domingo, 20 de mayo de 2018

LA REVELACIÓN POR EL ESPÍRITU DE DIOS.


La ciudad de Corinto, famosa por su riqueza y cultura, lo era también por la relajación moral de sus habitantes y el libertinaje que dominaba las costumbres de la sociedad.
En aquel ambiente, la existencia de una pequeña comunidad cristiana, compuesta en su mayor parte por personas sencillas, de origen gentil y recién conversión, se veía sometida a fuertes tensiones espirituales y morales.
El anuncio del evangelio había sido bien acogido desde el principio, cuando Pablo, llegó a Corinto procedente de Atenas. Permaneció en la ciudad durante “un año y seis meses” entregado a la proclamación de la fe en Jesucristo.
Durante el tiempo que Pablo pasó allí, parece que su labor consistió sobre todo en poner los cimientos para que otros después de él, como Apolos, pudieran seguir anunciando el evangelio en la región del Peloponeso.
En los primeros años de existencia de esta iglesia en Corinto, los creyentes estaban atravesando por una situación difícil y complicada. Arrastrados por la fanática adhesión personal de unos a Pablo y de otros a Pedro o a Apolos, entre todos habían puesto en grave peligro la unidad de la iglesia.
Además, los antecedentes paganos de la mayoría de aquellos hermanos seguían pesando en la conducta de algunos, y la general corrupción característica de la ciudad dejaba sentir su influencia en la congregación, de manera que Pablo tiene que escribirles inmediatamente para corregir lo deficiente.
1 Corintios 2:6-9
En esta parte del capítulo, Pablo contrasta la sabiduría divina con la sabiduría del mundo que había hechizado a algunos corintios. Piensan que el mensaje de la cruz que Pablo predicaba era simplista y que no cumple con las normas que impone la sabiduría mundana. Al diferenciar drásticamente entre dos conceptos de sabiduría, Pablo afirma enfática y confiadamente que él y sus colaboradores en el ministerio tienen la sabiduría de Dios, la cual (tal como lo explicó en 1:18-30) es eminentemente superior a la sabiduría de este mundo.
Pablo sigue demoliendo paso a paso el fundamento de la sabiduría natural sobre el que estaban intentando edificar los corintios. Al comparar así la sabiduría espiritual con la sabiduría natural, Pablo hace notar que entre los creyentes que “han alcanzado madurez”, el evangelio se reconoce como sabiduría (v. 6). Lo que queremos decir es que en la palabra maduros Pablo incluye a todos los corintios que han recibido el Espíritu (3:16) y que han respondido al evangelio de Cristo.
Maduros son los que aceptan el evangelio de la cruz de Cristo, que experimentan el poder de Dios en sus vidas y que esperan la renovación de todas las cosas como resultado de la resurrección de Jesús. Ellos son los que reciben la sabiduría divina y se regocijan en ella con sus hermanos en la fe.
La sabiduría de Dios no depende del mundo, por cuanto es permanente, y el mundo está encaminado hacia un fin insensato y necio, que frustra a la gente y produce su destrucción. La verdadera sabiduría no está gobernada por los dirigentes que determinan el esquema de este mundo en general.
Dado que no procede de hombres, la sabiduría de Dios aparece como un misterio, un secreto que el hombre por si solo jamás podría develar. Así es exactamente: cuando Cristo vino, el misterio del Evangelio fue revelado por Dios mismo. Pablo declara que en el ámbito de la eternidad, antes de la creación misma, Dios dispuso que esta sabiduría fuese para nuestro bien y gloria, a fin de que conociésemos, disfrutásemos y participásemos de la gloria que es de Cristo.
El hecho de que el plan de Dios habría de ser un misterio es algo que fue anticipado por la misma Escritura (Isaías 64:4). Hace referencia a maravillas que están más allá de los sentidos, de la percepción, o de la imaginación de los hombres. Este versículo no se refiere a glorias futuras que habrían de ser reveladas aún, sino a maravillas que ya nos han sido mostradas (véase v. 10).
