domingo, 24 de noviembre de 2013

RETIRANDO LOS ESCOMBROS PARA EDIFICAR.

Los primeros capítulos del libro de Nehemías relatan la historia de la reedificación del muro de Jerusalén bajo la fuerte oposición de sus enemigos, tanto externos como internos.
De entre todos los tipos de problemas con los que se encontró por dentro, uno de los más difíciles de resolver fue que “el escombro era mucho y no podían reconstruir el muro”.

NEHEMÍAS 4:10   “Y dijo Judá: Las fuerzas de los acarreadores se han debilitado, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro”.

El pueblo se desanimó por los escombros que tenían que quitar antes de poder edificar. Notemos que los trabajadores se cansaban y se sentían frustrados por la cantidad de escombro. Los escombros dificultaban la labor y les impedían encontrar las piedras válidas para la reconstrucción del muro.
La definición de escombro es “material de desecho que queda de una obra de albañilería o del derribo de un edificio”. Para construir de nuevo sobre un solar lleno de escombros o sobre una obra antigua y derruida, hay que retirar los escombros primeramente y después limpiar muy bien la zona antes de edificar para que la nueva construcción quede fuerte y sólida.

¿Qué sentido tienen los escombros para nosotros?

El problema de “mucho escombro” complica la obra de Dios hoy en día.
En nuestra vida personal podemos considerar como escombro todo aquello que puede impedir que levantemos un muro de santidad alrededor de nosotros. Algunos ejemplos de escombros pueden ser: no olvidar el pasado, la falta de perdón, orgullo, los deseos personales, aferrase a lo material, seguir las costumbres y tradiciones de este mundo; en resumidas cuentas, todo aquello que no da la gloria a Dios y ocupa un tiempo que le corresponde a Él.
Todos estos escombros impiden que crezcamos de una forma saludable y fuerte en cuanto a ser semejantes al carácter de Cristo. Si no retiramos estos escombros antes de seguir edificando, nunca llegaremos a alcanzar todas las promesas y bendiciones que Dios tiene preparadas para nosotros.
Quitar los escombros y limpiar nuestra vida es una decisión que tenemos que tomar personalmente, pero si hacemos esto, influirá notablemente en el crecimiento de la iglesia porque si cada uno de los miembros goza de buena salud espiritual también el cuerpo disfrutará de una vida plena en Cristo.

¿Cómo debemos quitar los escombros de nuestra vida?

En primer lugar, orando a Dios para que nos haga ver todo aquello que hay en nuestra vida que nos está impidiendo tener una verdadera comunión con él. Reconociendo que es necesario y urgente retirar esos escombros para seguir edificando sobre una buena base, sobre la roca que es Cristo; dándole una fuerte consistencia a nuestro crecimiento mediante el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-26).
Un ejemplo muy ilustrativo sobre este tema es el Salmo 51, una oración de sincero arrepentimiento donde el rey David pide a Dios que lo purifique y lo renueve interiormente, para que él, a su vez, pueda dar testimonio de la misericordia divina y trabajar por la conversión de los pecadores (v. 13).
En segundo lugar, guardando la Palabra de Dios en nuestro corazones y en nuestras mentes para que podamos vivir una vida de santidad. Ella limpia nuestro camino, nos guarda de pecar, no deja que nos desviemos de los mandamientos del Señor y se nos asegura que ella puede darnos victoria contra el pecado (Salmo 119:9-11).
La Biblia contiene las leyes fundamentales que rigen la conducta humana. Jamás se ha podido encontrar sustituto para la Palabra escrita de nuestro Dios. En ella hallamos en un lenguaje claro y exacto abundantes instrucciones para esposos, padres, hijos y también sobre el pecado, la moral y la salvación.
En tercer lugar, permaneciendo en Cristo para que llevemos fruto y si dejamos que Dios nos limpie, llevaremos más fruto. Todo seguidor de Jesús ha sido llamado a vivir una vida fructífera en lo espiritual. Esta no es una situación opcional. El creyente tiene que dar fruto, así como las ramas de la vid tienen que producir uvas por ley natural, como nos enseña la parábola de la vid verdadera.
Los que permanecen en Jesús, la vid verdadera, producirán una cosecha abundante. No puede ser de otro modo. La fuerza de la vid se comunica con los pámpanos y les hace producir fruto.
Pero el desafío es grande. Para que los pámpanos produzcan mucho fruto deben ser bien atendidos por el “labrador” encargado de la viña. Si no se podan las plantas, quitando lo que no sirve, no puede haber buena cosecha.
Los que anhelen llevar fruto para la gloria de Dios deben someterse a la disciplina limpiadora del Señor. Sólo así podrá haber regocijo en el tiempo de la cosecha, la cual sólo puede proceder de una vida que permanece en Cristo y obedece su Palabra, entonces todo lo que pidamos Dios lo hará (Juan 15:5-8).

¿Qué resultados se obtienen al quitar los escombros?

Cuando hayamos quitado el escombro y nuestra vida haya quedado limpia, podremos edificar un gran muro protector, lleno de grandísimas bendiciones. Cobraremos ánimo y nuevas fuerzas para seguir recibiendo, una tras otra, las preciosas promesas del Señor; tal como sucedió en la vida de los primeros cristianos (Hechos 2:43-47).

viernes, 30 de agosto de 2013

SIGUIENDO A MI PROFETA FAVORITO.

