domingo, 10 de septiembre de 2017

VIVIR SEGÚN LA PALABRA.

¿Te has preguntado alguna vez por qué algunos creyentes prosperan espiritualmente mientras que otros no avanzan en su relación con Dios? La respuesta a esa pregunta radica en lo que esos creyentes hacen para fortalecer su vida espiritual. Sin un tiempo diario de meditación en la Palabra, a los creyentes les falta fuerza espiritual  para enfrentarse a las situaciones adversas que cada día se nos presentan.
Uno de los secretos para vivir de victoria en victoria es el estudio de la Palabra de Dios. Los creyentes que buscan cada día la fortaleza de la Biblia conocen el valor de los devocionales diarios. Ese tiempo con Dios es tan importante como nuestra comida diaria.

"Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien" (Josué 1:8).

La sociedad actual se burla de quienes siguen los mandatos de la Biblia. Muchos no creen que la Biblia sea una guía para vivir piadosamente. Sin embargo, los que han obedecido la Palabra de Dios han descubierto los beneficios de seguir los mandamientos de Dios.
Josué fue uno de muchos personajes bíblicos que conocía el valor de aferrarse a la Palabra de Dios. Su primera responsabilidad, antes de entrar en la tierra prometida, fue hacer de la Palabra una parte de su vida. Conocer la ley y obedecerla le haría prosperar y todo le saldría bien para conquistar la tierra de Canaán.
Las enseñanzas modernas sobre la prosperidad hacen hincapié en la prosperidad económica. Pero la Biblia no nos garantiza el éxito material. Muchos que obedecieron a Dios no siempre llevaron una vida acomodada, incluso algunos llevaron una vida de pobreza y sufrimiento por su obediencia a la Palabra de Dios, pero aún así prosperaron espiritualmente y recibieron grandes bendiciones de Dios que compartieron con los demás.

"Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará" (Salmo 1: 1-3).

También el salmista conocía el valor de llevar una vida recta. En el Salmo 1 comparó el camino de los pecadores con el de quienes viven conforme a la Palabra de Dios.
La sociedad actual camina a pasos agigantados hacia su propia destrucción por no obedecer los mandatos de Dios. Esta sociedad sigue una conducta inmoral, vive de una manera desordenada, buscando los placeres de este mundo para satisfacer su ego.
Sin embargo, los creyentes sabios se deleitan en la Palabra de Dios. En vez de llenar su mente con las actitudes del mundo, el creyente meditará en la Palabra de Dios. Cuando hacemos eso, nos da el conocimiento que necesitamos para andar sabiamente en este mundo. La enseñanza de la Palabra de Dios sostiene la vida y la productividad como el agua alimenta a un árbol.
El resultado de nuestra obediencia a la Palabra de Dios es prosperidad en lo que hacemos. Cuando meditamos en la Palabra, se vuelve parte de nuestra vida. Como resultado, nuestra conducta estará en armonía con la voluntad de Dios.

sábado, 26 de agosto de 2017

LA IGLESIA DEBE PERSEVERAR EN LA DOCTRINA DE CRISTO.

"Y perseveraba en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y las oraciones" (Hechos 2:42).

