lunes, 24 de enero de 2022

EL PODER DE LA ORACIÓN.

 orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos(Efesios 6:18).

¡La oración es muy importante en la guerra espiritual! Todas las piezas de la armadura que hemos mencionado en mensajes anteriores resultarían ineficaces para resistir al enemigo si no fuesen acompañadas de la oración. Para entender el papel que desempeña la oración en esta lucha, basta con acudir a Éxodo 17:8-16, donde vemos que la gran batalla contra Amalec no se ganó por el número y la fuerza de los ejércitos de Israel, sino por la intercesión de Moisés en la cumbre del collado de Refidim.

La oración, aunque no es una de las piezas de la armadura, si es indispensable para ganar batallas espirituales porque nos da acceso al poder de Dios que nos permite vestir dicha armadura. El enemigo va a intentar distraernos, manteniéndonos ocupados, para que no le dediquemos tiempo a la oración. Él sabe que el poder de la oración es mucho mayor que su poder.

El apóstol Pablo hace un llamado a practicar la oración “en todo tiempo”, es decir, a ser constantes. Todos los asuntos de nuestra vida diaria han de ser presentados a Dios en oración, mucho más cuando se trata de resistir los ataques del enemigo. A veces, nos ponemos a orar sólo en los momentos de grandes dificultades, cuando el mandato divino es perseverad en la oración (Col 4:2), orad sin cesar (1 Ts 5:17).

Cristo es el mejor ejemplo de oración. Basta con leer los evangelios para comprobar que Jesús fue un hombre de oración. Él oraba en todo momento. Buscaba tiempo tranquilo para orar, mientras algunos aún dormían (Lc 6:12); comenzaba el día levantándose muy temprano para orar (Mr 1:35); oraba con gratitud (Jn 11:41) pero también lo hacía en los momentos de angustia, después de anunciar su muerte (Lc 9:28-29).

Nuestras oraciones deben hacerse continuamente para mantener una relación espiritual constante con nuestro Padre Celestial. Él tiene “abierto” las 24 horas del día el Trono de la Gracia para que podamos acercarnos a conversar con Él en cualquier momento. Tampoco necesitamos un lugar determinado, sino allá donde nos encontremos en ese mismo instante.

La batalla contra las huestes de maldad es un asunto diario, por tanto, la oración del creyente como soldado de Cristo debe ser continua e insistente. Dentro del contexto de las piezas de la armadura, el soldado debe estar velando día y noche atento al enemigo, de ahí la importancia de hacerlo con la oración, como fuente de poder.

Para Pablo, orar en el Espíritu era vital para una vida cristiana eficaz. Orar en el Espíritu significa vivir en la presencia misma del Dios a quien hablamos, seguirle de tal manera que Él se complazca en responder a nuestras oraciones. Orar en el Espíritu significa estar quebrantado y humillado delante de Dios, dejando que el Espíritu Santo nos enseñe cómo orar en cada situación. Cuando enfrentamos batallas y desafíos en los que no sabemos cómo orar, el Espíritu Santo ora en nuestro lugar, conforme a la voluntad de Dios (Ro 8:26-27).

Finalmente, en la última parte de este versículo, Pablo menciona la importancia de la oración intercesora, orando “por todos los santos”. La oración de la iglesia local debe incluir la intercesión por todos los miembros para que cada creyente tenga las fuerzas y los recursos necesarios para mantenerse firme en el combate con las huestes de maldad.

¡Lo más grandioso que podemos hacer por otro creyente es orar!

martes, 18 de enero de 2022

LA ESPADA DEL ESPÍRITU.

 “y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17b).

En este versículo aparece la espada como otra pieza más de la armadura, asignada al Espíritu y vinculada con la Palabra de Dios. El término griego para «espada» es mákhaira, machete o daga. Se trata de la espada corta que era propia para la defensa personal o el contacto cuerpo a cuerpo.

Se llama «la espada del Espíritu» porque es el Espíritu Santo quien nos provee de ella. Es un arma espiritual perfecta de origen y poder divino. El Espíritu Santo inspiró a hombres de Dios para que hablaran la palabra de Dios (2 Ti 3:16; 2 P 1:21). Esta palabra es viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos (He 4:12).

El mejor ejemplo del poder de esta pieza de la armadura es la victoria conseguida por Jesús ante los ataques de Satanás en la tentación (cf. Mt 4:1-11). De este texto bíblico aprendemos que el creyente tiene que dedicar tiempo al estudio de la Palabra si quiere salir victorioso en las batallas espirituales contra el enemigo. El Espíritu Santo nos enseña todas las cosas y trae a nuestra mente la Palabra de Dios (Jn 14:26).

