viernes, 29 de julio de 2016

DIOS REANIMA A JEREMÍAS.

En la primera parte del ministerio de Jeremías, el profeta dirige su predicación especialmente a Judá y a la ciudad de Jerusalén, a fin de que sus habitantes tomen conciencia de sus propios pecados y cambien de conducta.
Las advertencias de Jeremías eran de día en día peor recibidas. El pueblo de Judá las rechazaba y con ellas rechazaba  también la presencia del profeta.
Comúnmente se le conoce como el “profeta llorón”, no sólo porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su ministerio fue un atribulado espectador de los pecados de su pueblo, que le persiguió más que a ningún otro profeta.
Una de las experiencias más conmovedoras de estas dolorosas experiencias se halla en las llamadas "Confesiones de Jeremías" y podemos leerla en Jeremías 15:15-21.
 
 15 Tú lo sabes, oh Jehová; acuérdate de mí, y visítame, y véngame de mis enemigos. No me reproches en la prolongación de tu enojo; sabes que por amor de ti sufro afrenta. 16 Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos. 17 No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. 18 ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables? 19 Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. 20 Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. 21 Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes.

La lectura de este pasaje permite descubrir la sinceridad y la profundidad del diálogo que en sus momentos de crisis mantuvo el profeta con el Señor. Jeremías no tiene problemas en poner delante de Dios sus temores, dudas y angustia interior. Demuestra su decepción y amargura por los graves padecimientos que le había acarreado su misión profética.
Versículos 15-18.
El profeta se dirige humildemente a Dios: “Tú lo sabes, oh Jehová”. Es como si le dijera: Tú sabes lo que vengo sufriendo por cumplir fielmente la misión que me encomendaste; los demás no quieren percatarse de ello, pero tú lo conoces todo.
El profeta pide a Dios: Que considere su caso y se acuerde de él para bien, que le dé fuerzas y consuelo, que se manifieste a favor de él y que le preserve la vida.
A continuación le expresa a Dios sus dudas, quejas y lamentaciones; buscando la compasión de Dios y las promesas de bendición.
Versículos 19.
Ahora Dios le requiere que se convierta, es decir, que abandone su mala actitud y continúe con gozo su ministerio. Será restaurado cuando se arrepienta de esos malos pensamientos, entonces gozará del favor y de la presencia de Dios.
También ha de decidir ser fiel en su obra. Dios sabía que el corazón del profeta era sincero, pero ha de “entresacar lo precioso de lo vil”, los buenos pensamientos acerca del carácter de Dios de entre esas sospechas que había abrigado; así seguiría siendo el portavoz de Dios.
En su trato con los demás, ha de procurar no descender al nivel de ellos, sino hacer que ellos se eleven al nivel de él, que es el nivel espiritual que Dios desea.
Debía mantenerse firme en sus convicciones sin dejarse llevar por la corriente de la sociedad, dar el mensaje tal como Dios se lo transmitió y denunciar el pecado.
Versículos 20-21.
Estos versículos señalan lo que Dios le promete, si él se porta fielmente.
Tendrá fuerza y valor para afrontar las muchas dificultades que encuentre en su trabajo, y su ánimo no decaerá.
Tendrá en Dios a un poderoso Libertador. Dios está con nosotros para guardarnos y defendernos.