lunes, 19 de septiembre de 2016

DESPIÉRTATE, TÚ QUE DUERMES.

“Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. (Efesios 5:14).
Este texto entraña cierta dificultad porque, en principio, parece que debiera aplicarse a inconversos que duermen entre los muertos espirituales y son llamados a acudir a Cristo para recibir luz, que equivale a vida.
Sin embargo, a la luz de todo el contexto precedente (vv. 3-11) es evidente que el apóstol no sólo tiene presente al pagano sino también y especialmente al convertido. El interés de Pablo es mostrar que el que ha renunciado a los perversos caminos del mundo debe vivir una vida consecuente con su nueva posición en Cristo.
Este versículo debe ser considerado como un llamamiento a los creyentes para que vivan vidas consecuentes con su condición como hijos de Dios.
La vida cristiana ha de manifestarse claramente en la renovación profunda de la persona, con el abandono de los antiguos hábitos perniciosos y haciendo concordar pensamientos, palabras y actitudes con la realidad de la nueva vida en Cristo (Efesios 4:22-24).
Debemos abandonar todas esas costumbres tan arraigadas en nosotros de las que decimos: “no creo que sea tan malo”, “mi intención es solo pasarlo bien”, “no pasa nada”, porque si siguen formando parte de la normalidad de nuestra vida, corremos el peligro de que produzcan en nosotros una dependencia y ocupen el lugar que le corresponde a Dios. Cada uno debe reflexionar personalmente sobre cuáles pueden ser éstas.
Una de las pruebas más claras y evidentes de nuestra conversión es hacerles ver a los demás que se ha producido un cambio radical en nuestra vida. Mediante el testimonio personal, no solo con palabras sino también con hechos, tenemos que hacer que los otros noten que algo diferente y extraordinario ha sucedido en nosotros. Si esto no es así, algo está fallando en nuestra vida, tal vez estemos sumergidos en un “sueño profundo”.
Por lo tanto, en lugar de seguir tomando parte en las obras infructuosas de la pasada manera de vivir, el convertido debe salir totalmente de su sueño y buscar primeramente el reino de Dios y su justicia. El creyente debe despertar para volver a una nueva esfera de plena y santa comunión con Dios.
Aquí vemos como Pablo exhorta a la iglesia de Éfeso a que salga del sueño en el que están. Que sean activos en lo que hacen y no se descuiden en su caminar. Dios nos exhorta lo mismo, que estemos despiertos y “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:16). Debemos interrumpir ese sueño en el que estamos. Debemos activar nuestros sentidos, debemos movernos hacia la voluntad de Dios.
En el mensaje a la iglesia en Éfeso que aparece en Apocalipsis 2:1-7 podemos ver: una alabanza a las buenas cualidades de la iglesia (vv. 2-3), una censura por sus faltas (v. 4) y un mandato (v. 5).
Debemos levantarnos de dónde estamos y comenzar a caminar. Eso sí, hay que velar que nuestro pie no resbale para poder mantener una relación con Dios y no haya una muerte espiritual (separación entre el hombre y Dios).
Aunque este mensaje se reciba como iglesia, la respuesta al mismo deber ser personal. Nuestra relación con Dios no depende del comportamiento y de la actitud de los demás, sino de nosotros mismos. Cada uno es responsable de su propia conducta y recibirá la justa recompensa por sus buenas o malas acciones (Ezequiel 18:30-32).
Ahora bien, si estamos en un lugar donde todos están espiritualmente muertos, nos podemos contagiar con ese mismo “espíritu” y morimos espiritualmente. Por lo tanto, el convertido debe levantarse y abandonar todos los aspectos de los perversos caminos de los que se hallan espiritualmente muertos. Levantarse de los muertos aquí es literalmente de entre los muertos, esto exige dejar el modo de vida propio de los que están espiritualmente muertos. Algo semejante se aprecia en el escrito a los corintios (2 Corintios 6:17).
Ahora, si seguimos el mandato de Pablo a la iglesia de Éfeso, de despertar y levantarnos, Dios nos alumbrará, Cristo resplandecerá sobre nosotros. Él disipará la oscuridad y podremos ver en qué momento fallamos.
Una vez nos arrepintamos, Él nos acompañará con su luz a donde vallamos, para así nosotros, con nuestro ejemplo y el mensaje de Dios, hacer conciencia en los demás para que ellos también se den cuenta en donde están y den el paso de dejar que Dios sea el que los alumbre.
Una vez que Él nos haya alumbrado, con su Palabra, podemos aprender y Él nos instruye, nos enseña acerca de quien Él es y de qué debemos hacer y no debemos hacer. El seguidor de Jesús debe vivir bajo la influencia de su luz (Juan 8:12).
Una ilustración muy representativa del texto que hemos tratado sería la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Despertó a la realidad de su estado (v. 17); se levantó para retornar al Padre (v. 18); gozó de la luz de la comunión y bendiciones renovadas en la casa del Padre (vv. 22-24).
Si cada uno de nosotros toma la decisión genuina de despertar y levantarse en su vida espiritual, recibiremos las promesas y bendiciones que Dios tiene preparadas para su iglesia y entonces llegará el avivamiento (Isaías 58:8).
 




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