Es
una gran equivocación pensar que a partir del gozoso momento de nuestra
conversión cesan todas nuestras dificultades y luchas. En realidad, ocurre todo
lo contrario, comenzamos una tremenda lucha que durará toda la vida.
La
carta que escribió el apóstol Pablo a los Efesios se divide en dos secciones
principales: Los fundamentos teológicos (capítulos 1 al 3) y la aplicación
práctica (capítulos 4 al 6). En la segunda sección, Pablo advierte que estamos
en una guerra espiritual y debemos ponernos toda la armadura de Dios para ganar
la batalla.
Efesios
6:11-12 dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar
firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre
y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de
las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las
regiones celestes”.
Esta
exhortación va dirigida a los cristianos para que se mantengan en guardia
contra los poderes espirituales de maldad. El cristiano debe revestirse de la
armadura de Dios para hacerse fuerte y permanecer firme ante los ataques del
enemigo. Al hablar de la armadura nos referimos a la totalidad de las piezas y
las armas que componen esta vestimenta bélica. No se trata de vestirse de
algunas armas, sino de todas ellas, puesto que cada una es necesaria para una
buena defensa.
La
vida cristiana de aquel que es fiel y obediente a los mandamientos de Dios no
es fácil, es una continua batalla, porque cuando el Señor empieza a bendecir,
Satanás empieza a atacar. Si de algo podemos estar seguros es que el diablo
hará todo lo posible para que nosotros no podamos servir al Señor de una forma
efectiva. A medida que crecemos en obediencia a Dios, la oposición será más
fuerte.
Nuestro
adversario el diablo siempre va a intentar devorarnos mediante la tentación (1
Pedro 5:8). Los ejércitos del enemigo contra el que luchamos son fuertes y
poderosos; no podemos enfrentarnos a él con nuestras propias fuerzas. Por
tanto, el creyente debe revestirse de la armadura de Dios y mantenerse
preparado en todo tiempo. Para ello, Dios planeó desde el principio vencer al
enemigo, y lo hizo por medio de la muerte de Jesús en la cruz (Génesis 3:15;
Colosenses 2:15).
Ponernos
la armadura implica creer y actuar de acuerdo con la Palabra de Dios. Cuando
hacemos ambas cosas, estamos equipados y preparados para la guerra espiritual.
Para enfrentar al enemigo, es esencial creer las cosas correctas. Las creencias
correctas deben llevar acciones correctas y esas acciones correctas derrotan al
enemigo.
Lo que creemos es
importante en la guerra espiritual
Leamos
la historia de Ananías y Safira (Hechos 5:1-11) para ver cómo influye en la
guerra espiritual las creencias que tenemos. Ellos actuaron de forma engañosa
al entregar a los apóstoles el dinero de la venta de una heredad, pretendiendo
hacer creer a todos que aquello era el importe total de lo que habían
percibido, sin mencionar lo que habían sustraído.
Posiblemente
los dos buscaban el agrado de los creyentes de la iglesia por su generosidad;
sin embargo, lo que demostraron fue el orgullo humano y la falta de
espiritualidad al mentir al Espíritu Santo, considerando la riqueza más
importante que la verdad y la santidad. Actuaron basados en creencias erróneas.
Por
otro lado, leamos sobre Pedro y Juan en Hechos 4:13-22. En este caso, los dos
apóstoles creyeron que obedecer al Padre era más importante que cualquier
amenaza del enemigo, arriesgaron sus vidas por seguir predicando acerca de la
muerte y la resurrección de Jesús. Las creencias correctas los llevaron a
actuar correctamente.
En
los tres primeros capítulos de Efesios, Pablo presenta los fundamentos
teológicos de nuestra guerra espiritual. Si creemos estas verdades (que Cristo
nos ha elegido, sellado y dado acceso al Padre), también debemos creer que en
Cristo podemos ganar batallas espirituales.
La
cruz es la base de la victoria de Cristo. Allí venció a todos sus enemigos y se
sentó para siempre a la diestra del Padre (Colosenses 2:15). Para el mundo la
cruz siempre será símbolo de oprobio, pero para los creyentes será la fuente de
dónde manan todas las bendiciones espirituales.
Lo que practicamos
también es importante para la guerra espiritual
En
los últimos tres capítulos de Efesios, Pablo describe una vida caracterizada
por la unidad de la iglesia, la santidad personal y las relaciones gobernadas
por Cristo en nuestro hogar y en nuestro lugar de trabajo. Pablo dice que lo
que creemos debe cambiar nuestra forma de vivir, debe afectar todas las áreas
de nuestra vida.
Alcanzar
cualquiera de estas metas nunca va a ser fácil, porque el enemigo siempre nos
atacará e intentará destruirnos. Procurará que caigamos en pecado, que no
tengamos buenas relaciones con nuestros compañeros de trabajo, que nuestras
relaciones familiares sean tensas y que haya divisiones en la iglesia.
Ponerse
la armadura no es fácil, pero tampoco imposible. Eso sí, requiere mucha
disciplina y esfuerzo. Para vestirnos correctamente de toda la armadura de Dios
necesitamos conocer cada una de sus piezas, conocimiento que se adquiere
mediante la lectura diaria de su Palabra. También requiere ser constantes en la
oración y en la comunión con Dios, alabando al Señor en todo momento, porque
tales cosas nos dan acceso al poder de Dios y son indispensables para ganar las
batallas espirituales (Efesios 6:18-20).
Así
que, la única forma de contrarrestar los ataques del enemigo es vivir una vida
de santidad y obediencia a Cristo, y por eso, lo que hacemos es importante en
la guerra espiritual. Revestirnos de la armadura de Dios tiene que ver con la
obediencia. Solo los guerreros obedientes están equipados para ser utilizados
en la batalla espiritual.