Los cristianos primitivos demostraron en su vivir diario ser una iglesia perseverante. Todos perseveraban, es decir, se ocupaban asiduamente con fidelidad en la doctrina de los apóstoles, entre otras actividades que se detallan en este versículo.
La prioridad de la iglesia era enseñar la Palabra y con ella, la edificación espiritual de los creyentes y su capacitación hacia la madurez.  Cristo había establecido esto para los nuevos creyentes: "enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mateo 28:20). Por esto, los apóstoles se dedicaban continuamente a la enseñanza de los cristianos. La enseñanza de la Palabra ocupaba un lugar importante dentro de sus reuniones.
Tristemente, hoy en día, ésta no es la prioridad en muchas iglesias. Podemos ver en la mayoría de las congregaciones, grandes y pequeñas, que exteriormente parecen estar muy bendecidas por las múltiples actividades de entretenimiento y proyectos que tienen pero en el fondo son como la higuera estéril que no da fruto alguno.
El teólogo y pastor Samuel Pérez Millos defiende la importancia de la exposición bíblica en los cultos congregacionales: "La iglesia ha eliminado el púlpito y lo ha sustituido por escenarios. Cuando lo que la gente necesita es oír la voz de Dios, no un espectáculo. El núcleo central de toda congregación debe ser la Palabra, sino se genera un infantilismo espiritual de personas que son llevadas de un lado para otro".
Es necesario que la iglesia profundice y persevere en la sana doctrina, que se alimente por la exposición de las Escrituras y se vaya edificando conforme al mandato de Cristo; así dará frutos de bendición.
El Señor Jesús define la enseñanza como una prioridad esencial y la establece como un mandamiento.
La enseñanza de los nuevos creyentes comenzaba desde antes de la conversión, ya que con la predicación del evangelio se expone delante del perdido la obra que Dios hizo para hacer posible la salvación del hombre.  El evangelio es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16), sólo en la medida en que se predique la doctrina de la cruz (1 Corintios 1:18).
La proclamación del evangelio no ha de ser un discurso de entretenimiento, ni un relato de aventuras personales e historias extrabíblicas que pretendan endulzar el mensaje para que el oyente tome una decisión por Jesús. Al pecador perdido debe enfrentársele con la realidad del pecado, con la situación personal en que se encuentra, para hablarle de la obra realizada por el Salvador tal como lo expresa la Biblia, llamándolo a un encuentro personal con Él en fe. Debe tenerse presente siempre que Dios sólo honra y bendice su Palabra.
Después de la predicación del evangelio para salvación viene la formación bíblica del creyente, la cual no concluye nunca. Los apóstoles entendieron esto muy claramente y se dedicaron a formar a los creyentes en la Palabra. Cuando una iglesia nacía como resultado de la evangelización se buscaba el mejor modo para que maestros formasen en la Palabra a los nuevos creyentes, como se puede ver en el caso de la iglesia de Antioquía (Hechos 11:25-26).
El propósito del mandamiento que Jesús estableció y que los apóstoles llevaron a cabo desde el mismo momento del inicio de la Iglesia, es la edificación por medio de la enseñanza de la Palabra (Efesios 4:12). La doctrina es uno de los elementos de la unidad de la iglesia. A medida que va edificándose en el conocimiento de la Palabra, las diferencias en matices y apreciaciones van disminuyendo. El creyente maduro se identifica cada vez más con Cristo, por tanto, hay una unidad real entre los cristianos que alcanzan grados elevados de madurez espiritual.
Lo que debe entenderse es que los cristianos debemos progresar en el estudio de la Escritura. La Iglesia debe buscar el modo adecuado para que la formación de los creyentes, como discípulos, se lleve a cabo continuamente.




jueves, 10 de agosto de 2017

PERSEVERAD EN EL TESTIMONIO.

Otra área especialmente importante de nuestra vida espiritual en la que los cristianos debemos perseverar es en el testimonio personal, es decir, contarles a los demás cuán grandes cosas ha hecho Dios con nosotros y dar un buen ejemplo de ello con nuestras acciones.
En la historia bíblica del encuentro de Jesús con el endemoniado gadareno, éste quería estar con Jesús y ser su discípulo, siguiéndole en cada momento después de haber sido liberado. Sin embargo, Jesús tenía para él una misión diferente.

"Al entrar él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le dejase estar con él. Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti". (Marcos 5:18-19).

