Es fácil escuchar en nuestros días la expresión “las
palabras, se las lleva el viento”, porque el valor de un compromiso oral es muy
poco apreciado; todo debe estar “escrito y firmado”.
Antiguamente un “apretón de manos” tenía el mismo valor que
el contrato escrito más detallado, sin embargo, la palabra en la actualidad ha
quedado muy infravalorada.
Todo lo contrario sucede con Dios. Uno de los atributos de su
carácter es la verdad, y junto a ello, su fidelidad a la hora de hacer que su
promesas se cumplan. En uno de los últimos capítulos del libro de Josué, cuando
Israel ocupa la tierra prometida, leemos:
“No faltó palabra de
todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se
cumplió”. (Josué
21:45)
Jehová es un Dios confiable, no deja caer ninguna de sus
palabras a tierra, sino que las cumple.
La promesa más grande de todos los tiempos es Jesús. Dios
había prometido que iba a mandar al Salvador para que por gracia nos salve. Y
así fue. Dios cumplió su promesa.
También hay miles de promesas en la Biblia. Las promesas son
para todos, son universales, lo que ocurre es que no todos llegamos a
alcanzarlas porque para apropiarnos de éstas, no podemos quedarnos de brazos
cruzados “esperando que caigan del cielo”,
tenemos que trabajar y luchar con el fin de hacerlas nuestras.
Tristemente no todos están dispuestos a trabajar para llegar
al cumplimiento de las promesas. Algunos quieren la promesa pero no están
dispuestos a pagar el precio por ella, sobretodo, cuando vemos en la Palabra de
Dios que, en la mayoría de los casos, el
cumplimiento de una promesa está condicionado a la obediencia a un mandamiento.
Veremos en el libro de Josué la clave para poder conquistar
todo lo que Dios tiene para nosotros. Cómo alcanzar esa tierra prometida, cuál
es el secreto para no quedarnos fuera de la bendición que Dios tiene para
nosotros.
Dios sigue siendo el mismo, Su poder sigue siendo el mismo,
Su Palabra es la misma, nosotros necesitamos aprender cómo conquistar Sus
promesas y no perdernos nada de lo que Él tiene para nosotros.
Preparativos para la conquista (Josué
1:1-9))
1 Aconteció después de la muerte de Moisés siervo
de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo:
2 Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate
y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los
hijos de Israel.
3 Yo os he entregado, como lo había dicho a
Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie.
4 Desde el desierto y el Líbano hasta el
gran río Eufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone
el sol, será vuestro territorio.
5 Nadie te podrá hacer frente en todos
los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni
te desampararé.
6 Esfuérzate y sé valiente; porque tú
repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que
la daría a ellos.
7 Solamente esfuérzate y sé muy valiente,
para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no
te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en
todas las cosas que emprendas.
8 Nunca se apartará de tu boca este libro de
la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas
conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu
camino, y todo te saldrá bien.
9 Mira que te mando que te esfuerces y seas
valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en
dondequiera que vayas.
v.
2-5
Moisés había muerto. Él representaba la
generación pasada. Una generación que fue de bendición, pero que murió quedando
en el desierto y sin entrar en la tierra prometida, por causa de su
incredulidad y desobediencia; actitudes
que quedaron reflejadas en numeroso episodios de su peregrinaje, acompañadas
siempre de continuas quejas, como sucedió en el desierto de Zin (Números
20:1-13).
Pero los planes de Dios no fracasaron,
pues ningún hombre es indispensable. Moisés había muerto pero el propósito de
Dios seguía vivo. Josué debía asumir la dirección de todo el pueblo y llevarlo
a través del Jordán, a la tierra que estaba a punto de darle.
Después de un mandato, “…
levántate y pasa este Jordán …”, Dios le da varias promesas de bendición. Dios
les va a entregar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, ya que Él es dueño
de toda la tierra. “De Dios es la tierra
y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Salmos 24:1).
Si Dios dice algo, está hecho. Si Él promete algo, no dudes,
pues Él es el dueño de todo, pues tiene todo el poder y la autoridad.
Lo interesante aquí es que aunque la tierra era un regalo de
Dios, sólo podían adquirirla luchando. Dios les entregó la titularidad de lugar,
pero ellos debían entrar a poseerlo.
