lunes, 6 de mayo de 2019

MARÍA MAGDALENA EN LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.


En el capítulo 20 del Evangelio de Juan, el apóstol ofrece un relato puntual de las apariciones del Resucitado a distintos creyentes durante un periodo de tiempo que va desde ese acontecimiento hasta la ascensión a los cielos. Es el testimonio de quienes afirman haberlo visto y conversado con Él.
La resurrección se hace parte esencial de la predicación del evangelio, como se aprecia en uno de los escritos del apóstol Pablo: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3-4).
Juan considera la resurrección como el último tramo del tránsito hacia el Padre. No debe olvidarse que Jesús insistió antes de la Cruz, que él iba al Padre de donde había venido. La tumba se abre, simbólicamente hablando, para que el cuerpo resucitado de Jesús se haga visible a los suyos, revestido ya de inmortalidad, antes de ascender a la diestra de Dios.
Es interesante notar que ninguno de los evangelios describe la resurrección, sino los resultados de la resurrección, es decir, el Señor resucitado. Nadie fue testigo del acontecimiento en sí; no hay un detalle de cómo se produjo este hecho, simplemente se afirma que ocurrió, presentando dos grandes evidencias: a) el sepulcro vacío; b) las apariciones a distintos testigos en diferentes lugares y tiempo.

La tumba vacía (vv. 1-10).
Las narraciones de la resurrección comienzan con la historia de la visita al sepulcro. María Magdalena ve quitada la piedra y regresa inmediatamente para informar a Pedro y a Juan. Ella piensa que, al estar la tumba vacía, alguien o algunos habían llevado de allí el cuerpo muerto de Jesús. Eso ocurría con frecuencia en aquel tiempo, sobre todo en las tumbas de los ricos.
Los dos discípulos corrieron al sepulcro. Juan llega primero, pero el más impulsivo Pedro entra enseguida a la tumba. Juan le sigue dentro. Vieron los lienzos puestos allí y el sudario enrollado en un lugar aparte, señales de que no había sido un robo. Pero no entendieron.
El v. 8 dice que Juan vio “y creyó”. ¿Creyó qué? Aunque el relato no nos dice exactamente qué fue lo que Juan creyó, es obvio que él entendió que Jesús realmente estaba vivo. Aún no comprendía verdaderamente el alcance que la resurrección traía consigo, pero creía que Jesús había resucitado, por lo que sus ojos habían visto.
La reacción de Pedro no se describe en detalle. Pero el v. 9 hace una observación interesante acerca de ambos. A pesar de lo que le enseñó Cristo en su ministerio terrenal y del conocimiento de ellos acerca de lo que decían las Escrituras, no supieron que lo que habían observado había sido específicamente profetizado.
No cabe duda de que, interpretado en el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, hay notables evidencias del anuncio de la resurrección de Jesús en las profecías. A modo de ejemplo, Jesús se refirió a la señal de Jonás sobre Su resurrección (Jon. 1:17); Oseas también profetizó sobre eso (Os. 6:2). El profeta Isaías hace mención expresa a ello (Is. 53:10-12); como también está presente en el libro de los Salmos (Sal. 16:10).
Pedro y Juan dejaron la tumba (v. 10). Juan no dio detalles de lo que hicieron después, sino volvió a referirse a María Magdalena. Ella había seguido a los discípulos a la tumba. A pesar de la reacción que ellos tuvieron ante la evidencia de la Resurrección, ella aún estaba perturbada.
Sin embargo, su tristeza estaba por convertirse en gozo inefable al ser la primera persona que vería al Salvador resucitado.