Cristo le manda ir a su casa y a los suyos, con un ministerio de testimonio. Debía quedarse en la región para testificar a los suyos lo que Dios había hecho con él. Le envía a su casa, en el sentido de su entorno más próximo e íntimo. Los familiares serían los primeros alcanzados por el testimonio del que había sido liberado por Jesús. Pero el área de servicio alcanzaba también al resto de sus conciudadanos.
No todos tenemos ministerio dentro de la iglesia local. Aunque nunca hayamos sido llamados a predicar, ni a desempeñar otra tarea o responsabilidad, si podemos comunicar el evangelio mediante nuestro testimonio personal hablado y con nuestro ejemplo a vecinos, amigos, compañeros de trabajo y estudios, etc...
Podemos encontrar muchas oportunidades al hablar con los demás, de contarles como el evangelio, la doctrina de Cristo, puede satisfacer una necesidad específica en la vida de ellos.
El evangelismo personal o el compartir las buenas nuevas uno a uno todavía es una manera fructífera y maravillosa de traer hombres y mujeres a los pies de Cristo. Más efectivo incluso que las predicaciones o las actividades de entretenimiento que suelen prepararse en las iglesias, que también hay que hacerlas.
La verdadera actividad misionera comienza por el entorno más próximo, en este caso con los de su casa. Pero no se detiene ahí, sino que se extiende a todo el territorio alcanzable. En ocasiones la visión de evangelización se centra en países lejanos, olvidando la proximidad de los miembros de la familia y la más cercana del área en que el cristiano viva. 

miércoles, 21 de junio de 2017

PERSEVERAD EN LA ORACIÓN.

La perseverancia es la virtud que todas las demás virtudes necesitan para dar fruto. Ser perseverante requiere firmeza y constancia en la realización de algo. Los cristianos debemos perseverar en un área especialmente importante de nuestra vida espiritual: la oración.
Jesús contó algunas parábolas sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar; una de las más significativas fue la de "la viuda y el juez injusto" (Lucas 18:1-8).
El objeto de esta parábola fue enseñar la perseverancia en la oración. Dios ciertamente contestará, aunque nos parezca que por un tiempo no hace caso a nuestra petición. Fácilmente se pueden notar dos actitudes que debemos tener en relación con la oración ferviente. En primer lugar, debemos orar siempre, lo cual significa "continuamente". Tenemos que ser "constantes en la oración" (Romanos 12:12). Muchas de nuestras oraciones son como la llamada que hace un niño travieso, el cual se va antes de que la puerta se abra. No sólo debemos pedir, sino también seguir pidiendo, buscando, y llamando, hasta que la puerta del cielo se abra. En nuestra oración tenemos que ser específicos, como lo fue la viuda que día tras día se presentaba ante el juez con la misma petición. A menudo nuestras oraciones son demasiado generales y sin propósito.
En segundo lugar, debemos orar y no desmayar. No debemos desanimarnos si nuestra oración no es contestada de inmediato. Ni debemos flaquear ni abatirnos si nos amenazan peligros y parece que el socorro se tarda. La oración que es inspirada por el Señor será contestada por el Señor. Frecuentemente los creyentes fieles son probados por la tardanza divina en contestar la oración y tentados a dejar de orar. A todos ellos esta parábola les habla con voz alentadora.
La perseverancia en la oración era el modo natural de orar en la iglesia primitiva (Hechos 2:42). Ser constantes en la oración quiere decir que el cristiano tiene que estar en plena comunión con Dios, dialogando con Él en toda ocasión e insistiendo en la oración siempre. Esto conlleva también la práctica de la oración intercesora por los hermanos, como el apóstol Pablo establece: "Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando con ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos" (Efesios 6:18). La vida cristiana discurre en un ambiente de guerra espiritual en donde el conflicto se produce contra fuerzas de maldad (Efesios 6:12). No se manda en ningún lugar que el creyente luche contra ellas, pero se le insta a orar para perseverar en la firmeza de la posición de victoria donde fue colocado en Cristo. Pablo, por tanto, no abandona el contexto de la armadura de Dios, porque la oración es otra arma más de Dios, puesta al alcance y como recurso para el creyente.
Cristo mismo da ejemplo de oración. Con la lectura de los evangelios podemos ver claramente que Jesús fue un hombre de oración. Él oraba en todo momento. Dedicó tiempo a la oración orando con verdadera insistencia, de modo que en alguna ocasión pasó toda la noche orando (Lucas 6:12). El Señor siempre oraba en los momentos decisivos de su vida: cuando comenzó su ministerio, en la elección de los doce discípulos, camino a la cruz, etc.
La oración debe hacerse continuamente, sin cesar, lo que enseña que el creyente ha de estar continuamente en relación espiritual con el Padre que le permita el diálogo con Él en toda ocasión. No es preciso buscar un determinado lugar para orar, porque se trata de la conversación propia y natural del hijo con el Padre que está en el cielo.
Es necesario mantener fidelidad en nuestro tiempo de oración. Cada creyente debe hacerlo, pero, aún más el liderazgo de la iglesia. Generalmente los líderes pasan mucho más tiempo hablando entre ellos sobre los problemas que han de resolver, que hablando a Dios sobre esos problemas. La falta de poder en la iglesia está, en gran medida vinculada a la ausencia de oración.
 