El texto bíblico 1 Reyes 22:1-40 presenta un claro contraste entre la manera verdadera y la manera falsa de ejercer  la misión profética. Se observa que Ben-adad no había cumplido el pacto de Afec, o al menos no había devuelto la ciudad de Ramot de Galaad (1 Reyes 20:34). Desvanecida la amenaza siria mediante la batalla de Qarqar, se disolvió la coalición de los reinos. Acab pensaba recuperar la ciudad hebrea que quedaba en manos de los sirios. Josafat, el buen rey de Judá, lo apoyó en la campaña militar, porque se habían establecido relaciones amistosas entre los dos reinos hebreos.
Siendo un hombre que temía a Dios, Josafat le pidió a Acab que consultara al Señor antes de entrar en batalla. Acab reune a sus 400 profetas y éstos aconsejan al rey que marche contra los sirios, por seguirle la corriente, ya que sabían que le agradaría la predicción (vv. 5,6). Uno de ellos, Sedequías, ejecuta ante los dos reyes una acción simbólica. Se había hecho un par de cuernos de hierro, que representaban el poder y la fuerza de ambos reyes, con los que los sirios habían de ser acorneados. Acab volvería victorioso, como proclamaban unánimes sus profetas (vv. 11, 12).
Estos en realidad eran falsos profetas que lisonjeaban al rey anunciando siempre las cosas que el monarca quería oír. Al igual que Acab, a los creyentes de hoy les gusta escuchar a sus "profetas favoritos" porque los mensajes de éstos solo hablan de triunfos, victorias, prosperidad y cosas positivas, utilizando palabras bonitas y agradables para sus oídos.
Las personas que asisten a la iglesia, tanto líderes como miembros en general, pueden llegar a favorecer las falsas profecías. Aceptan a los falsos profetas y les agradan porque les dicen lo que quieren oír. Por el contrario, dejan a un lado la sana doctrina y se olvidan de la Palabra de Dios como norma de fe y conducta.
También hay que tener en cuenta que cuando los profetas, o cualquier otro ministerio, ceden ante la presión y le dicen a la gente lo que quiere oír, terminan profetizando lo que brota de su propia imaginación (Ezequiel 13:2). El afán por complacer a la gente lleva al profeta, o a cualquier otro líder, a obviar el pecado y dar un consuelo inútil (Lamentaciones 2:14; Zacarías 10:2).
Siguiendo el texto bíblico, vemos que Josafat no se deja engañar por la mímica de Sedequías. Su sentido espiritual le dicta que todo aquello es una falsedad; ya lo suponía desde el principio y, por eso, había preguntado si había algún profeta de Jehová  (v. 7); es decir, alguien de quien se tuvieran garantías que hablaba de parte de Dios y, por tanto, la verdad. Acab admitió que había uno al que no había llamado, porque no le gustaban sus mensajes. Era Micaías. Éste al principio, le contestó con sarcástica cortesía. Le dijo, en otras palabras, lo siguiente: "Puesto que no estás interesado en la verdad, sino en la mentira y quieres ser engañado, te diré exactamente lo que quieres oír". Acab se dio cuenta de la burla del profeta y simuló desear que le dijese la verdad. Más tarde, Micaías le dice lo que realmente va a suceder (v. 7), le habla de la derrota de Israel y de su muerte. Acab rechazó la palabra de Jehová y subió junto con Josafat a Ramot de Galaad.
Y ¿quién tiene la culpa de que a veces nos profeticen lo que no nos gusta? Si obrásemos bien, oiríamos del Cielo mensajes de bendición; pero si no estamos dispuestos a humillarnos, a orar, a buscar el rostro del Señor y a convertirnos de nuestros malos caminos, tendremos que acostumbrarnos a oír mensajes de corrección y disciplina.
Si no aceptamos esto y seguimos empeñados en recibir solo aquello que nos gusta, jamás corregiremos nuestros malos hábitos y daremos lugar a que el enemigo nos engañe, haciéndonos vivir en continua derrota hasta el final de nuestra perdición.
Acab pensaba que podía evitar el peligro despojándose de sus vestiduras reales y disfrazándose como un soldado raso. Pero ningún disfraz ni armadura pudo protegerle de la flecha del juicio divino y así fue muerto en batalla. De esta forma se cumplieron tanto la profecía de Micaías de que Israel quedaría sin pastor, como la de Elías de que los perros lamerían la sangre de Acab (1 Reyes 22:17; 21:19; 22:38). ¡Que nadie piense que puede esconderse del juicio de Dios! 

domingo, 25 de agosto de 2013

EL VALLE DE LOS HUESOS SECOS.

Ezequiel 37:1-14
 La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos.
Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera.
Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes.
Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová.
Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis.
Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová.
Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso.
Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu.
Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán.
10 Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo.
11 Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos.
12 Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel.
13 Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío.
14 Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová.