La espada del Espíritu es ante todo un arma defensiva, capaz de interceptar y desviar los golpes del enemigo cuando se maneja con protección y habilidad. Para manejarla bien hay que conocer bien cómo usarla. No es suficiente con aprender muchos versículos de memoria para después citarlos contra los ataques del enemigo, sino que la victoria se alcanza cuando dejamos que la Palabra controle por completo nuestra vida y somos obedientes a los mandatos de Dios.

En cierta manera, la espada del Espíritu también puede considerarse como un arma ofensiva. Su poder queda demostrado cuando convierte un alma del pecado a la salvación. Por eso, tenemos que estar preparados para predicar con la Palabra «a tiempo y fuera de tiempo» (2 Ti 4:2). La Biblia es la única arma ofensiva que necesitan el cristiano y la iglesia de hoy para hacer huir al diablo y sus huestes.

Tanto en el ámbito ofensivo como defensivo, la Palabra de Dios es la fuente de victoria sobre nuestro gran enemigo espiritual y nuestra arma más poderosa en contra de Satanás. Resulta esencial que ésta sea conocida, amada y practicada, para ganar cada batalla contra el Tentador.

jueves, 6 de enero de 2022

EL YELMO DE LA SALVACIÓN.

 “Y tomad el yelmo de la salvación” (Efesios 6:17a).

El yelmo era el casco militar propio de los soldados romanos, sin el cual nunca entraban en la batalla. Algunos estaban hechos de cuero grueso cubierto con placas metálicas, y otros de bronce u otro metal pesado que había sido moldeado o martillado. También tenía lengüetas para proteger el rostro y las orejas.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que el verbo «Tomad (gr. déxasthe, en imperativo de aoristo)» aquí significa «recibir» o «aceptar», porque la salvación es un regalo de Dios, no nos la procuramos nosotros mismos.

De la misma manera que un yelmo era aceptado por un soldado de la mano del oficial encargado de la provisión y la distribución de las piezas de la armadura, así la salvación y todo lo relacionado con ella, es un don gratuito de Dios.

Se le llama «yelmo» a la salvación porque la seguridad de la salvación presente y futura (comp. con 1 Ts 5:8) es el mejor casco de protección para la cabeza, es decir, nos protege de todos los ataques de nuestro enemigo. Este yelmo impedirá que los malos pensamientos que a veces llegan a nuestra mente aniden en ella.

La mente del creyente está segura y protegida cuando el pensamiento de su salvación la rodea plenamente; además, el cristiano debe ocuparse de ella con temor y temblor, es decir, con diligencia y cuidado (Fil 2:12). Si este pensamiento está firmemente anclado a la mente del creyente, se mantendrá firme frente a las artimañas de Satanás.

El diablo procura cada día que no disfrutemos de la posición de victoria que tenemos en Cristo Jesús, e intenta llenar nuestra cabeza de pensamientos mundanos, de ahí que, cubierta la cabeza con el yelmo de la salvación, el pecado no tendrá cabida y nos mantendremos firmes en el Señor.

Si no fuese por el hecho de que en medio de las pruebas y adversidades de esta vida contamos con todo lo que Dios nos ha regalado, podríamos fácilmente abandonar la lucha. Es precisamente este precioso tesoro, la salvación, lo que nos da aliento y fuerzas para continuar en la batalla; puesto que el que comenzó en nosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Sal 138:8; Fil 1:6).

domingo, 28 de noviembre de 2021

EL ESCUDO DE LA FE.

 

“Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:16).

Este versículo no hace referencia al escudo pequeño y redondo para la lucha personal cuerpo a cuerpo, sino al escudo grande (thureos) que era levantado sobre la cabeza del soldado. Cuando los soldados romanos caminaban agrupados, la primera fila ponía los escudos grandes al frente y las finales restantes los levantaban sobre la cabeza, protegiéndose así de los dardos, lanzas o flechas que los enemigos les lanzaban.

El escudo de la fe debe ser tomado siempre, en todas circunstancias; es un arma indispensable en la armadura del cristiano. La fe a la que Pablo hace referencia aquí es la confianza que desde el principio hemos puesto en Dios, la fe en Cristo que nos ha traído salvación y nos sigue trayendo bendición y fortaleza cada día. Esta misma fe nos conduce a la victoria porque está puesta en Cristo Jesús y ha vencido al mundo (1 Jn 5:4).

En tiempos bíblicos las puntas de las flechas se envolvían con pedazos de tela que se habían sumergido en brea y justo antes de lanzarlas se encendían, convirtiéndose en dardos de fuego. La protección más segura contra esos dardos era el escudo, cuya cobertura de metal o cuero sumergido en agua podía detener y apagar las flechas del enemigo.