sábado, 20 de mayo de 2017

CRECIMIENTO A TRAVÉS DE LA PALABRA.

     Cuando oímos y creímos en el mensaje de salvación que Dios nos revela en su Palabra, comenzamos a experimentar una nueva vida espiritual. Todo aquel que participa de esta nueva vida en Cristo comienza por nacer espiritualmente. En las personas este principio espiritual se asemeja a la infancia humana: está sujeto a crecimiento, desarrollo y madurez.
     Para llegar a la madurez hace falta una buena alimentación, indispensable para el crecimiento y desarrollo adecuado. Al igual que un bebé toma primeramente leche, después papilla y por último alimento sólido, nosotros tenemos que alimentarnos con la Palabra de Dios de una manera progresiva, equilibrada y saludable. El alimento debe ser apropiado para cada etapa del desarrollo.
     La Biblia, la Palabra de Dios, se considera como alimento espiritual. Es como leche para niños espirituales, como alimento sólido para quienes son más maduros en lo espiritual.

     "desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación"  (1 Pedro 2:2).

     La Palabra de Dios es el alimento espiritual que nutre para el crecimiento espiritual. La manera en que se responde a la Palabra determina si se ha progresar espiritualmente hacia la madurez cristiana o si se ha de permanecer en la etapa de infancia espiritual con las peligrosas características de esa infancia prolongada.
     Nuestro desarrollo espiritual está relacionado directamente con nuestra respuesta a la Palabra de Dios. Dios se revela plenamente en las Escrituras. La Biblia revela su santidad, justicia, verdad, misericordia y amor. Las Escrituras revelan también la naturaleza de Dios, su plan y voluntad para el hombre. En esta revelación Dios se manifiesta.
     Aprendemos a servirle correctamente, a corregir todo aquello que estorba el desarrollo de nuestra relación con Él. Aprendemos a buscar su voluntad y a encontrar sus propósitos para nuestra vida espiritual. Él nos ilumina y nos indica el camino que debemos seguir, a través de su Palabra.
     Las Escrituras nos nutren para crecer espiritualmente porque son vivificadas por Dios y nos dan la vida. Pero para ello, los creyentes debemos permitir que la Palabra de Dios cambie en nosotros lo que Dios desea cambiar. Al desear lo que Dios desea, crecemos y nos desarrollamos en nuestra semejanza a Cristo (2 Corintios 3:18).
     No estudiamos la Biblia simplemente para obtener conocimiento y alcanzar un certificado o titulación. El propósito de nuestro aprendizaje no consiste en prepararnos para superar un examen, sino en prepararnos para experimentar una vida completa, centrada en Cristo.
     La personalidad total del creyente ha de ser transformada por la realidad de Dios dentro de nosotros para que la vida del creyente sea una expresión fiel de la verdad de Dios. Al crecer la vida cristiana interiormente, debe ocurrir una transformación progresiva del carácter, valores, motivos, actitudes y conducta del creyente para conformarlo a la personalidad de Dios como se expresa en Jesús. Los creyentes deberíamos ser más y más como Cristo.
      Los cuatro usos de las Escrituras que aparecen en el pasaje de 2 Timoteo 3:14-17 (enseñar, redargüir, corregir, instruir en justicia) tienen como meta básica preparar al hombre de Dios para toda buena obra.  Si deseamos crecer espiritualmente, deberíamos estudiar las Escrituras; si queremos ayudar a otra persona a madurar espiritualmente, deberíamos ayudarle a estudiar la Biblia.
     Sólo la Biblia puede responder a nuestros interrogantes sobre la vida. La lectura de la Palabra de Dios nos explicará y nos ayudará a resolver los problemas que surjan cada día. Nos traerá paz, gozo y bendición.
     Nuestro desarrollo espiritual depende de la Palabra de Dios. A través de la Palabra escrita, Dios nos revela la Palabra Viva, nuestro Señor Jesucristo. Creceremos en relación directa con la cantidad de tiempo que le dediquemos a la Palabra de Dios, tanto en leerla como en obedecerla. Al igual que en nuestra vida biológica comemos todos los días, en nuestra vida espiritual deberíamos leer la Biblia todos los días.