El valle de los huesos secos.
En su sentido literal, el presente texto solamente se refiere a la resurrección política y espiritual de Israel, tal como nos indica el versículo 11, pero también puede aplicarse a la restauración espiritual del pueblo de Dios hoy día; es necesario que la iglesia del Señor pase de un estado de sequedad y "muerte" a un estado de vida santa y poderosa.
Dios ordena a Ezequiel profetizar sobre los huesos, declarando vida sobre esa sequedad. De igual manera, Dios desea que tengamos vida y que la tengamos en abundancia (Juan 10:10); con este propósito envió a su Hijo, pero nosotros, su pueblo, seguimos viviendo en un estado de permanente sequedad.
Entonces, ¿Qué nos da la vida espiritual? La Palabra de Dios y el aliento vital del Espíritu Santo.
La palabra del Señor es la que reúne todos esos huesos muertos, secos, separados y dispersos; y, después de unidos, los hace volver a la vida. Dios nos manda a escudriñar las Escrituras porque en ellas tenemos la vida eterna y ellas dan testimonio de Jesús (Juan 5:39).
Cuando las leemos simplemente por leer, no ocurre nada en nuestras vidas, es como si leemos el último best seller porque nos lo han recomendado. Pero cuando las leemos con el deseo de conocer más a Dios y hacer su voluntad, iremos cobrando vida puesto que la palabra de Señor tiene poder para transformar y para cambiar nuestras vidas porque "... es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12).
¿Por qué muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles y hoy día no podemos hacerlas nosotros? Porque la palabra de Dios cambió sus vidas, los transformó. Vivieron conforme a las enseñanzas que habían recibido del Señor Jesús, dejando a un lado sus deseos personales y el mundo que les rodeaba.
Sobre todas estas cosas, Dios va soplar de los cuatro vientos su Espíritu Santo que nos dará la fuerza y el poder para llevar el mensaje de vida y esperanza. Jesús nos dice: "... El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre" (Juan 14:12).
Una vez que el aliento de vida entró en ellos (v. 10), vivieron, y se pusieron en pie; un ejército grande en extremo. Como pueblo de Dios somos un gran ejército, dejemos que el Señor nos guíe a toda verdad y la Palabra de Dios resucitará a su pueblo.

domingo, 11 de agosto de 2013

SALVOS ... ¿PARA QUÉ?

Efesios 1:3-6
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,

Una descripción de las bendiciones divinas.
Uno de los pasajes más significativos y abrumadores de la Biblia es esta exposición de las bendiciones que son nuestras en Jesucristo. Bendiciones que son para despertar gratitud y alabanza en el corazón de los creyentes.
(v. 3) El apóstol Pablo hace hincapié en que estas bendiciones son espirituales más bien que naturales o materiales. Pablo, un hombre sin hijos, sin tierras y sin hogar, conoció muy poco de las bendiciones materiales; pero en lo que respecta a las cosas espirituales sabía que tenía riquezas sin límite. La contemplación de estas bendiciones abrió plenamente las puertas de su corazón a un torrente de alabanzas de gratitud.
Dios provee abundantemente todo lo que nuestra vida espiritual necesita. Él nos ha dado “todo posible beneficio en Cristo”.
Dos expresiones definen la esfera en que Dios bendice a su pueblo. Una es la frase “en los lugares celestiales” que se refiere no a un lugar físico, sino a un reino o esfera de realidad espiritual a la que el creyente ha sido elevado en Cristo. Es decir, la frase no nos habla del cielo en el futuro sino del cielo que está dentro y alrededor del cristiano.
En realidad, los creyentes somos de dos mundos. Temporalmente somos de la tierra; pero espiritualmente, nuestra vida está unida con la vida de Cristo, y somos por tanto, del reino celestial. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;” (Filipenses 3:20).
La otra frase que define la esfera de las bendiciones cristianas es “en Cristo”. Dios nos bendijo en Cristo como pueblo suyo, y significa que las bendiciones que experimentamos nos llegan en virtud de nuestra unión con Cristo. Él es la gran fuente de bendiciones, pero únicamente los que tienen una relación viva con Él participan de sus beneficios.
La parábola que mejor ilustra este principio bíblico es la de la vid verdadera (Juan 15:1-17), tal como apreciamos en el v. 4 “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”.
Los pámpanos no pueden llevar fruto por sí mismos. Deben estar unidos al tronco principal de la vid y recibir constantemente la savia que fluye por éste si han de llevar fruto. Cuando descansamos confiadamente en el Señor y vivimos en continua comunión con Él, llegamos a ser pámpanos fructíferos.
(v. 4) Estas bendiciones nos llegan de acuerdo con el propósito eterno de Dios. Él nos bendijo, Él “nos escogió”. Esto significa que Dios ha escogido a los creyentes “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él”.
La palabra “santo”, que en este contexto habla de consagración interior, lleva consigo la idea de “separados para Él”. Esto incluye tanto separación del pecado como separación para Dios.
En el momento del nuevo nacimiento, Dios atribuye el creyente la Santidad de Cristo. La santificación es instantánea en cuanto a nuestra posición en Cristo. El pecador corrompido es cambiado en un adorador santo (1 Corintios 6:11).
Más adelante, lo que somos posicionalmente en Cristo, tenemos que experimentarlo de forma progresiva en nuestro andar con el Espíritu. La santificación es un proceso que continúa a lo largo de la vida del creyente. La santificación no es conformarse a un conjunto de normas sino el cambio del carácter paso a paso a la imagen de Cristo (2 Corintios 3:18).
La palabra que se traduce por “sin mancha” se usa algunas veces para referirse a un carácter y a una conducta irreprochables, pero esencialmente es un término sacrificial. Con respecto a los animales destinados al sacrificio, significaba “sin defecto”. En el Nuevo Testamento, se emplea con respecto a Cristo, quien “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios (Hebreos 9:14); con respecto a los creyentes, quienes han de presentarse como “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa…” (Filipenses 2:15); y con respecto a la Iglesia, que como esposa de Cristo le será presentada un día como “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha…” (Efesios 5:27). En el presente pasaje, Pablo la usa para denotar la vida intachable que Dios quiere que su pueblo viva.
(v. 5) La expresión “habiéndonos predestinado” es traducción de una palabra griega que significa literalmente “habiéndonos señalado con anticipación”. En amor nos escogió Dios para adoptarnos como hijos suyos.
En el mundo antiguo, era la costumbre entre los judíos, romanos y griegos “adoptar” a sus propios hijos como sus herederos legales. La adopción  significa ser herederos y como tal receptores de todos los privilegios de hijos maduros: un cuidado paternal, un nombre, una familia y una herencia.
La razón por la cual Dios nos eligió no se halla en nosotros, sino en su bondad, amor y misericordia.
(v. 6) La finalidad de la elección divina es la “alabanza de la gloria de su gracia”. Así como Israel fue creado con el fin de que viviera para la alabanza de Dios, también quienes han sido escogidos en Cristo deben vivir para la alabanza del esplendor de su gracia.
Isaías 43:21 “Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará”.
La gracia es el favor inmerecido de Dios y se ha manifestado con gloria en nuestras vidas, y debido a ello debe ser eternamente alabada.
Durante el mensaje de hoy, hemos visto que Dios nos escogió para que fuésemos santos y sin mancha, para ser adoptados hijos suyos y para alabanza de la gloria de su gracia; ahora es el propósito de Dios que vayamos al mundo a hablarle de todas estas cosas, para esto nos ha elegido el Señor.
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.” JUAN 15:16
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” MATEO 28:19-20


