En el capítulo
20 del Evangelio de Juan, el apóstol ofrece un relato puntual de las
apariciones del Resucitado a distintos creyentes durante un periodo de tiempo
que va desde ese acontecimiento hasta la ascensión a los cielos. Es el
testimonio de quienes afirman haberlo visto y conversado con Él.
La resurrección
se hace parte esencial de la predicación del evangelio, como se aprecia en uno
de los escritos del apóstol Pablo: “Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3-4).
Juan considera
la resurrección como el último tramo del tránsito hacia el Padre. No debe
olvidarse que Jesús insistió antes de la Cruz, que él iba al Padre de donde
había venido. La tumba se abre, simbólicamente hablando, para que el cuerpo
resucitado de Jesús se haga visible a los suyos, revestido ya de inmortalidad,
antes de ascender a la diestra de Dios.
Es interesante
notar que ninguno de los evangelios describe la resurrección, sino los
resultados de la resurrección, es decir, el Señor resucitado. Nadie fue testigo
del acontecimiento en sí; no hay un detalle de cómo se produjo este hecho,
simplemente se afirma que ocurrió, presentando dos grandes evidencias: a) el
sepulcro vacío; b) las apariciones a distintos testigos en diferentes lugares y
tiempo.
La tumba vacía (vv. 1-10).
Las narraciones
de la resurrección comienzan con la historia de la visita al sepulcro. María
Magdalena ve quitada la piedra y regresa inmediatamente para informar a Pedro y
a Juan. Ella piensa que, al estar la tumba vacía, alguien o algunos habían
llevado de allí el cuerpo muerto de Jesús. Eso ocurría con frecuencia en aquel
tiempo, sobre todo en las tumbas de los ricos.
Los dos
discípulos corrieron al sepulcro. Juan llega primero, pero el más impulsivo
Pedro entra enseguida a la tumba. Juan le sigue dentro. Vieron los lienzos
puestos allí y el sudario enrollado en un lugar aparte, señales de que no había
sido un robo. Pero no entendieron.
El v. 8 dice que
Juan vio “y creyó”. ¿Creyó qué? Aunque el relato no nos dice exactamente qué
fue lo que Juan creyó, es obvio que él entendió que Jesús realmente estaba
vivo. Aún no comprendía verdaderamente el alcance que la resurrección traía
consigo, pero creía que Jesús había resucitado, por lo que sus ojos habían
visto.
La reacción de
Pedro no se describe en detalle. Pero el v. 9 hace una observación interesante
acerca de ambos. A pesar de lo que le enseñó Cristo en su ministerio terrenal y
del conocimiento de ellos acerca de lo que decían las Escrituras, no supieron
que lo que habían observado había sido específicamente profetizado.
No cabe duda de
que, interpretado en el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, hay notables
evidencias del anuncio de la resurrección de Jesús en las profecías. A modo de
ejemplo, Jesús se refirió a la señal de
Jonás sobre Su resurrección (Jon. 1:17); Oseas también profetizó sobre eso (Os.
6:2). El profeta Isaías hace mención expresa a ello (Is. 53:10-12); como
también está presente en el libro de los Salmos (Sal. 16:10).
Pedro y Juan
dejaron la tumba (v. 10). Juan no dio detalles de lo que hicieron después, sino
volvió a referirse a María Magdalena. Ella había seguido a los discípulos a la
tumba. A pesar de la reacción que ellos tuvieron ante la evidencia de la
Resurrección, ella aún estaba perturbada.
Sin embargo, su
tristeza estaba por convertirse en gozo inefable al ser la primera persona que
vería al Salvador resucitado.
La aparición a María Magdalena (vv. 11-18).
La historia de
la aparición a María Magdalena es única en este evangelio, como lo es también
la historia de la aparición de Jesús a los dos discípulos en el camino a Emaús
en el evangelio de Lucas.
María estaba
fuera llorando junto al sepulcro, inclinándose de vez en cuando para mirar
dentro. Estaba angustiada, emocionalmente deshecha. De repente ve, no solamente
los lienzos, sino también a dos ángeles sentados en el sepulcro. Los ángeles le
preguntan por qué llora. Ni la tumba vacía ni los lienzos, ni aún la presencia
de los ángeles fueron suficientes para cambiar su estado emocional. Su problema
era que había fijado sus pensamientos en el pasado. Es significante que solo
cuando María vuelve la espalda a la tumba es cuando puede ver a Jesús.