El escudo de la fe impide que los dardos lanzados por el maligno alcancen al creyente; además, no solo protege, sino que también los apaga. La fe cristiana es poderosa y efectiva porque descansa plenamente en Jesucristo, y Él es infinitamente poderoso y absolutamente confiable.

Los dardos de fuego del maligno pueden manifestarse de diferentes maneras: inmoralidad, odio, orgullo, duda, temor, desconfianza y otros muchos pecados. En ocasiones, los ataques son tan fuertes que el creyente puede llegar a tambalearse, a pesar de su fe. Cuando esto ocurra debemos mantenernos firmes, confiando en las promesas del Señor, escuchando su voz que nos dice “No temas; cree solamente” (Lc 8:50).

Negándonos a nosotros mismos y mirando a Dios, depositando toda confianza en Él con respeto a todos los asuntos de nuestra vida, confiando en su Palabra y sus promesas, es posible repeler esta lluvia de dardos encendidos.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

PIES CALZADOS CON EL EVANGELIO DE LA PAZ.

 

La tercera pieza de la armadura que el soldado romano se ponía era el calzado. Usaban sandalias de cuero con clavos (cáligas) para poder caminar seguros por caminos irregulares y sostenerse firmemente sobre sus pies ante un enemigo poderoso. Los zapatos de un soldado son muy importantes porque su vida misma puede depender de ellos.

“y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz” (Efesios 6:15).

De igual manera, el calzado espiritual de un cristiano es igualmente importante en su guerra contra las asechanzas del diablo. Siempre debemos estar dispuestos a vestirnos con prontitud para tener la capacidad de mantenernos firmes, de manera victoriosa, frente a las acciones de Satanás; quien no lo haga está destinado a tropezar, caer y sufrir muchas derrotas.

Pablo nos dice que usemos las sandalias del evangelio de la paz. La paz interna que da el Evangelio es la que nos proporciona seguridad en medio de la batalla. Prepararnos con este calzado nos permite pisar seguros en el combate, sin lastimar los pies y hacer fuerza frente al enemigo en la lucha cuerpo a cuerpo.

El Evangelio anuncia la paz con Dios (Ro 5:1). El evangelio de la paz es la verdad maravillosa de que justificados por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Esta paz es la que experimentamos cuando vivimos una vida consecuente con el evangelio de Dios (Fil 1:27). Al calzar nuestros pies con este evangelio, nos mantenemos firmes en la confianza plena del amor de Dios por nosotros, su unión con nosotros y su compromiso para pelear por nosotros.

Las huestes de maldad intentarán inquietar al creyente con la paz que el mundo da, pero el cristiano no debe turbarse ni sentir miedo porque el Dios de paz lo sostiene (Jn 14:27). El creyente que se mantiene firme en el poder del Señor no tiene necesidad de temer a ningún enemigo, ni siquiera a Satanás mismo.

sábado, 30 de octubre de 2021

LA CORAZA DE JUSTICIA.

 

La segunda pieza de la armadura de Dios es la coraza de justicia. El soldado romano salía a la batalla con su coraza, una pieza sólida con forma de chaleco de cuero o de metal que protegía tanto el pecho como la espalda, manteniendo el corazón y otros órganos vitales del cuerpo seguros contra las armas arrojadizas del enemigo.

“y vestidos con la coraza de justicia” (Efesios 6:14b). 

El apóstol Pablo vincula la coraza con la justicia. Ambos términos ya se mencionan juntos en otras partes de la carta haciendo referencia a vestirse del nuevo hombre (4:24) y a andar como hijos de luz (5:9). La justicia de Dios como una coraza cubre y protege las áreas vitales de la vida espiritual del creyente.

La justicia de la que habla aquí el apóstol no es la imputada, es decir, aquella justicia perfecta que Dios aplica en todo creyente cuando deposita su fe en Cristo (2 Co 5:21), sino la justicia de Dios que se hace presente en la vida del que ha creído. Las obras del creyente son testimonio de haber sido justificado y de vivir ya en la justicia (He 11:4).

La coraza de justicia que nos ponemos para quedar vestidos con la armadura de Dios es la justicia práctica de una vida consagrada en obediencia a la Palabra de Dios. Esta parte de la armadura de Dios es la vida en santidad, para la cual Dios nos da la norma y el poder, y para la cual también debemos estar siempre dispuestos a vestirnos con nuestra justicia práctica.