sábado, 29 de junio de 2013

TEMED A DIOS Y NO A LOS HOMBRES.

Éxodo 1:15-21
15 Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y otra Fúa, y les dijo:
16 Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva.
17 Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños.
18 Y el rey de Egipto hizo llamar a las parteras y les dijo: ¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la vida a los niños?
19 Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas.
20 Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera.
21 Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias.

La indignación de los egipcios ante el incremento de los israelitas, a pesar del rigor con que les trataban, les llevó finalmente a emplear el método más cruel e inhumano para suprimirlos, mediante el asesinato de los varones nacidos.
Esta fue la orden que el rey de Egipto dio a las parteras de las hebreas (vv. 15-16). El proyecto de Faraón era encargar secretamente a las comadronas, Sifra y Fúa, que ellas mismas ejecutasen a los niños varones, y después se excusasen con la dificultad del parto, o de cualquier otro percance.
En las culturas antiguas, la madre por lo general era asistida por una partera, es decir, una mujer especialmente experimentada en ayudar en el momento del parto. A veces se trataba de mujeres que eran madres; habiendo aprendido en carne propia la clase de ayuda que se necesitaba. Algunas parteras eran profesionales que se dedicaban exclusivamente a estas labores.
La partera cumplía varias funciones. Además de ayudar a dar a luz al bebé, aconsejaba y animaba a la mujer durante el parto. Después de haber realizado todas las tareas posteriores al mismo, la partera le anunciaba a la madre que el niño había nacido y que estaba vivo y bien. Los deberes de la partera terminaban al entregar el bebé a la madre para que lo criara.
Faraón quiso aprovecharse de estas circunstancias para eliminar a los niños hebreos y detener así el extraordinario crecimiento de los israelitas en Egipto, pero su plan no dio resultado.
Las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto (v. 17). Consideraron y respetaron la Ley de Dios, temiendo su ira más que la de Faraón y, por consiguiente, preservaron la vida de los que nacían varones lo mismo que la de las hembras.
Su actitud nos puede hablar del corazón que ellas tuvieron para Dios, un corazón limpio que hizo que su obras fueran de olor grato al Señor, ya que no temieron desobedecer el decreto de los hombres, en este caso a un faraón impío, y temieron al Rey de Reyes honrándole y dando preferencia a la vida de muchos niños que seguramente era necesario que viniesen al mundo y salieran con Moisés de Egipto para poseer la tierra prometida.
Cuando se les pidió cuentas por no cumplir las órdenes, se excusaron diciendo que llegaban demasiado tarde para ello, porque generalmente los niños habían nacido ya cuando ellas llegaban (vv. 18-19). Hay antiguos escritores judíos que hacen la siguiente paráfrasis de este texto: Antes de que llegue la partera, oran a su Padre que está en los cielos, y les responde, haciendo que den a luz en seguida.
La recompensa con que Dios les premió la atención que tenían con su pueblo fue bendecirlas y prosperarlas, no sólo a ellas sino también a sus familias (vv. 20-21). Y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera.
La obediencia y el temor reverente a Dios traerá bendiciones a nuestra vida y a las vidas de todos los que nos rodean. "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová" (Proverbios 1:7).


domingo, 9 de junio de 2013

ORACIÓN DE DANIEL POR SU PUEBLO

Daniel 9:1-19

1 En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos,
2 en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.
3 Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza.
4 Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
5 hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
7 Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti.
8 Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos.
9 De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado,
10 y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
11 Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos.
12 Y él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros tan grande mal; pues nunca fue hecho debajo del cielo nada semejante a lo que se ha hecho contra Jerusalén.
13 Conforme está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad.
14 Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz.
15 Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente.
16 Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro.
17 Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor.
18 Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias.
19 Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.

