domingo, 9 de febrero de 2014

NO PARTICIPES DE LAS COSTUMBRES DEL MUNDO.

Estoy plenamente convencido que el pueblo de Dios no recibe avivamiento porque sigue participando de las costumbres y fiestas paganas de este mundo. Todo aquel que celebra tales cosas no se puede imaginar la gran cantidad de bendiciones y promesas que deja de recibir.
Durante estos días ya han empezado los grandes centros comerciales a envolvernos muy sutilmente con atractivas imágenes y mensajes que nos invitan a la diversión y a la felicidad. Comienza un nuevo ciclo plagado de fiestas de origen pagano que durante todo el año tocarán en la puerta de nuestro corazón, ¿les vamos a abrir nuevamente? ¡Recordemos que éstas estaban dedicadas a dioses romanos!
A lo largo de la historia, estos hechos se han repetido una y otra vez. En el siglo III la persecución de la iglesia por el imperio romano cesó con la muerte de Diocleciano. Vino después un peligro más sutil: la protección del estado. El cristianismo llegó a estar "de moda" y miles de paganos apenas cristianizados llenaban las iglesias. El número de feligreses se cuadruplicó en el siglo después de Constantino. Ser cristiano constituía aceptar un credo en vez de experimentar un cambio radical a través de arrepentimiento y fe en Cristo. Llegó una nueva libertad para ir al mundo con las buenas nuevas, pero al mismo tiempo, el mundo entró en la iglesia.
Jesús dijo: "Mi reino no es de este mundo" (Juan 18:36). Sin embargo durante la época medieval algunos de sus seguidores convirtieron a la iglesia institucional en una entidad política, y cambiaron su poder espiritual por el terrenal. El cristianismo llegaría a ser, casi exclusivamente, una religión europea.
La historia se vuelve a repetir durante la época renacentista. La iglesia cristiana crece, avanza y nuevamente se llena de corrupción. Pero ante este hecho, surgen tres hombres, Juan Wyclif, Juan Hus y Jerónimo Savonarola, que con sus predicaciones de las Escrituras y su ferviente condenación del pecado preparan el camino hacia la Reforma. Miles de hombres y mujeres piadosos sembraron la verdad con palabra y vida. El Señor siempre ha tenido un remanente fiel a su Nombre.
De igual manera, en los tiempos actuales las iglesias cristianas desean ser tan atractivas para los inconversos que corren el riesgo de querer parecerse tanto al mundo que éstos no vean que haya una diferencia. La idea de cristianizar las celebraciones paganas para ganas almas simpatizantes con el evangelio, no asegura un cambio en el corazón de las personas. El pueblo de Dios debe apartarse de todas las tradiciones y fiestas del mundo, alumbrando con la luz de Cristo para que se note la diferencia (Mateo 5:16).
Muchas veces ponemos la excusa de que "hacemos estas cosas para que la gente se salve", sin pensar que es Dios el que añade a la iglesia los que han de ser salvos (Hechos 2:43-47), no nosotros ni nuestras atractivas celebraciones. Los inconversos no van a entregar sus vidas a Cristo a través de una fiesta, pues eso es lo que han hecho siempre y no van a notar ni la diferencia ni la necesidad.
Para que la iglesia siga recibiendo las bendiciones y promesas del Señor tiene que andar rectamente delante de él, al igual que Abraham tuvo que cumplir el pacto establecido con Dios (Génesis 17:1-9).
La renovación y la expansión de la iglesia son promovidas por personas fieles y obedientes que predican la sana doctrina sin adornos y sin máscaras.
Y tú ¿dónde estás, con la iglesia tradicional o con el remanente fiel? Medítalo. Dios te bendiga.