domingo, 24 de noviembre de 2013

RETIRANDO LOS ESCOMBROS PARA EDIFICAR.

Los primeros capítulos del libro de Nehemías relatan la historia de la reedificación del muro de Jerusalén bajo la fuerte oposición de sus enemigos, tanto externos como internos.
De entre todos los tipos de problemas con los que se encontró por dentro, uno de los más difíciles de resolver fue que “el escombro era mucho y no podían reconstruir el muro”.

NEHEMÍAS 4:10   “Y dijo Judá: Las fuerzas de los acarreadores se han debilitado, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro”.

El pueblo se desanimó por los escombros que tenían que quitar antes de poder edificar. Notemos que los trabajadores se cansaban y se sentían frustrados por la cantidad de escombro. Los escombros dificultaban la labor y les impedían encontrar las piedras válidas para la reconstrucción del muro.
La definición de escombro es “material de desecho que queda de una obra de albañilería o del derribo de un edificio”. Para construir de nuevo sobre un solar lleno de escombros o sobre una obra antigua y derruida, hay que retirar los escombros primeramente y después limpiar muy bien la zona antes de edificar para que la nueva construcción quede fuerte y sólida.

¿Qué sentido tienen los escombros para nosotros?

El problema de “mucho escombro” complica la obra de Dios hoy en día.
En nuestra vida personal podemos considerar como escombro todo aquello que puede impedir que levantemos un muro de santidad alrededor de nosotros. Algunos ejemplos de escombros pueden ser: no olvidar el pasado, la falta de perdón, orgullo, los deseos personales, aferrase a lo material, seguir las costumbres y tradiciones de este mundo; en resumidas cuentas, todo aquello que no da la gloria a Dios y ocupa un tiempo que le corresponde a Él.
Todos estos escombros impiden que crezcamos de una forma saludable y fuerte en cuanto a ser semejantes al carácter de Cristo. Si no retiramos estos escombros antes de seguir edificando, nunca llegaremos a alcanzar todas las promesas y bendiciones que Dios tiene preparadas para nosotros.
Quitar los escombros y limpiar nuestra vida es una decisión que tenemos que tomar personalmente, pero si hacemos esto, influirá notablemente en el crecimiento de la iglesia porque si cada uno de los miembros goza de buena salud espiritual también el cuerpo disfrutará de una vida plena en Cristo.

¿Cómo debemos quitar los escombros de nuestra vida?

En primer lugar, orando a Dios para que nos haga ver todo aquello que hay en nuestra vida que nos está impidiendo tener una verdadera comunión con él. Reconociendo que es necesario y urgente retirar esos escombros para seguir edificando sobre una buena base, sobre la roca que es Cristo; dándole una fuerte consistencia a nuestro crecimiento mediante el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-26).
Un ejemplo muy ilustrativo sobre este tema es el Salmo 51, una oración de sincero arrepentimiento donde el rey David pide a Dios que lo purifique y lo renueve interiormente, para que él, a su vez, pueda dar testimonio de la misericordia divina y trabajar por la conversión de los pecadores (v. 13).
En segundo lugar, guardando la Palabra de Dios en nuestro corazones y en nuestras mentes para que podamos vivir una vida de santidad. Ella limpia nuestro camino, nos guarda de pecar, no deja que nos desviemos de los mandamientos del Señor y se nos asegura que ella puede darnos victoria contra el pecado (Salmo 119:9-11).
La Biblia contiene las leyes fundamentales que rigen la conducta humana. Jamás se ha podido encontrar sustituto para la Palabra escrita de nuestro Dios. En ella hallamos en un lenguaje claro y exacto abundantes instrucciones para esposos, padres, hijos y también sobre el pecado, la moral y la salvación.
En tercer lugar, permaneciendo en Cristo para que llevemos fruto y si dejamos que Dios nos limpie, llevaremos más fruto. Todo seguidor de Jesús ha sido llamado a vivir una vida fructífera en lo espiritual. Esta no es una situación opcional. El creyente tiene que dar fruto, así como las ramas de la vid tienen que producir uvas por ley natural, como nos enseña la parábola de la vid verdadera.
Los que permanecen en Jesús, la vid verdadera, producirán una cosecha abundante. No puede ser de otro modo. La fuerza de la vid se comunica con los pámpanos y les hace producir fruto.
Pero el desafío es grande. Para que los pámpanos produzcan mucho fruto deben ser bien atendidos por el “labrador” encargado de la viña. Si no se podan las plantas, quitando lo que no sirve, no puede haber buena cosecha.
Los que anhelen llevar fruto para la gloria de Dios deben someterse a la disciplina limpiadora del Señor. Sólo así podrá haber regocijo en el tiempo de la cosecha, la cual sólo puede proceder de una vida que permanece en Cristo y obedece su Palabra, entonces todo lo que pidamos Dios lo hará (Juan 15:5-8).

¿Qué resultados se obtienen al quitar los escombros?

Cuando hayamos quitado el escombro y nuestra vida haya quedado limpia, podremos edificar un gran muro protector, lleno de grandísimas bendiciones. Cobraremos ánimo y nuevas fuerzas para seguir recibiendo, una tras otra, las preciosas promesas del Señor; tal como sucedió en la vida de los primeros cristianos (Hechos 2:43-47).