Daniel decide dirigirse a Dios en oración, acompañando ésta con las señales que solían indicar la pesadumbre por el pecado: "buscándole en oración y ruego, con ayuno, ropas ásperas y cenizas". Vemos aquí a Daniel dispuesto a interceder por los pecados de su pueblo, incluyéndose a sí mismo, en una de las oraciones más admirables del A.T. 
  • Comienza con una introducción reverente (v. 4) en la que da gloria a Dios: Como a un Dios que debe ser temido, que debe ser creído y en quien puede depositarse una confianza absoluta. Es un Dios que mejora sus promesas añadiendo misericordia. 
  • Sigue con una confesión de pecado (vv. 5, 6). Cuando rogamos a Dios por bendiciones para el pueblo, debemos humillarnos por los pecados del pueblo. 
  • A continuación vemos un reconocimiento humilde de la justicia de Dios en todos los castigos que ha impuesto a Su pueblo (vv. 7-11). Daniel se hace solidario de los pecados de su pueblo. 
  • Tenemos luego una confiada apelación a la misericordia de Dios (v. 9). Dios siempre ha estado dispuesto a perdonar el pecado. 
  • En su oración ruega a Dios que restaure la condición de los judíos cautivos. Pide que Dios aparte Su ira y Su furor de Jerusalén y que Su rostro resplandezca (vv. 16, 17). 
  • Confiesa que no merece el favor de Dios, pues no dependen de ninguna justicia propia, sino sólo de la misericordia divina (v. 18). 
  • Se anima a orar a Dios, tomando de Dios mismo el ánimo para orar, sabedor de que Dios les favorecerá y perdonará en atención a la gloria de Su santo nombre (v. 19). 

¿Cuándo recibe la respuesta la oración de Daniel?

Inmediatamente, mientras Daniel estaba en oración. Antes que se levantase de sus rodillas y cuando quizás estaba dispuesto a seguir implorando con vehemencia, le vino del cielo la respuesta: "Profecía de las setenta semanas" Daniel 9:20-27.

20 Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios;
21 aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde.
22 Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento.
23 Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión.
24 Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.
25 Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.
26 Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones.
27 Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador.

Daniel había orado con gran fervor y Dios le envió al ángel Gabriel para darle una respuesta asombrosa. Nosotros también podemos orar de la misma manera que Daniel, esperando con fe que Dios nos dará la respuesta más adecuada conforme a las promesas de su Palabra.

lunes, 3 de junio de 2013

CÓMO ALCANZAR LAS PROMESAS DE DIOS.

