“Sobre
todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego
del maligno” (Efesios 6:16).
Este
versículo no hace referencia al escudo pequeño y redondo para la lucha personal
cuerpo a cuerpo, sino al escudo grande (thureos) que era levantado sobre
la cabeza del soldado. Cuando los soldados romanos caminaban agrupados, la
primera fila ponía los escudos grandes al frente y las finales restantes los
levantaban sobre la cabeza, protegiéndose así de los dardos, lanzas o flechas
que los enemigos les lanzaban.
El
escudo de la fe debe ser tomado siempre, en todas circunstancias; es un arma
indispensable en la armadura del cristiano. La fe a la que Pablo hace
referencia aquí es la confianza que desde el principio hemos puesto en Dios, la
fe en Cristo que nos ha traído salvación y nos sigue trayendo bendición y
fortaleza cada día. Esta misma fe nos conduce a la victoria porque está puesta
en Cristo Jesús y ha vencido al mundo (1 Jn 5:4).
En
tiempos bíblicos las puntas de las flechas se envolvían con pedazos de tela que
se habían sumergido en brea y justo antes de lanzarlas se encendían,
convirtiéndose en dardos de fuego. La protección más segura contra esos dardos
era el escudo, cuya cobertura de metal o cuero sumergido en agua podía detener
y apagar las flechas del enemigo.
El
escudo de la fe impide que los dardos lanzados por el maligno alcancen al
creyente; además, no solo protege, sino que también los apaga. La fe cristiana
es poderosa y efectiva porque descansa plenamente en Jesucristo, y Él es
infinitamente poderoso y absolutamente confiable.
Los
dardos de fuego del maligno pueden manifestarse de diferentes maneras:
inmoralidad, odio, orgullo, duda, temor, desconfianza y otros muchos pecados.
En ocasiones, los ataques son tan fuertes que el creyente puede llegar a
tambalearse, a pesar de su fe. Cuando esto ocurra debemos mantenernos firmes,
confiando en las promesas del Señor, escuchando su voz que nos dice “No
temas; cree solamente” (Lc 8:50).
Negándonos
a nosotros mismos y mirando a Dios, depositando toda confianza en Él con
respeto a todos los asuntos de nuestra vida, confiando en su Palabra y sus
promesas, es posible repeler esta lluvia de dardos encendidos.