     "Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí"  (Palabras de Jesús en el evangelio de Juan 5:39).

   
   
   


     


domingo, 7 de mayo de 2017

EL GRAN MANDAMIENTO (MATEO 22:34-40).

Los rabinos de la época de Jesús pasaban mucho tiempo en discusiones sobre el valor relativo de los mandamientos. Todo ello era una discusión teológica, llena de sutilezas y formas tendentes a reafirmar el sistema legalista en que estaban inmersos. No es de extrañar que aquí se formule una pregunta en el sentido y forma habitual entre los maestros de entonces: ¿Cuál es el gran mandamiento en la Ley?

"Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:37-39).

El propósito del escriba era poner a prueba a Jesús, en el sentido de saber cómo pensaba y entablar conversación con él, satisfaciendo así su propia curiosidad y la de sus amigos.
La respuesta de Cristo fue contundente. El Maestro relacionó y equiparó entre sí el amor a Dios expresado en el Shemá o credo judío (Deuteronomio 6:4,5) con el amor al prójimo de Levítico 19:18.
Esto nos enseña que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. No se puede amar a Dios sin amar también al prójimo, puesto que este último amor es en realidad una consecuencia del primero.
Lamentablemente, muchos creyentes fundamentalistas sólo insisten en el primer gran mandamiento, mientras que muchos de sus hermanos liberales tienden a hacer énfasis en el segundo, sustituyendo de esta manera la fe vital en Cristo y la consagración a Dios por la obra social.

Jesús responde a la pregunta llamando la atención al amor a Dios como principal mandamiento. Las palabras del Maestro no dan pie a discusiones y confrontaciones teológicas. Toma nuevamente la Escritura para afirmar en ella y sobre ella su respuesta, usando el pasaje de Deuteronomio. Este era un texto familiar en la sociedad de Israel, tanto así que solía escribirse en una pequeña tira de pergamino y colocarla en algún lugar de la casa y en un estuche para atarla sobre el brazo.
El hombre ha sido creado con capacidad de amar y para amar como meta de su vida. El amor es el cumplimiento absoluto y completo de la ley (Romanos 13:8-10), por cuanto quien ama no incumple ningún precepto establecido por Dios, ni busca, en provecho propio, ofender al prójimo.

Amor es la primera y gran cosa que Dios nos demanda y, por consiguiente, lo primero y lo mayor que hemos de ofrecerle. Hemos de amar a Dios porque es nuestro Padre Celestial, obedeciéndole en todo y dependiendo de Él en todo. Hemos de amarle con todo nuestro ser.
Dios no escatimó nada por el hombre y la evidencia suprema de su amor consistió en entregar a su mismo Hijo por nosotros (Juan 3:16). No existe un amor mayor que éste. A un amor de esta naturaleza tenemos que dar una respuesta de amor incondicional y de entrega total, no viviendo ya para nosotros mismos, sino viviendo para Él (2 Corintios 5:14-15).