Es fácil escuchar en nuestros días la expresión “las palabras, se las lleva el viento”, porque el valor de un compromiso oral es muy poco apreciado; todo debe estar “escrito y firmado”.
Antiguamente un “apretón de manos” tenía el mismo valor que el contrato escrito más detallado, sin embargo, la palabra en la actualidad ha quedado muy infravalorada.
Todo lo contrario sucede con Dios. Uno de los atributos de su carácter es la verdad, y junto a ello, su fidelidad a la hora de hacer que su promesas se cumplan. En uno de los últimos capítulos del libro de Josué, cuando Israel ocupa la tierra prometida, leemos:
“No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió”. (Josué 21:45)
Jehová es un Dios confiable, no deja caer ninguna de sus palabras a tierra, sino que las cumple.
La promesa más grande de todos los tiempos es Jesús. Dios había prometido que iba a mandar al Salvador para que por gracia nos salve. Y así fue. Dios cumplió su promesa.
También hay miles de promesas en la Biblia. Las promesas son para todos, son universales, lo que ocurre es que no todos llegamos a alcanzarlas porque para apropiarnos de éstas, no podemos quedarnos de brazos cruzados “esperando que caigan del cielo”,  tenemos que trabajar y luchar con el fin de hacerlas nuestras.
Tristemente no todos están dispuestos a trabajar para llegar al cumplimiento de las promesas. Algunos quieren la promesa pero no están dispuestos a pagar el precio por ella, sobretodo, cuando vemos en la Palabra de Dios que, en la mayoría de los casos, el cumplimiento de una promesa está condicionado a la obediencia a un mandamiento.
Veremos en el libro de Josué la clave para poder conquistar todo lo que Dios tiene para nosotros. Cómo alcanzar esa tierra prometida, cuál es el secreto para no quedarnos fuera de la bendición que Dios tiene para nosotros.
Dios sigue siendo el mismo, Su poder sigue siendo el mismo, Su Palabra es la misma, nosotros necesitamos aprender cómo conquistar Sus promesas y no perdernos nada de lo que Él tiene para nosotros.
Preparativos para la conquista (Josué 1:1-9))
 Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo:
Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel.
Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie.
Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Eufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol, será vuestro territorio.
Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.
Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.
Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.
Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.
Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.
v. 2-5
Moisés había muerto. Él representaba la generación pasada. Una generación que fue de bendición, pero que murió quedando en el desierto y sin entrar en la tierra prometida, por causa de su incredulidad y desobediencia;  actitudes que quedaron reflejadas en numeroso episodios de su peregrinaje, acompañadas siempre de continuas quejas, como sucedió en el desierto de Zin (Números 20:1-13).
Pero los planes de Dios no fracasaron, pues ningún hombre es indispensable. Moisés había muerto pero el propósito de Dios seguía vivo. Josué debía asumir la dirección de todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán, a la tierra que estaba a punto de darle.
Después de un mandato, “… levántate y pasa este Jordán …”,  Dios le da varias promesas de bendición. Dios les va a entregar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, ya que Él es dueño de toda la tierra. “De Dios es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Salmos 24:1).
Si Dios dice algo, está hecho. Si Él promete algo, no dudes, pues Él es el dueño de todo, pues tiene todo el poder y la autoridad.
Lo interesante aquí es que aunque la tierra era un regalo de Dios, sólo podían adquirirla luchando. Dios les entregó la titularidad de lugar, pero ellos debían entrar a poseerlo.
Así es en nuestras vidas también. Dios nos promete su paz y su bendición, pero nosotros debemos luchar por alcanzarlas. El quiere que seamos más que vencedores, de nosotros depende vivir en esa victoria. Tenemos que poner nuestra fe en Dios porque, como dice el autor de Hebreos, “que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones” (Hebreos 11:33).
Josué había explorado esa tierra buena y fructífera 38 años antes. ¿Recordamos la historia de los doce espías, en Números 13? Josué podía recordar la belleza de aquella tierra, sus terrenos fértiles, y ahora a él le correspondía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar todo ese territorio.
Era muy fuerte el reto que Dios le estaba presentando a Josué. Los cananeos y los otros pueblos eran muy fuertes, sus ciudades estaban bien fortificada, la tierra era montañosa, las maniobras serían pues muy complicadas.
Pero Dios no solo le da la orden de conquistar la tierra, sino que junto a esa orden, le da una promesa: “Nadie te podrá hacer frente … estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé”.
Dios recompensa al que le sigue y hace el bien. También bendice a los que están a nuestro alrededor. Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?; nadie nos podrá parar.
Dios nos da la promesa de su presencia, ¿cuál es nuestra parte en todo esto?
v. 6-8
“Esfuérzate y sé valiente”. Es necesario esforzarse y ser muy valiente, en base a la promesa.
Nadie dijo que fuera fácil, y si lo dijo, no es cierto. Casi todo lo que vale la pena en la vida requiere esfuerzo. Recordemos las instrucciones del apóstol Pablo al joven Timoteo, cuando le dice: “… esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús, … sufre penalidades como buen soldado, … lucha legítimamente como atleta, … trabaja primero, como el labrador, para participar de los frutos, …” (2ª Timoteo 2:1-6).
Los verbos que aparecen en el texto nos indican la gran responsabilidad que tenemos en hacer la parte que nos corresponde para poder alcanzar todo lo que Dios tiene para nosotros.
Lo imposible se lo dejamos a Dios, pero lo posible es para nosotros. Nos esforzamos y luchamos porque confiamos en Dios, quien es fiel a Sus promesas, nunca miente y no nos va a fallar.
“… para cuidar de hacer conforme a toda la ley …”
En esta ocasión el mandato es más fuerte y tiene que ver con obedecer la Palabra de Dios, que básicamente se reducía a la ley entregada a Moisés.
Nosotros, en nuestros días, tenemos el privilegio de tener toda la revelación escrita, donde Dios nos muestra cómo vivir aquí y ahora y cómo prepararnos para la eternidad.
No te apartes de la Palabra de Dios, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.
¿Quieres ser prosperado? ¿Quieres la bendición de Dios sobre ti y los tuyos? El secreto está en no apartarse de Su Palabra, en no apartarse de Sus pensamientos, en no apartarse de Sus caminos, en no apartarse de Su voluntad.
Por tanto, Josué debía hablar de la Palabra de Dios, meditar de día y de noche en ella y hacer conforme a todo lo que estaba escrito.
Si obedeces los mandamientos de Dios y actúas conforme a ellos, “harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”.
La vida de Josué demuestra que él vivía y ponía en práctica las enseñanzas de la ley de Moisés. Eso le permitió alcanzar victorias con la ayuda de Dios. Antes de morir, exhortó a la nación a obedecer a la Palabra de Dios (Josué 23:6).
v. 9  “… que te esfuerces y seas valiente …”
El esfuerzo y la valentía, en esta ocasión, traerá la presencia continua  de Dios. El Señor estará con nosotros donde quiera que vayamos.
Viene a renglón seguido de “no temas ni desmayes”. La tarea iba en ocasiones a provocar temor, y mucho cansancio y ganas de abandonar y desmayar, pero Dios le dice: “ … porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”.

La presencia de Dios cambia nuestra vida. Nos lleva a obedecerle sabiendo que Él es real. No es una religión, ni un compromiso con los hombres, sino que tiene que ver directamente con Dios.

sábado, 23 de marzo de 2013

CÓMO SOLUCIONAR LA ANSIEDAD Y EL ESTRÉS.


