lunes, 12 de octubre de 2015

EL TRIUNFO DE LA FE.

MARCOS 5:25-34
 25Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre,  26y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor,  27cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto.   28Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.  29Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.  30Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?  31Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?  32Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto.  33Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.  34Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.
Este texto bíblico nos narra la historia de una mujer que tocó el manto de Jesús cuando éste iba a casa de Jairo, uno de los principales de la sinagoga, cuya hija estaba agonizando. Qué actitud tan valiente y decidida la de esta mujer que se atrevió a interrumpir al Maestro cuando se dirigía a la casa de aquel hombre para realizar uno de los milagros más notables de su ministerio.
La necesidad de la fe (vv. 25-26).
¡Qué sufrimiento más angustioso y desesperante el que tenía esta pobre mujer! Por doce años, una hemorragia persistente, que podría ser indicación de cáncer o cualquier infección crónica, había estado agotando toda su salud.
Su situación personal era extremadamente difícil, pues a su agotamiento físico se le añadía que la ley consideraba a esta mujer inmunda. Esto la mantenía separada de la adoración. Ni siquiera podía acercarse a los atrios del templo. Además, esto también la separaba de su familia y de sus amigos (Levítico 15:25-27, 31). Pensemos en lo que podría ocurrirle a cualquiera de nosotros si estuviéramos en una situación así.
Cuando esta mujer vino a Jesucristo ya no tenía ninguna esperanza de ayuda humana. Ningún médico fue capaz de ayudarla. Por el contrario, la mujer empeoraba cada día más. Aparentemente no había cura para ella.
¿Cuál debe ser la actitud del creyente cuando está pasando por un caso difícil, fuera del alcance de toda ayuda humana?
Hay distintas situaciones que podrían considerarse que están fuera del alcance de la ayuda humana: enfermedades incurables, depresión severa, serios problemas económicos, preocupación por el futuro.
En casos como éstos, el cristiano debe tener la certeza de que Dios siempre obra para el bien de los que le aman (Romanos 8:28). Dios da paz y cordura a los que confían en su nombre.
Dios puede transformar las circunstancias por completo. No obstante, antes de que empecemos a suponer que Dios hará esto y aquello, asegurémonos de buscar con toda seriedad la voluntad de Dios sobre el asunto. Y es a través de una actitud ferviente de oración y leyendo la palabra de Dios que descubrimos la voluntad de Dios para nuestra vida, aun en medio de situaciones aparentemente desesperadas.
Una vez que la persona haya adquirido esta confianza y seguridad, todo lo que tiene que hacer es permanecer en la fe, creyendo sin dudar que la respuesta de Dios vendrá en cualquier momento. Nuestro Dios puede y quiere ayudarnos.
El ejercicio de la fe (vv. 27-28).
Con demasiada frecuencia la gente va hoy a la iglesia con la misma actitud de muchos que se sientan en las gradas de un estadio para ver algún evento deportivo. Sólo están allí para divertirse o disfrutar con lo que otros hacen, sin intervenir directamente en lo que está ocurriendo.
Para poder acercarse a Jesús, esta mujer tuvo que esforzarse en abrirse paso entre una gran multitud. Pero su necesidad le hizo luchar persistentemente hasta llegar al Señor.
¿Qué necesitamos hacer para acercarnos a Jesús y saber qué es lo que él tiene y quiere para nosotros?
El escritor de la epístola a los Hebreos nos enseña claramente que debemos dejar a un lado las cosas que nos estorban, a fin de que podamos correr la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1). Para acercarnos a Jesús debemos vencer todos los obstáculos que se nos interpongan y persistir en llegar a la meta que nos hemos propuesto.
Muchos de los que integraban la multitud, como lo señalábamos antes, se parecen a muchos de los que asisten hoy a nuestras iglesias. Se sienten plenamente satisfechos en sí mismos y se conducen de acuerdo con sus propias maneras de pensar. Creen que no tienen ninguna necesidad. La biblia tiene un mensaje para cada uno de nosotros llamándonos a salir del lugar de los espectadores y participar decididamente en la lucha. Debemos estar dispuestos a enfrentarnos a los obstáculos y proseguir decididamente hacia la meta (Filipenses 3:14).
En la búsqueda de esta mujer había algo más que una aferrada determinación de llegar donde estaba Jesús. Ella había escuchado cosas maravillosas acerca del Maestro, por lo tanto llegó a creer con todo su corazón. En verdad había puesto en él toda su esperanza y su fe.
La recompensa de la fe (vv. 29-34).
En el instante en que la mujer tocó la franja de la vestidura de Jesús una poderosa corriente de poder divino recorrió su cuerpo. Fue completamente sanada.
Pero ella no fue la única en darse cuenta de lo que le había sucedido a ella. Jesús lo supo perfectamente también. En cambio todo el gentío que apretaba a Jesús, incluyendo a los discípulos, no sintieron nada, no recibieron nada y estaban totalmente inconscientes de lo que había sucedido.
¿Por qué no pudieron percibir los discípulos lo que estaba ocurriendo y parecían tan insensibles?
Ellos estaban conscientes de la inmensa multitud, pero no de los individuos; mucho menos de las necesidades de los que rodeaban a Jesús. Esto ocurre hoy en las grandes campañas evangelísticas y en las “megaiglesias”.
Más adelante veremos que ellos sentían celos unos de otros. Cada uno ambicionaba a ocupar el lugar más elevado en el reino. Es tan fácil llenarse de ambiciones egoístas en cuanto a posición,  riqueza, reputación, comodidades y relaciones sociales hasta perder el sentido de las profundas necesidades espirituales del alma. O bien puede suceder que esa vital comunión con Dios llegue a perderse a pesar de encontrarse tan ocupado en las cosas externas y en las múltiples actividades de la iglesia.
Qué cosa más trágica es ser solamente parte de la multitud, observar de lejos las bendiciones y los milagros de Dios, pero no sentir la necesidad de un cambio en nuestras propias vidas.
En los evangelios vemos que Jesús sí condenó con expresiones duras y severas a los que se creían autosuficientes y que no buscaban a Dios sino que confiaban en sus propias fuerzas. Pero siempre se mostró compasivo y tierno hacia aquellos que se sentían débiles pero que reconocían su necesidad y acudían a él.                                                                                           
Jesús elogió esta actitud de la mujer. Ahora, por medio de Jesús ella estaba siendo restaurada no sólo a un estado de buena salud física, sino a la intimidad de la familia de Dios.
Tomemos la determinación de buscar al Señor y acercarnos a él, cueste lo que cueste. Si perseveramos seremos vencedores y veremos cómo su gracia inunda nuestros corazones con su bendición espiritual y material.