La ansiedad y el estrés se han convertido en los
grandes males de nuestro tiempo. La sobrecarga de responsabilidad, la
autoexigencia o el miedo a enfrentarse a situaciones cotidianas, entre otras
muchas cosas, pueden motivar la aparición de numerosos síntomas tales como
taquicardias, dificultad para respirar, tensión muscular, inseguridad,
insatisfacción y alteraciones en nuestra conducta que nos llevan a evitar
situaciones y postergar decisiones. Todo ello no nos permite vivir con la
calidad de vida que desearíamos.
Muchos son los especialistas que han editado libros y
manuales para tratar estos problemas. Han creado programas de ayuda para
identificar los síntomas y mediante ejercicios con técnicas innovadoras nos
enseñan a gestionarlos adecuadamente.
Todo esto está muy bien, pero permitidme recordaros
que tenemos a nuestro alcance la Biblia, el mejor manual escrito para encontrar
soluciones reales a uno de los grandes problemas de nuestro tiempo: la ansiedad y el estrés.
“VENID A MÍ
TODOS LOS QUE ESTÁIS TRABAJADOS Y CARGADOS, Y YO OS HARÉ DESCANSAR” (Mateo
11:28)
Generalmente pensamos que este versículo va dirigido a
los que no conocen al Señor, pero no es así, también es una invitación para el
creyente.
El creyente está cansado porque intenta llevar solo
sus problemas; descansando, según él, en sus conocimientos bíblicos y en su
experiencia, pero en algunas ocasiones esto no deja de ser “pura teología”.
Tenemos que aprender a descansar verdaderamente en el Señor.
A veces tenemos tanta ansiedad en ayudarle a Dios que
creemos que con decirle a Él cómo y cuándo tiene que hacer las cosas, nuestro
problema se va solucionar. Incluso en muchas ocasiones actuamos de forma
precipitada, por nuestra propia cuenta, sin dejar que Dios actúe a su debido
tiempo. Esto nos puede acarrear graves consecuencias, como ocurrió en un
episodio del reinado de Saúl cuando ofreció sacrificios antes de entrar en combate
contra los filisteos, sin corresponderle a él, según nos relata 1 Samuel 13.
Amenazado por el ejército filisteo, que por esta época
estaba en la cumbre de su poderío, Saúl logro alistar a los hombres de Israel
para ir a la batalla, pero procedió al margen del consejo de Samuel. Cayó en el
pecado de hacer su propia voluntad y obrar por sí solo, y tuvo que escuchar de
la boca de Samuel el pronunciamiento del cese de su reinado (vv. 10-14).
La iglesia cree que está confiando en el Señor, que
“está echando las cargas sobre él” pero en realidad no descansa, no espera, no
confía y por eso las bendiciones no llegan.
A veces estamos demasiado apurados por mover las
manecillas del reloj divino hacia adelante. En cambio Dios nunca tiene apuro.
Sólo Él sabe cuándo es el momento oportuno para que su intervención nos sirva
de mayor ayuda. Es posible que los filisteos nos rodeen y nosotros, en nuestra
impaciencia, tratemos de matarlos antes de que el Señor nos dé la orden. En
este caso, si tenemos espíritu de autonomía, lo que nos espera en el combate es
el fracaso.
Todo lo contrario a lo anteriormente relatado, es
decir, cómo debemos aprender a descansar en el Señor, poniendo todos nuestros
problemas e inquietudes delante de Él, para que obre poderosamente, lo
encontramos en la historia bíblica de 2
Reyes 19.
Senaquerib, rey de Asiria, mandó una carta blasfema e
insultante al rey Ezequías, amenazando a su pueblo y a Dios mismo. Ezequías
tuvo que enfrentarse a momentos muy duros, llenos de temor y agonía, pero el
profeta Isaías le aseguró que el Señor destruiría a sus enemigos.
Entonces, Ezequías tomó la carta y después de leerla,
la extendió delante del Señor e hizo una noble oración, confiando en que Dios
actuaría salvando a su pueblo y el nombre de Dios sería honrado. Y así sucedió,
tal como nos lo relatan los versículos
del 14 al 20.
¿Qué hacemos nosotros cuando tenemos que enfrentarnos
a problemas amenazadores o que perturban nuestra paz? ¿Los extendemos ante
Dios, y dejamos que sea Él quien se encargue de ellos?
El mensaje de Isaías afirmaba que Dios había escuchado
la oración de Ezequías. Esto alegró al rey. El ángel del Señor destruyó ciento
ochenta y cinco mil asirios. Entonces, ¿por qué dudar de lo que Él pueda hacer?
Así como extendió Ezequías ante Dios las cartas de
Senaquerib, así hemos de extender ante Dios nuestros problemas, asuntos y
deseos, seguros de que los dejamos en buenas manos y satisfechos plenamente de
lo que resulte, pues todo lo que Dios hace está bien hecho.
Todo lo que le hayamos encomendado, Dios lo hará
prosperar, si no para nuestro gusto, ciertamente para nuestro bien. Él hallará
medios de sacarnos de nuestros apuros, de desvanecer nuestros temores y de
cumplir nuestros deseos; de esto da testimonio el rey David con el Salmo 37.
Es importante aprender a descansar en el Señor, pero
esto no significa que tenemos que esperar en Él con los brazos cruzados, sin
hacer absolutamente nada, sino que debemos poner de nuestra parte lo que nos
corresponda. Y, entonces, una vez hecha nuestra parte, confiar y esperar en el
Señor que Él haga el resto.
Si queremos aprobar un examen con buena nota, tenemos
que dedicarle muchas horas de estudio antes; si le pedimos al Señor que nos dé
un trabajo, tenemos que salir a buscarlo, echando curriculum por todos sitios.
Mientras esperamos en el Señor, tenemos que estar
tranquilos, confiando en lo que Dios haga, pensando que todo tiene un propósito
y será para nuestro bien; tal como nos indica el apóstol Pablo cuando escribe a
los creyentes en Roma (Romanos 8:28).
Tenemos que esperar en el Señor y no “en lo que el
mundo nos ofrece”. Es importante no perder la paciencia, porque si esto
ocurriera y pusiéramos nuestra confianza fuera de Dios, los resultados serían
desalentadores, por no decir catastróficos. Así sucedió con el pueblo de Judá
cuando trató de establecer una alianza con Egipto en contra de Asiria. Egipto
prometió ayuda, pero no dio apoyo efectivo (Isaías
30:7; 31:1-3).
En esta ocasión Dios se lamenta de que su pueblo se
haya vuelto totalmente contra Él. Lo ha sustituido por Egipto. Dios le había
ordenado a su pueblo que no hiciera alianza con las naciones vecinas, y
prometió cuidarlo en todo lo necesario a condición de que permaneciera fiel a
su Palabra. En cambio, el pueblo se impacientó y fue a buscar la ayuda material
de Egipto.
Para terminar este mensaje, recordemos las palabras
del apóstol Pedro: “Echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
Dios no se cansa de oír nuestros problemas sino que
como un Padre amoroso, se complace en que llevemos nuestras ansiedades ante su
trono en oración y luego nos olvidemos de ellas.
Hay personas a las que no les podemos contar nuestros
problemas. No están interesadas en ayudarnos y hasta se escandalizarían al
escucharnos. Pero el Señor si está interesado en nuestras necesidades siempre.
Si alimenta a las aves de los cielos y viste a las flores del campo, ¿qué no
hará con nosotros?
Busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas nos serán añadidas (Mateo 6:33).
Esperemos confiadamente la promesa, en la voz del
profeta Isaías: “pero los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas;
levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no
se fatigarán (Isaías 40:31).