La aparición a María Magdalena (vv. 11-18).
La historia de la aparición a María Magdalena es única en este evangelio, como lo es también la historia de la aparición de Jesús a los dos discípulos en el camino a Emaús en el evangelio de Lucas.
María estaba fuera llorando junto al sepulcro, inclinándose de vez en cuando para mirar dentro. Estaba angustiada, emocionalmente deshecha. De repente ve, no solamente los lienzos, sino también a dos ángeles sentados en el sepulcro. Los ángeles le preguntan por qué llora. Ni la tumba vacía ni los lienzos, ni aún la presencia de los ángeles fueron suficientes para cambiar su estado emocional. Su problema era que había fijado sus pensamientos en el pasado. Es significante que solo cuando María vuelve la espalda a la tumba es cuando puede ver a Jesús.
Por experiencia propia podemos recordar ocasiones cuando un problema personal parecía haber llegado a lo más alto. Muchas veces Dios no interviene a favor nuestro con la respuesta necesaria hasta que no nos convencemos de que no hay otra solución. Cuando todos nuestros recursos físicos y emocionales se hayan agotado entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra esperanza está en Dios. Es en ese preciso momento que Él entra y nos recuerda que Él siempre estaba allí. Su liberación es una bendición aun mayor cuando aprendemos que nuestra confianza en Él debe ser completa.
Jesús repite la pregunta “¿Mujer, por qué lloras?” (v. 15) Al incluir la pregunta “¿A quién buscas?” Jesús indica que su enfoque debe de ser en alguien no en algo. Ella buscaba un cadáver; Jesús se presenta en persona. Pero sus pensamientos estaban tan fijados en el pasado que le confunde con el hortelano. Vuelve una vez más a la tumba.
Es entonces cuando una sola palabra la hace reaccionar. Jesús la llama por su nombre: María, seguramente en la forma que le era habitual cuando estaba en su ministerio terrenal. Aquella voz y aquella forma era inconfundible para ella. Jesús había dicho que sus ovejas conocen Su voz (10:4). La oscuridad en el pensamiento de María dio paso a la luminosa luz de la presencia de Jesús a su lado. Sin duda se produjo un profundo cambio en ella. Las lágrimas desaparecieron y un gozo exultante la llenó en plenitud.
La reacción de María fue inmediata, volviéndose hacia Jesús y llamándole Raboni, que como es habitual en Juan, traduce diciendo que equivale a Maestro. Ese título se usaba con frecuencia para hablar de Dios. No es poco el amor y la familiaridad que María sentía por Jesús, pero no es menos el respeto que le merece aquel que es Dios-hombre. En esto debemos recordar que, aunque es nuestro amigo personal, nuestro hermano, no deja de ser el Soberano y eterno Dios, a quien se debe respeto supremo.
María no dejaba de abrazar los pies de Jesús. Ella quería mantenerse cerca del Señor, pero Él tenía otra misión para ella, que debía cumplir. María es comisionada por Jesús para ir a dar testimonio a los discípulos, en este caso llamados hermanos, de que el Señor había resucitado.
Con la expresión “No me toques” (v. 17), en cierto modo Jesús estaba diciendo a María, que primeramente debía llevar el mensaje y que tenía tiempo hasta la ascensión para estar con Él, pero no podría, por más que lo intentase, retenerlo aquí, porque Su misión concluida en la tierra, requería que regresase al Padre que le había enviado para ella.
El mensaje encomendado es sencillo, diles, a mis hermanos, que subo a mi Padre. El Señor les recordaba con ello que no debían esperar ya la presencia corporal suya como la habían tenido durante los tres años que estuvieron con Él. El tiempo de regreso al Padre que les había anunciado estaba a punto de cumplirse, y con ello se abriría el tiempo de relación espiritual con Él y de la presencia del Espíritu Santo como Vicario suyo en la tierra.
Era necesario que resucitase, pero también era necesario que ascendiese, porque entre otras cosas permite un cambio posicional de los creyentes que no siendo del mundo (17:14, 16), son ya ciudadanos del cielo y están posicionados en Cristo en los lugares celestiales (Ef. 2:6), por lo que deben buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col. 3:1).
María ya no tenía una fijación en el pasado, sino en la tarea a la cual Jesús le había comisionado. Le había encomendado el Señor que fuese a los discípulos y ella no se demoró en hacerlo (v. 18). María hizo dos cosas: a) consoló a los discípulos contándoles el encuentro con Jesús; b) les comunicó el mensaje que el Señor le había dado para ellos.
Juan dedica más espacio a esta aparición que a cualquier otra de los discípulos varones. En esta historia la misión y el testimonio se juntan. Jesús deja claro que uno es salvo para servir, y que nos llama por nombre a fin de que seamos enviados a otros.