Unido al amor a Dios está también el amor al prójimo. El mandamiento del amor al prójimo aparece en la Ley, en la cita de Levítico que vimos anteriormente. Los maestros de Israel habían desvirtuado el mandamiento al considerar que prójimo era únicamente los pertenecientes al pueblo de Israel, e incluso, algunos consideraban sólo prójimo al que cumplía la Ley y llevaba una vida en consonancia con la tradición de los ancianos. En cierta medida, para ellos, tanto los publicanos como los pecadores, no eran verdaderamente prójimos. Reflexionemos, ¿no sucede esto mismo hoy día en nuestras iglesias?
Quien ama al prójimo como a sí mismo no tendrá ningún pensamiento impropio ni realizará ninguna acción indigna contra él. Además, el segundo mandamiento de amar al prójimo es la consecuencia y la evidencia de cumplir el primero, porque "si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien a visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1 Juan 4:20).
Es interesante notar que en el mandamiento del amor al prójimo se vincula con el amor a uno mismo: "cómo a ti mismo".  Pero este amor no ha de ser incorrecto ni egoísta, sino un amor conforme al pensamiento de Dios. El apóstol Pablo enseña a tener un concepto de uno mismo, moderado y ecuánime, la prohibición es a un concepto personal más alto del que corresponda (Romanos 12:3). Una idea pietista o espiritualista pretende hacer creer que el verdadero cristiano debe despreciarse a sí mismo y sentirse como inútil para todo, sin recursos personales válidos. Eso es, en cierta medida, un insulto a Dios que ha hecho al hombre a su imagen y semejanza y ha dotado a cada uno con dones naturales que caracterizan a cada persona y hacen de él una entidad única en relación con el resto. Pensemos que si Dios es bueno para con todos (Salmo 145:9), quienes se llaman sus hijos han de seguirle en esa misma conducta. El Señor enseña el amor universal, esto es, amar sin exclusión a todos.
La vida cristiana no consiste en hablar o definir el amor sino en amar. Nuestro Señor amó a todos sin excepción y estableció como seña identificativa a todos los suyos la manifestación del amor. Lamentablemente el amor hacia el hermano en Cristo no es la expresión natural de vida en todos los creyentes. El espectáculo de divisiones entre los cristianos es el peor testimonio de Cristo ante el mundo. Algunos creen que pueden dejar de amar a sus hermanos y mantener comunión con ellos, en un mal entendido deseo de defender los principios bíblicos que, para ellos, son quebrantados por los otros y, por tanto, no merecen ser amados. Tal condición de vida y relación es carnalidad en lugar de firmeza delante de Dios. No se puede decir que se conoce a Dios sin cumplir sus mandamientos, la obediencia es manifestación de conversión (1 Juan 2:4-5). Tenemos que amar al prójimo con la misma sinceridad y con el mismo interés con que nos amamos a nosotros mismos; incluso hemos de negarnos a nosotros mismos por el bien de nuestro prójimo.

Estos dos mandamientos sintetizan todos los deberes del hombre hacia Dios y hacia el prójimo que se encuentran en el Antiguo Testamento, esto es, en la "Ley y los profetas". El escriba admitió que era cierta la respuesta de Cristo, agregando además que ese amor tenía más importancia que todos los sacrificios. Así demostraba darse cuenta de que las ceremonias y el formalismo de los fariseos no bastaban para agradar a Dios. Se necesitaba una renovación espiritual.
Metamos, pues, el corazón en estos dos mandamientos como en un molde, y empleemos todos nuestro celo en la defensa y en la evidencia de su observancia, no en controversias necias y vanas palabrerías (2 Timoteo 2:16; Tito 3:9). ¡Que todo lo demás se rinda e incline al poder imperioso de la ley del amor!







lunes, 20 de febrero de 2017

SIN SANTIDAD NADIE VERÁ AL SEÑOR.

