En la primera parte del ministerio de Jeremías, el profeta
dirige su predicación especialmente a Judá y a la ciudad de Jerusalén, a fin de
que sus habitantes tomen conciencia de sus propios pecados y cambien de
conducta.
Las advertencias de Jeremías eran de día en día peor
recibidas. El pueblo de Judá las rechazaba y con ellas rechazaba también la presencia del profeta.
Comúnmente se le conoce como el “profeta llorón”, no sólo
porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su ministerio fue
un atribulado espectador de los pecados de su pueblo, que le persiguió más que
a ningún otro profeta.
Una de las experiencias más conmovedoras de estas dolorosas
experiencias se halla en las llamadas "Confesiones de Jeremías" y
podemos leerla en Jeremías 15:15-21.
15 Tú lo sabes, oh Jehová; acuérdate de mí, y visítame, y véngame de mis enemigos. No me reproches en la prolongación de tu enojo; sabes que por amor de ti sufro afrenta. 16 Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos. 17 No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. 18 ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables? 19 Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. 20 Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. 21 Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes.
La lectura de este pasaje permite descubrir la sinceridad y
la profundidad del diálogo que en sus momentos de crisis mantuvo el profeta con
el Señor. Jeremías no tiene problemas en poner delante de Dios sus temores,
dudas y angustia interior. Demuestra su decepción y amargura por los graves
padecimientos que le había acarreado su misión profética.
Versículos 15-18.
El profeta se dirige humildemente a Dios: “Tú lo sabes, oh Jehová”. Es como si le
dijera: Tú sabes lo que vengo sufriendo por cumplir fielmente la misión que me
encomendaste; los demás no quieren percatarse de ello, pero tú lo conoces todo.
El profeta pide a Dios: Que considere su caso y se acuerde de
él para bien, que le dé fuerzas y consuelo, que se manifieste a favor de él y
que le preserve la vida.
A continuación le expresa a Dios sus dudas, quejas y
lamentaciones; buscando la compasión de Dios y las promesas de bendición.
Versículos 19.
Ahora Dios le requiere que se convierta, es decir, que
abandone su mala actitud y continúe con gozo su ministerio. Será restaurado
cuando se arrepienta de esos malos pensamientos, entonces gozará del favor y de
la presencia de Dios.
También ha de decidir ser fiel en su obra. Dios sabía que el
corazón del profeta era sincero, pero ha de “entresacar
lo precioso de lo vil”, los buenos pensamientos acerca del carácter de Dios
de entre esas sospechas que había abrigado; así seguiría siendo el portavoz de
Dios.
En su trato con los demás, ha de procurar no descender al
nivel de ellos, sino hacer que ellos se eleven al nivel de él, que es el nivel
espiritual que Dios desea.
Debía mantenerse firme en sus convicciones sin dejarse llevar
por la corriente de la sociedad, dar el mensaje tal como Dios se lo transmitió
y denunciar el pecado.
Versículos 20-21.
Estos versículos señalan lo que Dios le promete, si él se
porta fielmente.
Tendrá fuerza y valor para afrontar las muchas dificultades
que encuentre en su trabajo, y su ánimo no decaerá.
Tendrá en Dios a un poderoso Libertador. Dios está con
nosotros para guardarnos y defendernos.