La santidad es uno de los temas clave de
toda la Biblia. Vemos en ella a Dios, que exhorta a su pueblo una y otra vez a
ser santo. Dios es santo en todo: santo en su amor, santo en su poder, santo en
sus propósitos, santo en sus juicios. La voluntad de Dios es que en esa misma
forma, la santidad inunde cada aspecto de nuestra vida todos los días y en
todas las circunstancias.
Para llevar una vida de santidad
necesitamos dos cosas: una mente atenta y un corazón obediente a la Palabra de
Dios. El resultado de una vida santa será que podremos ver al Señor (Hebreos
12:14). La vida del cristiano tiene como meta suprema entrar y estar en la
presencia de Dios.
El Nuevo Testamento nos enseña claramente
que santo es todo aquel que da la espalda al pecado y a todas las cosas del
mundo y se decide a seguir a Jesús. La santificación tiene dos aspectos: Por
una parte, está relacionada con la separación del mundo y del pecado; por otra,
se relaciona con la consagración a Dios y la entrega a su servicio.
El modelo o norma de santidad.
Si buscamos el modelo y las normas de
santidad en la voluble sociedad humana, en las personas o incluso en las
iglesias, quedaremos desorientados y frustrados. El verdadero modelo y norma de
la santidad es Dios mismo. Sólo cuando miremos a Dios y a su naturaleza,
tendremos una idea clara de lo que es la santidad perfecta.
Dios le exigía santidad a su pueblo del
Antiguo Testamento. "Porque
yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios:
seréis, pues, santos, porque yo soy santo" (Levítico 11:45). Después de la consagración de
Israel, la cuestión surgiría naturalmente: ¿De qué manera debe vivir un pueblo
santo? Para responder a esta pregunta, Dios les dio un código de leyes santas
que se encuentran en el libro de Levítico, que les obligaba a vivir una vida
santa. Lo mismo se puede decir del creyente en nuestros días. Aquellos a
quienes se les declara santificados (Hebreos 10:10) son exhortados a seguir la
santidad (Hebreos 12:14); aquéllos que han sido limpiados (1 Corintios 6:11)
son exhortados a limpiarse a sí mismos (2 Corintios 7:1). La santidad de Dios
es la única norma bíblica válida para la santidad del creyente.
Exhortación a la santidad.
La Biblia nos enseña acerca del futuro, no
meramente para satisfacer nuestra curiosidad, sino para alentarnos a vivir en
santidad, de manera agradable a Dios. Nos enseña y nos da doctrinas, no
únicamente para educarnos e informarnos, sino para proporcionarnos los
fundamentos de una vida cristiana práctica, revestida de santidad y amor.
"como hijos obedientes, no os
conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo" (1
Pedro 1:14-16).
Dios exhorta a su pueblo a salir del mundo
y separarse del estilo de vida que tiene los mundanos. Como señalamos
anteriormente, la santidad que se enseña en la biblia tiene que ver tanto con
una separación de lo que es malo, como con una dedicación y consagración a lo
que es bueno de acuerdo a las normas de la Palabra de Dios.
Es necesario terminar con las costumbres
mundanas que inducen a actitudes desagradables a los ojos de Dios, que nos
identifican con los impíos, y no con sus hijos.
Si fijamos nuestra atención en la pureza y
la santidad de Dios y las normas que nos enseña su Palabra, Él podrá mostrarnos
aspectos concretos de nuestra vida en los que necesitamos ser más santos.
Cuando esto haya sucedido, y le hayamos correspondido, surgirá espontáneamente
en nosotros el deseo de separarnos de todas aquellas prácticas y costumbres que
no se ajusten a las normas de la Palabra de Dios y adaptarnos más al estilo de
vida de la santidad bíblica: justicia, verdad, pureza, deseos sanos y obediencia
a Dios.
Es posible llevar una vida de santidad.
El creyente lleno del Espíritu Santo
cuenta con una fuente inagotable de poder para llevar una vida de verdadera
santidad. El Espíritu usa la Palabra de Dios para guiar al cristiano en todos
los aspectos de su vida y lo ayuda a poner en práctica todo aquello que aprende
de Dios.
Como resultado de todo esto, nos liberamos
de aquellas actitudes y hábitos que separan y distancian a los seres humanos
entre sí. Surge un genuino amor, y también una entrega total al Señor. De la
vida santificada en esta forma surge el amor del Calvario, que se transmite de
corazón a corazón entre los creyentes y se expresa en actos bondadosos y puros.
El mismo Dios que es santo también es amor. La santidad y el amor siempre van de
la mano.
Dios espera de nosotros que seamos reyes y
sacerdotes y estemos en su presencia (Apocalipsis 1:6; 5:10; 1 Pedro 2:5, 9).
Para que no haya nada que nos estorbe en su servicio, y poder ver a Jesús cara
a cara cuando vuelva, debemos seguir la paz con todos los hombres, pero no a
expensas de sacrificar la santidad.
"Seguid la paz con todos, y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Hebreos 12:14).
Dentro de una atmósfera de amor
comunitario es más fácil la santificación, sin la cual no es posible gozar del
favor y del trato íntimo de Dios; pero en las relaciones sociales dentro y
fuera de la iglesia, el cristiano también debe proponerse como objetivo la
santidad. Aunque vive en el mundo, es diferente y está separado de él. Sus
valores no son los de este mundo, ni tampoco su conducta. Su objetivo no es
quedar bien con los hombres, sino con Dios.
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