
comunica su sabiduría a los creyentes (Mateo 11:25). El Espíritu nos prepara
para que recibamos la verdad del evangelio y nos guía a Cristo. Cristo viene de
Dios, como también nuestro reconocimiento de Él. Dado que vivíamos en tinieblas
espirituales, el Espíritu Santo tuvo que mostrarnos que Cristo es la sabiduría
de Dios.
Esto lo puede hacer el Espíritu Santo
porque Él “escudriña” todas las cosas, aún las profundidades de Dios. Sólo el
Espíritu Santo puede reconocer, comprender y revelar el corazón y la mente de
Dios. Entre estas cosas profundas están las inagotables riquezas de la
sabiduría y conocimiento de Dios, el don de la salvación que Dios concede al
hombre, la divulgación del evangelio en cada época y generación y la venida del
reino de Dios.
Ahora podemos conocer “las cosas que
Dios nos ha concedido” (v. 12) sólo porque hemos recibido el Espíritu de Dios.
El Espíritu nos enseña los tesoros que tenemos en Cristo, a quien Dios entregó
para que muriese en la cruz y consiguiese así vida eterna para todos nosotros.
Es por la obra del Espíritu Santo que los creyentes son capacitados para
apropiarse del don de la salvación. La fe los capacita para ver que en Cristo
ya no tienen pecado ni culpa, que Dios los reconcilió consigo mismo y que ahora
tiene abierto el camino al cielo.
Íntimamente relacionado con el
saber está el hablar (v. 13). Del hombre espiritual procederán cosas
espirituales, por lo tanto, los creyentes investidos del Espíritu debemos
hablar, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña
el Espíritu.
1 Corintios 2:14-16
Pablo compara al hombre natural
con el hombre espiritual. El hombre natural considera que el Evangelio es
insensatez porque no ha recibido el Espíritu que podría iluminarlo, y no puede
recibir estas cosas con la razón; se le tienen que revelar.
Para el hombre natural, las cosas
espirituales que tienen que ver con el pecado, la culpa, el perdón, la
redención, la salvación, la justicia y la vida eterna; no tienen sentido, son
irrelevantes y hasta las consideras “tonterías”. Es incapaz de comprender todas
estas verdades espirituales porque éstas se disciernen espiritualmente.
Pero el hombre espiritual sí
puede “juzgar” o comparar, combinar y examinar todas las cosas (v. 15), porque
su fuente de sabiduría es completamente segura. Esto implica que ha recibido al
Espíritu Santo como su guía y que usa las Escrituras como brújula para el viaje
de su vida.
Al mismo tiempo, al hombre
natural le resulta imposible hacer un juicio similar sobre el creyente, puesto
que no posee una fuente segura y acertada de información con respecto a lo
espiritual.
En el versículo 16, Pablo
presenta una prueba para el versículo 15. Con su pregunta (citando Isaías
40:13), nos dice que ningún hombre le ha dado instrucciones, consejo, ni
asesoramiento al Señor, y que ningún hombre natural puede ascender a Dios ni
descubrir nada con respecto a Él, si no media la revelación divina.
La palabra clave de esta cita
bíblica es mente, la cual apunta a
Dios y a Cristo. Lo que se implica aquí es que la mente de una persona
espiritual debe armonizar con la mente de Dios. Cuando el ser humano es
controlado por el Espíritu de Dios, su interés está en cumplir la palabra de
Dios, hacer la voluntad de Dios y reflejar la gloria de Dios.
Con todo, la persona en la que
reside el Espíritu de Dios posee un conocimiento espiritual que lo guía y
dirige en esta vida. El Espíritu Santo ilumina, regenera, mora en el creyente y
le santifica.
Debemos orar que el Espíritu
Santo, que mora en nosotros, nos acerque más a Jesucristo. Tener comunión con
Cristo implica tener la mente de Cristo y servirle por gratitud.