1 Corintios 2:10-13
Por medio de su Espíritu, Dios comunica su sabiduría a los creyentes (Mateo 11:25). El Espíritu nos prepara para que recibamos la verdad del evangelio y nos guía a Cristo. Cristo viene de Dios, como también nuestro reconocimiento de Él. Dado que vivíamos en tinieblas espirituales, el Espíritu Santo tuvo que mostrarnos que Cristo es la sabiduría de Dios.
Esto lo puede hacer el Espíritu Santo porque Él “escudriña” todas las cosas, aún las profundidades de Dios. Sólo el Espíritu Santo puede reconocer, comprender y revelar el corazón y la mente de Dios. Entre estas cosas profundas están las inagotables riquezas de la sabiduría y conocimiento de Dios, el don de la salvación que Dios concede al hombre, la divulgación del evangelio en cada época y generación y la venida del reino de Dios.
Ahora podemos conocer “las cosas que Dios nos ha concedido” (v. 12) sólo porque hemos recibido el Espíritu de Dios. El Espíritu nos enseña los tesoros que tenemos en Cristo, a quien Dios entregó para que muriese en la cruz y consiguiese así vida eterna para todos nosotros. Es por la obra del Espíritu Santo que los creyentes son capacitados para apropiarse del don de la salvación. La fe los capacita para ver que en Cristo ya no tienen pecado ni culpa, que Dios los reconcilió consigo mismo y que ahora tiene abierto el camino al cielo.
Íntimamente relacionado con el saber está el hablar (v. 13). Del hombre espiritual procederán cosas espirituales, por lo tanto, los creyentes investidos del Espíritu debemos hablar, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu.
1 Corintios 2:14-16
Pablo compara al hombre natural con el hombre espiritual. El hombre natural considera que el Evangelio es insensatez porque no ha recibido el Espíritu que podría iluminarlo, y no puede recibir estas cosas con la razón; se le tienen que revelar.
Para el hombre natural, las cosas espirituales que tienen que ver con el pecado, la culpa, el perdón, la redención, la salvación, la justicia y la vida eterna; no tienen sentido, son irrelevantes y hasta las consideras “tonterías”. Es incapaz de comprender todas estas verdades espirituales porque éstas se disciernen espiritualmente.
Pero el hombre espiritual sí puede “juzgar” o comparar, combinar y examinar todas las cosas (v. 15), porque su fuente de sabiduría es completamente segura. Esto implica que ha recibido al Espíritu Santo como su guía y que usa las Escrituras como brújula para el viaje de su vida.
Al mismo tiempo, al hombre natural le resulta imposible hacer un juicio similar sobre el creyente, puesto que no posee una fuente segura y acertada de información con respecto a lo espiritual.
En el versículo 16, Pablo presenta una prueba para el versículo 15. Con su pregunta (citando Isaías 40:13), nos dice que ningún hombre le ha dado instrucciones, consejo, ni asesoramiento al Señor, y que ningún hombre natural puede ascender a Dios ni descubrir nada con respecto a Él, si no media la revelación divina.
La palabra clave de esta cita bíblica es mente, la cual apunta a Dios y a Cristo. Lo que se implica aquí es que la mente de una persona espiritual debe armonizar con la mente de Dios. Cuando el ser humano es controlado por el Espíritu de Dios, su interés está en cumplir la palabra de Dios, hacer la voluntad de Dios y reflejar la gloria de Dios.
Con todo, la persona en la que reside el Espíritu de Dios posee un conocimiento espiritual que lo guía y dirige en esta vida. El Espíritu Santo ilumina, regenera, mora en el creyente y le santifica.
Debemos orar que el Espíritu Santo, que mora en nosotros, nos acerque más a Jesucristo. Tener comunión con Cristo implica tener la mente de Cristo y servirle por gratitud.