Por experiencia
propia podemos recordar ocasiones cuando un problema personal parecía haber
llegado a lo más alto. Muchas veces Dios no interviene a favor nuestro con la
respuesta necesaria hasta que no nos convencemos de que no hay otra solución.
Cuando todos nuestros recursos físicos y emocionales se hayan agotado entonces
nos daremos cuenta de que toda nuestra esperanza está en Dios. Es en ese
preciso momento que Él entra y nos recuerda que Él siempre estaba allí. Su
liberación es una bendición aun mayor cuando aprendemos que nuestra confianza
en Él debe ser completa.
Jesús repite la
pregunta “¿Mujer, por qué lloras?” (v. 15) Al incluir la pregunta “¿A quién
buscas?” Jesús indica que su enfoque debe de ser en alguien no en algo. Ella
buscaba un cadáver; Jesús se presenta en persona. Pero sus pensamientos estaban
tan fijados en el pasado que le confunde con el hortelano. Vuelve una vez más a
la tumba.
Es entonces
cuando una sola palabra la hace reaccionar. Jesús la llama por su nombre: María, seguramente en la forma que le
era habitual cuando estaba en su ministerio terrenal. Aquella voz y aquella
forma era inconfundible para ella. Jesús había dicho que sus ovejas conocen Su voz (10:4). La oscuridad en el pensamiento de
María dio paso a la luminosa luz de la presencia de Jesús a su lado. Sin duda
se produjo un profundo cambio en ella. Las lágrimas desaparecieron y un gozo
exultante la llenó en plenitud.
La reacción de
María fue inmediata, volviéndose hacia Jesús y llamándole Raboni, que como es habitual en Juan, traduce diciendo que equivale
a Maestro. Ese título se usaba con
frecuencia para hablar de Dios. No es poco el amor y la familiaridad que María
sentía por Jesús, pero no es menos el respeto que le merece aquel que es
Dios-hombre. En esto debemos recordar que, aunque es nuestro amigo personal, nuestro
hermano, no deja de ser el Soberano y eterno Dios, a quien se debe respeto
supremo.
María no dejaba
de abrazar los pies de Jesús. Ella quería mantenerse cerca del Señor, pero Él
tenía otra misión para ella, que debía cumplir. María es comisionada por Jesús
para ir a dar testimonio a los discípulos, en este caso llamados hermanos, de que el Señor había
resucitado.
Con la expresión
“No me toques” (v. 17), en cierto
modo Jesús estaba diciendo a María, que primeramente debía llevar el mensaje y
que tenía tiempo hasta la ascensión para estar con Él, pero no podría, por más
que lo intentase, retenerlo aquí, porque Su misión concluida en la tierra,
requería que regresase al Padre que le había enviado para ella.
El mensaje
encomendado es sencillo, diles, a mis
hermanos, que subo a mi Padre. El Señor les recordaba con ello que no
debían esperar ya la presencia corporal suya como la habían tenido durante los
tres años que estuvieron con Él. El tiempo de regreso al Padre que les había
anunciado estaba a punto de cumplirse, y con ello se abriría el tiempo de
relación espiritual con Él y de la presencia del Espíritu Santo como Vicario
suyo en la tierra.
Era necesario
que resucitase, pero también era necesario que ascendiese, porque entre otras
cosas permite un cambio posicional de los creyentes que no siendo del mundo (17:14, 16), son ya ciudadanos del cielo y
están posicionados en Cristo en los lugares celestiales (Ef. 2:6), por lo que
deben buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios
(Col. 3:1).
María ya no
tenía una fijación en el pasado, sino en la tarea a la cual Jesús le había
comisionado. Le había encomendado el Señor que fuese a los discípulos y ella no
se demoró en hacerlo (v. 18). María hizo dos cosas: a) consoló a los discípulos
contándoles el encuentro con Jesús; b) les comunicó el mensaje que el Señor le
había dado para ellos.
Juan dedica más
espacio a esta aparición que a cualquier otra de los discípulos varones. En
esta historia la misión y el testimonio se juntan. Jesús deja claro que uno es
salvo para servir, y que nos llama por nombre a fin de que seamos enviados a
otros.
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