La ansiedad y el estrés se han convertido en los grandes males de nuestro tiempo. La sobrecarga de responsabilidad, la autoexigencia o el miedo a enfrentarse a situaciones cotidianas, entre otras muchas cosas, pueden motivar la aparición de numerosos síntomas tales como taquicardias, dificultad para respirar, tensión muscular, inseguridad, insatisfacción y alteraciones en nuestra conducta que nos llevan a evitar situaciones y postergar decisiones. Todo ello no nos permite vivir con la calidad de vida que desearíamos.
Muchos son los especialistas que han editado libros y manuales para tratar estos problemas. Han creado programas de ayuda para identificar los síntomas y mediante ejercicios con técnicas innovadoras nos enseñan a gestionarlos adecuadamente.
Todo esto está muy bien, pero permitidme recordaros que tenemos a nuestro alcance la Biblia, el mejor manual escrito para encontrar soluciones reales a uno de los grandes problemas de nuestro tiempo:  la ansiedad y el estrés.
“VENID A MÍ TODOS LOS QUE ESTÁIS TRABAJADOS Y CARGADOS, Y YO OS HARÉ DESCANSAR” (Mateo 11:28)
Generalmente pensamos que este versículo va dirigido a los que no conocen al Señor, pero no es así, también es una invitación para el creyente.
El creyente está cansado porque intenta llevar solo sus problemas; descansando, según él, en sus conocimientos bíblicos y en su experiencia, pero en algunas ocasiones esto no deja de ser “pura teología”. Tenemos que aprender a descansar verdaderamente en el Señor.
A veces tenemos tanta ansiedad en ayudarle a Dios que creemos que con decirle a Él cómo y cuándo tiene que hacer las cosas, nuestro problema se va solucionar. Incluso en muchas ocasiones actuamos de forma precipitada, por nuestra propia cuenta, sin dejar que Dios actúe a su debido tiempo. Esto nos puede acarrear graves consecuencias, como ocurrió en un episodio del reinado de Saúl cuando ofreció sacrificios antes de entrar en combate contra los filisteos, sin corresponderle a él, según nos relata 1 Samuel 13.
Amenazado por el ejército filisteo, que por esta época estaba en la cumbre de su poderío, Saúl logro alistar a los hombres de Israel para ir a la batalla, pero procedió al margen del consejo de Samuel. Cayó en el pecado de hacer su propia voluntad y obrar por sí solo, y tuvo que escuchar de la boca de Samuel el pronunciamiento del cese de su reinado (vv. 10-14).
La iglesia cree que está confiando en el Señor, que “está echando las cargas sobre él” pero en realidad no descansa, no espera, no confía y por eso las bendiciones no llegan.
A veces estamos demasiado apurados por mover las manecillas del reloj divino hacia adelante. En cambio Dios nunca tiene apuro. Sólo Él sabe cuándo es el momento oportuno para que su intervención nos sirva de mayor ayuda. Es posible que los filisteos nos rodeen y nosotros, en nuestra impaciencia, tratemos de matarlos antes de que el Señor nos dé la orden. En este caso, si tenemos espíritu de autonomía, lo que nos espera en el combate es el fracaso.
Todo lo contrario a lo anteriormente relatado, es decir, cómo debemos aprender a descansar en el Señor, poniendo todos nuestros problemas e inquietudes delante de Él, para que obre poderosamente, lo encontramos en la historia bíblica de 2 Reyes 19.
Senaquerib, rey de Asiria, mandó una carta blasfema e insultante al rey Ezequías, amenazando a su pueblo y a Dios mismo. Ezequías tuvo que enfrentarse a momentos muy duros, llenos de temor y agonía, pero el profeta Isaías le aseguró que el Señor destruiría a sus enemigos.
Entonces, Ezequías tomó la carta y después de leerla, la extendió delante del Señor e hizo una noble oración, confiando en que Dios actuaría salvando a su pueblo y el nombre de Dios sería honrado. Y así sucedió, tal como nos  lo relatan los versículos del 14 al 20.
¿Qué hacemos nosotros cuando tenemos que enfrentarnos a problemas amenazadores o que perturban nuestra paz? ¿Los extendemos ante Dios, y dejamos que sea Él quien se encargue de ellos?
El mensaje de Isaías afirmaba que Dios había escuchado la oración de Ezequías. Esto alegró al rey. El ángel del Señor destruyó ciento ochenta y cinco mil asirios. Entonces, ¿por qué dudar de lo que Él pueda hacer?
Así como extendió Ezequías ante Dios las cartas de Senaquerib, así hemos de extender ante Dios nuestros problemas, asuntos y deseos, seguros de que los dejamos en buenas manos y satisfechos plenamente de lo que resulte, pues todo lo que Dios hace está bien hecho.
Todo lo que le hayamos encomendado, Dios lo hará prosperar, si no para nuestro gusto, ciertamente para nuestro bien. Él hallará medios de sacarnos de nuestros apuros, de desvanecer nuestros temores y de cumplir nuestros deseos; de esto da testimonio el rey David con el Salmo 37.
Es importante aprender a descansar en el Señor, pero esto no significa que tenemos que esperar en Él con los brazos cruzados, sin hacer absolutamente nada, sino que debemos poner de nuestra parte lo que nos corresponda. Y, entonces, una vez hecha nuestra parte, confiar y esperar en el Señor que Él haga el resto.
Si queremos aprobar un examen con buena nota, tenemos que dedicarle muchas horas de estudio antes; si le pedimos al Señor que nos dé un trabajo, tenemos que salir a buscarlo, echando curriculum por todos sitios.
Mientras esperamos en el Señor, tenemos que estar tranquilos, confiando en lo que Dios haga, pensando que todo tiene un propósito y será para nuestro bien; tal como nos indica el apóstol Pablo cuando escribe a los creyentes en Roma (Romanos 8:28).
Tenemos que esperar en el Señor y no “en lo que el mundo nos ofrece”. Es importante no perder la paciencia, porque si esto ocurriera y pusiéramos nuestra confianza fuera de Dios, los resultados serían desalentadores, por no decir catastróficos. Así sucedió con el pueblo de Judá cuando trató de establecer una alianza con Egipto en contra de Asiria. Egipto prometió ayuda, pero no dio apoyo efectivo (Isaías 30:7; 31:1-3).
En esta ocasión Dios se lamenta de que su pueblo se haya vuelto totalmente contra Él. Lo ha sustituido por Egipto. Dios le había ordenado a su pueblo que no hiciera alianza con las naciones vecinas, y prometió cuidarlo en todo lo necesario a condición de que permaneciera fiel a su Palabra. En cambio, el pueblo se impacientó y fue a buscar la ayuda material de Egipto.
Para terminar este mensaje, recordemos las palabras del apóstol Pedro: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
Dios no se cansa de oír nuestros problemas sino que como un Padre amoroso, se complace en que llevemos nuestras ansiedades ante su trono en oración y luego nos olvidemos de ellas.
Hay personas a las que no les podemos contar nuestros problemas. No están interesadas en ayudarnos y hasta se escandalizarían al escucharnos. Pero el Señor si está interesado en nuestras necesidades siempre. Si alimenta a las aves de los cielos y viste a las flores del campo, ¿qué no hará con nosotros?
Busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas nos serán añadidas (Mateo 6:33).
Esperemos confiadamente la promesa, en la voz del profeta Isaías: “pero los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán (Isaías 40:31).