Una triste realidad en nuestros días es que en la iglesia del Señor falta santidad. La mayoría de las congregaciones dedican sus reuniones a la guerra espiritual, a proclamar victoria sobre el enemigo, a reclamar promesas, a declarar prosperidad, etc... predicando un evangelio "light" que lleve a los asistentes a sentirse cómodos y motivados para volver el próximo día. Sin embargo, en pocas ocasiones se habla de temas tan importantes como el pecado, la necesidad de arrepentirse, humillarse ante Dios, consagrarse y vivir en santidad.
Los pastores y líderes adaptan sus mensajes a lo que está de moda, a lo que a la membresía le gusta oír, no a la verdad del puro evangelio. Éstos permiten todo aquello que beneficia su propio ministerio, con el fin de que aumente notablemente la asistencia y, por tanto, las ofrendas, los diezmos, su nivel de vida y, sobretodo, su "renombre".
Por todo esto, es urgente y necesario que la iglesia del Señor experimente un cambio radical de 180º en su vida espiritual. "si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra" (2 Cr 7:14).
Si decimos que somos pueblo de Dios tenemos que cumplir obligatoriamente cada uno de los mandamientos y preceptos que Dios nos ha dejado en su Palabra; no podemos elegir sólo lo que más nos gusta y descartar lo que no nos interesa. La santidad de Dios requiere una pureza moral por parte de los creyentes. No olvidemos que somos seguidores de Cristo y debemos vivir en santidad de la misma manera que él nos enseña en su Palabra.
El creyente debe esforzarse por alcanzar la santidad como un aspecto esencial en su vida. Para ello tiene que abstenerse de los deseos y las costumbres mundanas tales como el tabaco, el alcohol, los juegos de azar, la forma provocativa de vestir, los entretenimientos frívolos, fiestas, etc... Nunca se debe utilizar todo esto como excusa para ganar la amistad de otros y llevarlos así a Cristo, puesto que se convierten en ataduras de las que es muy difícil desligarse. El creyente está en el mundo pero no debe permitir que las cosas del mundo entren en su vida.
La meta de la vida cristiana es la entera santificación. Todo comienza cuando fuimos apartados para Dios en la conversión, y ponemos en práctica esa dedicación a Dios con una vida santa, mediante un proceso por el cual el creyente se ajusta más a la voluntad de Dios y modifica su estilo de vida buscando las cosas que agradan al Señor y no lo apetecible de este mundo.
En nuestro crecimiento espiritual  debemos estar sujetos a lo que la Palabra de Dios nos enseña. En ella encontramos las normas de fe y conducta que necesitamos en nuestro caminar diario. Dejemos a un lado todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, porque todo esto pasa, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2:15-17).
El pueblo de Dios deberá expresar en todos sus caminos su condición de "santo del Señor", cumpliendo su palabra y observando su ley (Dt 26:17-19; Lv 19:2). La santidad está estrechamente identificada con la obediencia a las Leyes de Santidad que aparecen en el libro de Levítico. El ideal de la santidad se transmite de Israel a la iglesia de hoy día. El antiguo mandato sigue vigente para el pueblo de Dios en la actualidad.
Esta exigencia no queda abrogada por la venida de Cristo sino que debe hallar su cumplimiento en la comunidad cristiana (1 Co 7:34; Ef 1:4; Col 1:22; 1 P 1:16), entendiendo que fueron anuladas las ceremonias rituales pero no los mandatos éticos y morales. El pueblo elegido de Dios, separado del mundo, está llamado a una vida de santidad, en conformidad con la palabra revelada. El mandamiento es "sed santos; porque yo soy santo" (Lv 11:44-45).
La historia de la iglesia está repleta de numerosos ejemplos de hombres y mujeres que demostraron con su testimonio que se puede vivir de una manera santa y digna, aunque ello les costara su propia vida; obedecieron a Dios antes que a los hombres, marcando la diferencia entre la vida de un cristiano y la de un pagano.
De igual manera, los creyentes tenemos que hacerles ver a los inconversos que nuestro modo de vida es diferente al suyo. No podemos pretender llevarles a los pies de Cristo siguiendo sus costumbres y tradiciones porque entonces no verán la necesidad de cambiar su vida.
Para concluir este mensaje, señalar que Pablo enfatizó el compromiso del individuo de vivir una vida santa (Ro 6:19-22; 1 Ts 4:3-8). Los cristianos deben perfeccionar la santidad en el temor de Dios: "Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2 Co 7:1).