Esta coraza también representa la vida justa del creyente, que en otra carta el mismo apóstol Pablo llama “coraza de fe y amor” (1 Ts 5:8). La fe que nos permite vivir a Cristo nos ayudará a alcanzar la victoria, siempre que andemos por el camino del amor. Esta misma coraza ha de estar impregnada de santidad y rectitud moral (Ro 6:13; 14:17).

Tengamos en cuenta que, en nuestros intentos de vivir una vida que agrade a Dios, impedir nuestras acciones justas será uno de los objetivos de Satanás. La protección contra esos ataques es la coraza de justicia. Cuando venga el calumniador con sus acusaciones, la coraza de justicia es la defensa del creyente (Ro 3:24; 5:1, 9).

El que vive en justicia se mantiene en victoria frente a las asechanzas del diablo. La justicia es algo con lo que debemos vestirnos, quedando envueltos en ella, así como los soldados antiguos que se cubrían por completo con corazas impenetrables que protegían sus vidas.

Los que hemos sido salvos y hechos justos por la gracia de Dios debemos diariamente tomar decisiones justas. Dios nos da su armadura para que nosotros podamos vivir de la forma que Él espera que vivamos: Como Jesús lo hizo. Jesús es nuestro modelo de justicia.   

sábado, 16 de octubre de 2021

EL CINTO DE LA VERDAD.

A partir de versículo 14, del capítulo 6 de Efesios, el apóstol Pablo empieza a describir algunas piezas de la armadura del soldado que bien nos pueden servir como lecciones espirituales para nuestra vida. Veremos como Dios nos ha provisto de protección y grandes recursos para enfrentar a los enemigos espirituales.

“Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad” (Ef 6:14 a). Estad, pues, firmes es una llamada de atención al lector. Significa tomar el puesto que nos corresponde para librar la próxima batalla espiritual.

Los soldados romanos se vestían con túnicas holgadas que no se mantenían totalmente pegadas al cuerpo, por lo que una túnica suelta suponía un gran obstáculo y un grave peligro para entrar en batalla. Para ello, el soldado se ponía un cinturón que sujetaba y ceñía toda la ropa que quedaba floja, incluso la pequeña faldilla que le cubría hasta la mitad de las piernas y que le permitía una facilidad de movimientos. Este cinturón servía también para la sujeción del soporte de la espada.

Para los cristianos, el cinturón de la verdad es una pieza fundamental en su armadura, ya que está fundamentada en conocer la verdad de la Palabra de Dios. En el conflicto espiritual la verdad de Dios, que se ha venido mencionando en la carta (4:21) y que se comunica por el evangelio (1:13), es la cualidad básica que necesita el guerrero espiritual.

La verdad de la Palabra de Dios en el creyente le protege contra cualquier mentira o engaño que el diablo intente usar en su contra. Satanás es mentiroso y padre de mentira (Jn 8:44), por tanto, quien vive en la verdad impide que su acción de mentira le afecte y derrote. La única manera de mantenerse firme ante las asechanzas del diablo es permaneciendo en la verdad de la Palabra de Dios.

Las mentiras del diablo no pueden compararse con la Palabra de Dios. Jesús usó la perfecta y veraz Palabra de Dios para vencer a Satanás en el momento de su tentación (Mt 4:1-11). Dado que la Palabra de Dios es verdad, debemos leerla y meditar en ella para ceñirnos el cinto de la verdad. La Palabra no solo nos advierte sobre la batalla, sino que nos muestra cómo vivir la victoria en Cristo.

Por otra parte, el enemigo sabe que, si puede engañarnos acerca de Jesús y su obra, nos desviará de lo que es la piedra angular de la fe cristiana. Nuestra esperanza está puesta en la crucifixión, sepultura y resurrección del perfecto Hijo de Dios; así que el enemigo intentará destruir nuestro concepto de quién es Jesús y la relación personal que tenemos con Él, como Señor y Salvador de nuestras vidas.

Pero nosotros sabemos que Jesús es la Verdad (Jn 14:6), es la encarnación misma de la verdad, es la verdad en persona. Sus palabras, sus actos y sus pensamientos siempre son correctos. Siendo totalmente Dios y totalmente humano, Jesús vivió la verdad perfectamente. Hoy, podemos acercarnos a Él con confianza en tiempos de necesidad, sabiendo que Él ha caminado por donde nosotros caminamos, y no fracasó. El cinto de la verdad implica conocer a Jesús y tener una relación personal con Él.

También por verdad se entiende en este versículo la sinceridad de la mente y el corazón. El creyente debe vivir en integridad y mantener una actitud veraz durante toda su vida (Sal 51:6). Además, el creyente es santificado por la verdad de Dios (Jn 17:17). Bajo circunstancias iguales, la persona sincera parece ser de mucha más bendición a los que se relacionan con ella que el hipócrita.