domingo, 19 de agosto de 2012

LOS DOS DEUDORES.


Leyendo el Evangelio de Mateo podemos ver que todo el capítulo 18 recoge las palabras dichas por Jesús acerca de las relaciones mutuas entre los verdaderos cristianos. Cuando los discípulos le preguntaron quién sería el mayor en el reino de los cielos (v. 1), les respondió señalando la humildad como la característica más sobresaliente del cristiano: “Si no … os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (v. 3).
Después de estas palabras, señaló que la humildad del cristiano se revela  en que siempre está dispuesto a perdonar a quienes lo ofenden.
Ahora permitidme haceros una pregunta muy importante: ¿CUÁNTAS VECES PERDONARÉ A MI HERMANO QUE PEQUE CONTRA MÍ? ….. ¿HASTA SIETE?
Esta fue la pregunta que le planteó Pedro a Jesús durante su discurso y a la que el Señor le contestó: NO TE DIGO HASTA SIETE, SINO AUN HASTA SETENTA VECES SIETE.
Al comparar este pasaje con Lucas 17:4, podemos ver que “siete” se usa de manera figurada al igual que “setenta veces siete”, es decir, que Dios no ha puesto un límite a su perdón hacia nosotros, y nos advierte a nosotros que no establezcamos límites  en cuanto a las veces que tenemos que perdonar a otros.
A continuación Jesús pasa a ilustrar lo que acaba de decir a Pedro mediante una maravillosa parábola en la que nos enseña que sólo quienes perdonan a sus prójimos, pueden esperar el perdón de Dios. El que no está dispuesto a perdonar, demuestra que no tiene un corazón regenerado: MATEO 18:23-35
Versículos del 23 al 27: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a  hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A este como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda.
Si aplicamos esto a nuestras deudas espirituales con Dios veremos:
-         Que cada pecado que cometemos es una deuda que contraemos con Dios.
-         Hay una cuenta de esas deudas (vv. 23-24).
-         La deuda del pecado es una deuda muy grande, tan grande que somos incapaces de pagarla (v. 25).
-         Pero el Dios de infinita misericordia está dispuesto, por pura gracia y en virtud de la obra llevada a cabo en la cruz del Calvario, a perdonar todos los pecados de quienes se humillan, con fe  y arrepentimiento, ante Él (v. 27).
Sobre la naturaleza perdonadora de Dios ya encontramos numerosas ilustraciones en el A.T. Recordemos los ciclos de apostasía de la nación de Israel que aparecen en el libro de Jueces donde Dios siempre los perdona después de su arrepentimiento. También el caso del rey Ezequías que estando gravemente enfermo y a punto de morir, el Señor le alargó la vida quince años al ver su lloro y escuchar su oración.
A pesar de todas las infidelidades del pueblo de Israel, cuando éste se arrepiente y se quebranta, Dios lo perdona y lo restaura (2 Crónicas 7:14).
El rey David nos recuerda con el Salmo 103:3,12 que Él es quien perdona todas nuestras maldades y cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.
Más adelante, en el N.T., el apóstol Pablo, escribiendo a la iglesia en Éfeso, nos dice que “en Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7) y Juan subraya en su primera epístola que “si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Versículos del 28 al 31: Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo”. Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
Sorprendente la actitud de este siervo hacia su consiervo, ¿verdad?, a pesar de la clemencia que su señor le había mostrado a él. Vemos aquí:
-         Que la deuda era mucho más pequeña.
-         Que trató al consiervo de una forma severa y brutal, con furia, a pesar de que atravesaba una situación idéntica a la que él había pasado.
-         Que entristecidos quedaron los otros consiervos por lo ocurrido y cómo fueron al amo con la noticia.
Todos debemos rechazar por completo la actitud de este siervo.
Las ofensas que nuestros semejantes nos hacen son insignificantes en comparación con las que hacemos nosotros a Dios.
No dejemos que el orgullo y el egoísmo prevalezcan en nuestras vidas, sino que aprendamos a ser mansos y humildes, recordando la paciencia que Dios tiene con nosotros.
Versículos del 32 al 34: Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?. Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Aquí vemos la justa ira del amo por la crueldad del siervo anteriormente perdonado:
-         Cómo le echó en cara su crueldad, su falta de compasión y la misericordia que había tenido con él. El recuerdo de las misericordias de Dios hacia nosotros debería disponernos mejor a tener misericordia de los demás.
-         Cómo revocó el perdón de la deuda y el siervo pagó las consecuencias justas de su mala actitud. El que no está dispuesto a perdonar, no será perdonado.
Versículo 35: Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Finalmente, Jesús concluye aplicando la parábola con este versículo.
Dios es santo y justo, y su misma justicia infinita le impide rebajar en un solo punto las exigencias de su santa ley, su divina Palabra.
Cuando decimos “Padre nuestro que estás en los cielos”, hemos de pedirle “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Dios siempre está dispuesto a perdonar, pero no puede habitar en un corazón incapaz de hacerlo.
Perdonar no es nada fácil. Debe ser algo real, sincero, sin fingimientos y que salga del interior de nuestro corazón.
Y otra cosa importante, después de perdonar hay que olvidar. Desechemos el tópico “perdono pero no olvido”; eso no es perdonar.
En el libro del profeta Isaías 43:25, Dios nos dice “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”.
El ejemplo máximo de perdón es Jesucristo. Cada vez que miramos a la cruz vemos la agonía de Jesús que nos revela el infinito precio que el pagó por nuestra salvación.
Puesto que Él nos ha perdonado, estamos en capacidad de comprender lo maravilloso que es el perdón y manifestarlo en nuestras relaciones con los demás.
En cuanto a nosotros mismos, si tenemos un corazón dispuesto siempre a perdonar, nos veremos libres de las amarguras y los resentimientos y nos convertiremos en la clase de personas que están capacitadas para aceptar el perdón divino.
Terminemos con la recomendación que nos hace el apóstol Pablo: “Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).