domingo, 22 de julio de 2012

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS.

"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" (Mateo 5:5).
Los mansos son los que se someten con humildad y alegría a la voluntad de Dios, y los que muestran tal mansedumbre para con todos los hombres (Tito3:2). Son los que tienen un espíritu suave, apacible, que pueden aguantar una provocación sin encenderse en ira, sino permaneciendo en silencio o dando una respuesta serena; los que responden de una forma adecuada ante las ofensas de los demás; los que prefieren sufrir y perdonar veinte injurias antes de vengarse de una.
La sociedad tiene el concepto de que el hombre manso es tímido, débil y sin firmeza de carácter. En cambio,  la mansedumbre a la que el Señor se refiere exige dominio propio. Es la fortaleza revestida de suavidad.
Jesús nos enseñó cual es la verdadera mansedumbre al darnos ejemplo con su propia vida: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:29). Él fue el gran modelo de mansedumbre; más aún que el mismo Moisés, de quien se había dicho que era "manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Números 12:3).
¿Cómo se puede distinguir entre la mansedumbre y la debilidad?.
Cuando tratemos de reconocer la mansedumbre, no debemos pensar que es idéntica a la debilidad. Nadie fue un líder más enérgico que Moisés, quien estuvo muy lejos de manifestarse como un hombre pusilánime o débil ante la hostilidad de tantos hombres malvados, el primero de ellos el propio faraón.
De igual manera, hemos de decir que nunca ha existido una persona más valerosa que Cristo. Aunque manso de corazón, lo vemos enfrentarse muchas veces a la maldad con toda valentía, y estar dispuesto a pagar el precio de ese enfrentamiento, que fue al fin y al cabo el que le llevó a la cruz. Esa valentía fue la que terminó por costarle la vida. Los hombres verdaderamente mansos no tienen nada de débiles.
Los mansos son bienaventurados porque se asemejan al carácter de Jesús. Son bienaventurados porque saben esperar las promesas del Señor, entre ellas, la de recibir la tierra por heredad. Esta bendición lleva consigo, de una manera especial, la promesa de posesión del mundo con Cristo, cuando él venga a posesionarse de los confines de la tierra, conforme a la profecía del Salmo 2:8. Incluso en nuestros días, el que ejercita la mansedumbre, aunque sea objeto de burla y desprecio por parte del mundo, sirve de bendición para los demás porque trae paz y armonía.
La mansedumbre aleja de nosotros la envidia, los celos y el rencor, entre otras cosas, llevándonos a vivir de una forma saludable y próspera, siendo felices con lo que Dios nos da cada día.