“y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17b).
En
este versículo aparece la espada como otra pieza más de la armadura,
asignada al Espíritu y vinculada con la Palabra de Dios. El término griego para
«espada» es mákhaira, machete o daga. Se trata de la espada corta que
era propia para la defensa personal o el contacto cuerpo a cuerpo.
Se
llama «la espada del Espíritu» porque es el Espíritu Santo quien nos
provee de ella. Es un arma espiritual perfecta de origen y poder divino. El
Espíritu Santo inspiró a hombres de Dios para que hablaran la palabra de Dios
(2 Ti 3:16; 2 P 1:21). Esta palabra es viva, eficaz y más cortante que toda
espada de dos filos (He 4:12).
El
mejor ejemplo del poder de esta pieza de la armadura es la victoria conseguida
por Jesús ante los ataques de Satanás en la tentación (cf. Mt 4:1-11). De este
texto bíblico aprendemos que el creyente tiene que dedicar tiempo al estudio de
la Palabra si quiere salir victorioso en las batallas espirituales contra el enemigo.
El Espíritu Santo nos enseña todas las cosas y trae a nuestra mente la Palabra
de Dios (Jn 14:26).
La
espada del Espíritu es ante todo un arma defensiva, capaz de interceptar y
desviar los golpes del enemigo cuando se maneja con protección y habilidad. Para
manejarla bien hay que conocer bien cómo usarla. No es suficiente con aprender
muchos versículos de memoria para después citarlos contra los ataques del
enemigo, sino que la victoria se alcanza cuando dejamos que la Palabra controle
por completo nuestra vida y somos obedientes a los mandatos de Dios.
En
cierta manera, la espada del Espíritu también puede considerarse como un arma
ofensiva. Su poder queda demostrado cuando convierte un alma del pecado a la
salvación. Por eso, tenemos que estar preparados para predicar con la Palabra
«a tiempo y fuera de tiempo» (2 Ti 4:2). La Biblia es la única arma ofensiva
que necesitan el cristiano y la iglesia de hoy para hacer huir al diablo y sus
huestes.
Tanto
en el ámbito ofensivo como defensivo, la Palabra de Dios es la fuente de
victoria sobre nuestro gran enemigo espiritual y nuestra arma más poderosa en
contra de Satanás. Resulta esencial que ésta sea conocida, amada y practicada,
para ganar cada batalla contra el Tentador.
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