sábado, 26 de agosto de 2017

LA IGLESIA DEBE PERSEVERAR EN LA DOCTRINA DE CRISTO.

"Y perseveraba en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y las oraciones" (Hechos 2:42).

Los cristianos primitivos demostraron en su vivir diario ser una iglesia perseverante. Todos perseveraban, es decir, se ocupaban asiduamente con fidelidad en la doctrina de los apóstoles, entre otras actividades que se detallan en este versículo.
La prioridad de la iglesia era enseñar la Palabra y con ella, la edificación espiritual de los creyentes y su capacitación hacia la madurez.  Cristo había establecido esto para los nuevos creyentes: "enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mateo 28:20). Por esto, los apóstoles se dedicaban continuamente a la enseñanza de los cristianos. La enseñanza de la Palabra ocupaba un lugar importante dentro de sus reuniones.
Tristemente, hoy en día, ésta no es la prioridad en muchas iglesias. Podemos ver en la mayoría de las congregaciones, grandes y pequeñas, que exteriormente parecen estar muy bendecidas por las múltiples actividades de entretenimiento y proyectos que tienen pero en el fondo son como la higuera estéril que no da fruto alguno.
El teólogo y pastor Samuel Pérez Millos defiende la importancia de la exposición bíblica en los cultos congregacionales: "La iglesia ha eliminado el púlpito y lo ha sustituido por escenarios. Cuando lo que la gente necesita es oír la voz de Dios, no un espectáculo. El núcleo central de toda congregación debe ser la Palabra, sino se genera un infantilismo espiritual de personas que son llevadas de un lado para otro".
Es necesario que la iglesia profundice y persevere en la sana doctrina, que se alimente por la exposición de las Escrituras y se vaya edificando conforme al mandato de Cristo; así dará frutos de bendición.
El Señor Jesús define la enseñanza como una prioridad esencial y la establece como un mandamiento.
La enseñanza de los nuevos creyentes comenzaba desde antes de la conversión, ya que con la predicación del evangelio se expone delante del perdido la obra que Dios hizo para hacer posible la salvación del hombre.  El evangelio es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16), sólo en la medida en que se predique la doctrina de la cruz (1 Corintios 1:18).
La proclamación del evangelio no ha de ser un discurso de entretenimiento, ni un relato de aventuras personales e historias extrabíblicas que pretendan endulzar el mensaje para que el oyente tome una decisión por Jesús. Al pecador perdido debe enfrentársele con la realidad del pecado, con la situación personal en que se encuentra, para hablarle de la obra realizada por el Salvador tal como lo expresa la Biblia, llamándolo a un encuentro personal con Él en fe. Debe tenerse presente siempre que Dios sólo honra y bendice su Palabra.
Después de la predicación del evangelio para salvación viene la formación bíblica del creyente, la cual no concluye nunca. Los apóstoles entendieron esto muy claramente y se dedicaron a formar a los creyentes en la Palabra. Cuando una iglesia nacía como resultado de la evangelización se buscaba el mejor modo para que maestros formasen en la Palabra a los nuevos creyentes, como se puede ver en el caso de la iglesia de Antioquía (Hechos 11:25-26).
El propósito del mandamiento que Jesús estableció y que los apóstoles llevaron a cabo desde el mismo momento del inicio de la Iglesia, es la edificación por medio de la enseñanza de la Palabra (Efesios 4:12). La doctrina es uno de los elementos de la unidad de la iglesia. A medida que va edificándose en el conocimiento de la Palabra, las diferencias en matices y apreciaciones van disminuyendo. El creyente maduro se identifica cada vez más con Cristo, por tanto, hay una unidad real entre los cristianos que alcanzan grados elevados de madurez espiritual.
Lo que debe entenderse es que los cristianos debemos progresar en el estudio de la Escritura. La Iglesia debe buscar el modo adecuado para que la formación de los creyentes, como discípulos, se lleve a cabo continuamente.




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