Leyendo el Evangelio de Mateo podemos ver que todo el
capítulo 18 recoge las palabras dichas por Jesús acerca de las relaciones
mutuas entre los verdaderos cristianos. Cuando los discípulos le preguntaron
quién sería el mayor en el reino de los cielos (v. 1), les respondió señalando
la humildad como la característica más sobresaliente del cristiano: “Si no … os
hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (v. 3).
Después de estas palabras, señaló que la humildad del
cristiano se revela en que siempre está
dispuesto a perdonar a quienes lo ofenden.
Ahora permitidme haceros una pregunta muy importante: ¿CUÁNTAS
VECES PERDONARÉ A MI HERMANO QUE PEQUE CONTRA MÍ? ….. ¿HASTA SIETE?
Esta fue la pregunta que le planteó Pedro a Jesús durante su
discurso y a la que el Señor le contestó: NO TE DIGO HASTA SIETE, SINO AUN
HASTA SETENTA VECES SIETE.
Al comparar este pasaje con Lucas 17:4, podemos ver que
“siete” se usa de manera figurada al igual que “setenta veces siete”, es decir,
que Dios no ha puesto un límite a su perdón hacia nosotros, y nos advierte a nosotros
que no establezcamos límites en cuanto a
las veces que tenemos que perdonar a otros.
A continuación Jesús pasa a ilustrar lo que acaba de decir a
Pedro mediante una maravillosa parábola en la que nos enseña que sólo quienes
perdonan a sus prójimos, pueden esperar el perdón de Dios. El que no está
dispuesto a perdonar, demuestra que no tiene un corazón regenerado: MATEO 18:23-35
Versículos del 23 al
27: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un
rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le
debía diez mil talentos. A este como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo,
junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda.
Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: “Señor, ten paciencia
conmigo y yo te lo pagaré todo”. El señor de aquel siervo, movido a
misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda.
Si aplicamos esto a nuestras deudas espirituales con Dios
veremos:
-
Que
cada pecado que cometemos es una deuda que contraemos con Dios.
-
Hay
una cuenta de esas deudas (vv. 23-24).
-
La
deuda del pecado es una deuda muy grande, tan grande que somos incapaces de
pagarla (v. 25).
-
Pero
el Dios de infinita misericordia está dispuesto, por pura gracia y en virtud de
la obra llevada a cabo en la cruz del Calvario, a perdonar todos los pecados de
quienes se humillan, con fe y
arrepentimiento, ante Él (v. 27).
Sobre la naturaleza perdonadora de Dios ya encontramos
numerosas ilustraciones en el A.T. Recordemos los ciclos de apostasía de la
nación de Israel que aparecen en el libro de Jueces donde Dios siempre los
perdona después de su arrepentimiento. También el caso del rey Ezequías que
estando gravemente enfermo y a punto de morir, el Señor le alargó la vida
quince años al ver su lloro y escuchar su oración.
A pesar de todas las infidelidades del pueblo de Israel,
cuando éste se arrepiente y se quebranta, Dios lo perdona y lo restaura (2
Crónicas 7:14).
El rey David nos recuerda con el Salmo 103:3,12 que Él es
quien perdona todas nuestras maldades y cuanto está lejos el oriente del
occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.
Más adelante, en el N.T., el apóstol Pablo, escribiendo a la
iglesia en Éfeso, nos dice que “en Cristo tenemos redención por su sangre, el
perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7) y Juan subraya
en su primera epístola que “si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y
justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Versículos del 28 al
31: Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus
consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: “Págame
lo que me debes”. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba
diciendo: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. Pero él no quiso,
sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Viendo sus
consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su
señor todo lo que había pasado.
Sorprendente la actitud de este siervo hacia su consiervo,
¿verdad?, a pesar de la clemencia que su señor le había mostrado a él. Vemos
aquí:
-
Que
la deuda era mucho más pequeña.
-
Que
trató al consiervo de una forma severa y brutal, con furia, a pesar de que
atravesaba una situación idéntica a la que él había pasado.
-
Que
entristecidos quedaron los otros consiervos por lo ocurrido y cómo fueron al
amo con la noticia.
Todos debemos rechazar por completo la actitud de este
siervo.
Las ofensas que nuestros semejantes nos hacen son
insignificantes en comparación con las que hacemos nosotros a Dios.
No dejemos que el orgullo y el egoísmo prevalezcan en
nuestras vidas, sino que aprendamos a ser mansos y humildes, recordando la
paciencia que Dios tiene con nosotros.
Versículos del 32 al
34: Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo
malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú
también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?.
Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo
que debía.
Aquí vemos la justa ira del amo por la crueldad del siervo
anteriormente perdonado:
-
Cómo
le echó en cara su crueldad, su falta de compasión y la misericordia que había
tenido con él. El recuerdo de las misericordias de Dios hacia nosotros debería
disponernos mejor a tener misericordia de los demás.
-
Cómo
revocó el perdón de la deuda y el siervo pagó las consecuencias justas de su
mala actitud. El que no está dispuesto a perdonar, no será perdonado.
Versículo 35: Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo
corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Finalmente, Jesús concluye aplicando la parábola con este
versículo.
Dios es santo y justo, y su misma justicia infinita le impide
rebajar en un solo punto las exigencias de su santa ley, su divina Palabra.
Cuando decimos “Padre nuestro que estás en los cielos”, hemos
de pedirle “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores” (Mateo 6:12). Dios siempre está dispuesto a perdonar, pero
no puede habitar en un corazón incapaz de hacerlo.
Perdonar no es nada fácil. Debe ser algo real, sincero, sin
fingimientos y que salga del interior de nuestro corazón.
Y otra cosa importante, después de perdonar hay que olvidar.
Desechemos el tópico “perdono pero no olvido”; eso no es perdonar.
En el libro del profeta Isaías 43:25, Dios nos dice “Yo, yo
soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus
pecados”.
El ejemplo máximo de perdón es Jesucristo. Cada vez que
miramos a la cruz vemos la agonía de Jesús que nos revela el infinito precio
que el pagó por nuestra salvación.
Puesto que Él nos ha perdonado, estamos en capacidad de
comprender lo maravilloso que es el perdón y manifestarlo en nuestras
relaciones con los demás.
En cuanto a nosotros mismos, si tenemos un corazón dispuesto
siempre a perdonar, nos veremos libres de las amarguras y los resentimientos y nos
convertiremos en la clase de personas que están capacitadas para aceptar el
perdón divino.
Terminemos con la recomendación que nos hace el apóstol
Pablo: “Antes sed bondadosos unos con
otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó
a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).