Así es en nuestras vidas también. Dios nos promete su paz y
su bendición, pero nosotros debemos luchar por alcanzarlas. El quiere que
seamos más que vencedores, de nosotros depende vivir en esa victoria. Tenemos
que poner nuestra fe en Dios porque, como dice el autor de Hebreos, “que por fe conquistaron reinos, hicieron
justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones” (Hebreos 11:33).
Josué había explorado esa tierra buena y fructífera 38 años
antes. ¿Recordamos la historia de los doce espías, en Números 13? Josué podía
recordar la belleza de aquella tierra, sus terrenos fértiles, y ahora a él le
correspondía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar todo ese
territorio.
Era muy fuerte el reto que Dios le estaba presentando a
Josué. Los cananeos y los otros pueblos eran muy fuertes, sus ciudades estaban
bien fortificada, la tierra era montañosa, las maniobras serían pues muy
complicadas.
Pero Dios no solo le da la orden de conquistar la tierra,
sino que junto a esa orden, le da una promesa: “Nadie te podrá hacer frente …
estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé”.
Dios recompensa al que le sigue y hace el bien. También
bendice a los que están a nuestro alrededor. Si Dios es con nosotros, ¿quién
contra nosotros?; nadie nos podrá parar.
Dios nos da la promesa de su presencia, ¿cuál es nuestra
parte en todo esto?
v. 6-8
“Esfuérzate y sé valiente”. Es necesario esforzarse y ser muy
valiente, en base a la promesa.
Nadie dijo que fuera fácil, y si lo dijo, no es cierto. Casi
todo lo que vale la pena en la vida requiere esfuerzo. Recordemos las instrucciones
del apóstol Pablo al joven Timoteo, cuando le dice: “… esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús, … sufre penalidades
como buen soldado, … lucha legítimamente como atleta, … trabaja primero, como
el labrador, para participar de los frutos, …” (2ª Timoteo 2:1-6).
Los verbos que aparecen en el texto nos indican la gran
responsabilidad que tenemos en hacer la parte que nos corresponde para poder
alcanzar todo lo que Dios tiene para nosotros.
Lo imposible se lo dejamos a Dios, pero lo posible es para
nosotros. Nos esforzamos y luchamos porque confiamos en Dios, quien es fiel a
Sus promesas, nunca miente y no nos va a fallar.
“… para cuidar de hacer conforme a toda la ley …”
En esta ocasión el mandato es más fuerte y tiene que ver con
obedecer la Palabra de Dios, que básicamente se reducía a la ley entregada a
Moisés.
Nosotros, en nuestros días, tenemos el privilegio de tener
toda la revelación escrita, donde Dios nos muestra cómo vivir aquí y ahora y
cómo prepararnos para la eternidad.
No te apartes de la Palabra de Dios, para que seas prosperado
en todas las cosas que emprendas.
¿Quieres ser prosperado? ¿Quieres la bendición de Dios sobre
ti y los tuyos? El secreto está en no apartarse de Su Palabra, en no apartarse
de Sus pensamientos, en no apartarse de Sus caminos, en no apartarse de Su
voluntad.
Por tanto, Josué debía hablar de la Palabra de Dios, meditar
de día y de noche en ella y hacer conforme a todo lo que estaba escrito.
Si obedeces los mandamientos de Dios y actúas conforme a
ellos, “harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”.
La vida de Josué demuestra que él vivía y ponía en práctica
las enseñanzas de la ley de Moisés. Eso le permitió alcanzar victorias con la
ayuda de Dios. Antes de morir, exhortó a la nación a obedecer a la Palabra de
Dios (Josué 23:6).
v. 9 “… que te
esfuerces y seas valiente …”
El esfuerzo y la valentía, en esta ocasión, traerá la
presencia continua de Dios. El Señor
estará con nosotros donde quiera que vayamos.
Viene a renglón seguido de “no temas ni desmayes”. La tarea iba en ocasiones a provocar temor,
y mucho cansancio y ganas de abandonar y desmayar, pero Dios le dice: “ …
porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”.
La presencia de Dios cambia nuestra vida. Nos lleva a
obedecerle sabiendo que Él es real. No es una religión, ni un compromiso con
los hombres, sino que tiene que ver directamente con Dios.