domingo, 24 de febrero de 2013

NO DESMAYES ANTE LA ADVERSIDAD.

Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sufrido pérdidas: el fallecimiento de un ser querido, un trabajo, un deseo o una meta. Estos inesperados reveses se abalanzan sobre nosotros, y a menudo no estamos preparados para recibirlos. Nos quedamos totalmente paralizados, preguntándonos: Señor, ¿por qué permites que suceda esto?. Incluso llegamos a pensar que Dios nos ha abandonado. Nos resulta difícil comprender que Dios tiene algo importante que enseñarnos y que todo los que nos sucede tiene un propósito en nuestra vida.
En la vida de Job tenemos un claro ejemplo de sufrimiento y adversidades. A pesar de que era "perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal" (Job 1:1), tenía una familia grande y abundantes posesiones, y gozaba de un gran prestigio; él lo perdió todo, tanto personas como bienes materiales. Humanamente, Job no merecía sufrir las pérdidas que experimentó. Era un hombre de Dios, tranquilo, próspero y seguro.
Algunos pudieran pensar: "Bueno, así es fácil seguir a Dios. Rodeado de tanta seguridad y prosperidad, ¿quién no le sería fiel al Señor?". Ese fue exactamente el enfoque que Satanás le presentó al Señor: "... ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano  y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia" (Job 1:9-11). 
Comienza aquí la historia de los sufrimientos de Job. Si seguimos leyendo el texto bíblico, vemos como primeramente recibe la trágica noticia de la muerte de todos sus hijos. ¿Cómo respondió él? Job rasgó su manto y se rasuró la cabeza, como señal de dolor; luego, postrado en tierra, adoró y se sometió a la voluntad divina. En todo esto no pecó Job ni atribuyó a Dios despropósito alguno.
Este ejemplo nos enseña que, por medio del poder de Dios, podemos lograr una confianza vital en Cristo cuando se presente la adversidad. "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13). Pensemos que en tiempos difíciles el Señor está ahí y nos dice: "No te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5). Las pruebas fortalecen nuestra vida y nos acercan más a Dios.
Job es víctima de una cadena de desdichas que lo dejan bruscamente sin hijos y sin hacienda, enfermo y reducido a una condición miserable (7:4-5). A pesar de todas las desgracias, él confía en Dios y lo bendice (1:21), no deja que sus labios pequen contra el Señor, y aún sale al paso de las quejas de la esposa preguntándole: "¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?" (2:10).
El Dios de Job, nuestro Dios, no es una bondadosa criatura que se sienta en el borde del cielo, y dejar caer preciosos regalos envueltos en papel de plata, diciendo: "Esto te hará feliz. Esto te gustará". Ese no es el Dios de los cielos. El soberano Dios del cielo dispone y dispensa lo que le da la gloria a él. Él no sólo nos da el bien, sino que también permite la adversidad. Nuestro gran Dios no está obligado a mantenernos cómodos, sin problemas, sino que él lo hace todo conforme a su voluntad. "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosa les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28).
Todos vivimos en un mundo en el que estamos sujetos a padecimientos y adversidades. Nuestra meta no consiste en cumplir nuestras ideas acerca de la vida, sino más bien en vivir de tal manera que demos gloria a Dios en todo. El amor de Dios por nosotros nunca cambia y si confiamos en nuestro Señor, algún día lo comprenderemos todo.
Es cierto que cuando hay pérdidas, los tiempos son solitarios y de crisis; pero cuando pasamos por etapas como éstas, comprendemos exactamente lo que dice Job 23:10-14
Mas él conoce mi camino;
Me probará, y saldré como oro.
Mis pies han seguido sus pisadas;
Guardé su camino, y no me aparté.
Del mandamiento de sus labios nunca me separé;
Guardé las palabras de su boca más que mi comida.
Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?
Su alma deseó, e hizo.
Él, pues, acabará lo que ha determinado de mí;
Y muchas cosas como estas hay en él.
Tenemos que cambiar nuestra perspectiva. Tenemos que obligarnos a ver todos los asuntos desde el punto de vista de Dios. Lo que ahora se considera a menudo como una pérdida conduce a una ganancia más tarde. El Señor le restauró la fortuna a Job, y le aumentó todo lo que tenía al doble.
Cuando él recompensa después de la pérdida, construye los rasgos del carácter interno. El da una profunda paz y seguridad. Recibimos propósito y dirección renovada para nuestras vidas. Logramos un entendimiento, un corazón compasivo, junto con una clase de sabiduría que nunca antes tuvimos. En tiempo de pérdida, nuestro Dios nos toma en sus brazos y nos sostiene cerca de él.